Casa de cambio

Jan de Jager

 

Desesperar y traducir
Florencia Abadi

Jan de Jager, Casa de cambio (traducciones y afines), Buenos Aires, Nuevo Hacer/Grupo Editor Latinoamericano, 2004, 199 páginas.

 

Los poemas son borradores, parece sostener Jan de Jager en este libro. Versiones, variaciones, transcripciones, adaptaciones, traslaciones, explicaciones sellan estos textos en proceso hacia otro lenguaje: una poesía concebida como work in progress. La poliglosia –que incluye el neerlandés, inglés, portugués, latín y francés, entre otras lenguas– postula que es necesario decirlo todo de otro modo. La palabra escrita no ha nombrado, carece y necesita, y esta carencia deviene, en este primer volumen de Casa de cambio –el proyecto abarca otros dos tomos– profusión, desmesura, exceso. La abundancia es desesperación, que el poeta exacerba con notas que subrayan la insuficiencia: algo hay que ir a buscar a la última página, algo que se agrega y que, por supuesto, no completa.
Como escribe Ricardo Ibarlucía en la contratapa, el poeta de Casa de cambio “no es sino un mercader.... Su negocio es milenario: babelizar, o más precisamente, confundir las lenguas para que nunca pueda volver a erigirse la torre”. La profusión de lenguas indica un lugar partido, quebrado, vacío: poesía ya/ versos sin relleno,/ que para eso no hay tiempo/ versos escritos en este/ rato que pronto/ pasa// entre mojar pañales y rellenar mortaja”. Todo está permitido: de Jager trabaja con la poesía visual, con el kitsch, la poesía coloquial, el discurso político-social, la parodia, el lunfardo, la música popular. La corrección, como instancia de la escritura, se convierte en una pregunta: “podar palabras/ tachar, obliterarlas/ hacia la nada// pulir el verso: empujarlo compacto//al silencio-”. El poema titulado “Afasia”, bajo un epígrafe de Rimbaud que dice “ah, être poète, ah oui”, muestra que el humor de este libro no es ironía, sino carcajada: “no se como/ bombones/ que le gusto tanto mutilar (…) –tan bien miedo de cuchillo claro-// todo un polvo proferido en callo/ por mudo/ / no por tí mido”. El poema “No se vuele el faisán” está firmado al pie: “pluma: Luis, tijeras: Jan” y “Oíd mortales” agradece “la escasa participación del gordo López”. Otro poema, “El viento y el timón”, tiene una nota que califica de “truchos” los propios versos, sólo rescatados –según el autor–  para una observación sobre la rima: “Episodios al azar/ gobiernan nuestra vida”.// Nuestra libre voluntad/ gobierna nuestra vida.”// Ambas cosas son verdad,/ambas cosas son mentira.
De Jager escapa al estilo y, al mismo tiempo, demuestra que la libertad de recursos formales no se agota en una búsqueda experimental, en el sentido reducido del concepto de “experimento”. En Casa de cambio no se trata del primado de un proceso organizado y conciente, donde la mezcla de los materiales cristaliza intencionadamente; más bien lo lúdico interviene para decir un sufrimiento que no puede someterse a ningún control. En medio de paréntesis que no cierran, de poemas que “terminan” con una coma, de la fusión de lo popular con lo académico (“Tango atonal”), de los símbolos y las asociaciones infinitas, aparecen lapsus que develan. En “Chuck loves María”, un norteamericano enamorado de una latina canta sus versos de amor en un español mal hablado y le explica que no puede quedarse con ella porque su esposa lo espera: “Yo quiero siempre quedar con María/ yo aprende mucho español todavía// Una problema grande grande es/ cansado con mujer que habla inglés”.
Perdido y agónico anda el amor recurrente en ¡Diofanes de Myrina Eros”, bajo una cita de Góngora que lo define como un dios caduco. El amor muere y necesita traducción; es otro lenguaje caído y deshilachado, al que la solemnidad no se debe acercar más que para negarse: “Nena/ Guarda con Eros que es flor de punga.// Anda alzado, calzado,/ enceguecido,/ desvelado y como loco el pendejo.// Fija que nos deja en bolas.” La devaluación toca al niño pícaro de la flecha, al que se creía amor-cortés y al que se creía amor-pasión; los dos se han caído como ídolos. “Como una bañera enlozada de blanco,/Cuando el agua caliente se corta o se entibia,/Así es el lento enfriarse de nuestra cortés pasión,/ Oh mi muy alabada pero no-del-todo-satisfactoria dama”. También se dice adiós a la princesa azul. El poema es “traducción” o “afín” de uno de Pound (cuya versión inglesa se incluye en la misma página) y continúa: O bien otra versión// Infructuosamente, / como cuando los ciruelos florecen muy temprano y los campesinos intentan/ espantar las heladas con fogatas de neumáticos de tractor y humareda negra,/ así, nuestro amor.”
 Pound, Lucebert, Frost, Basho, Maiakovski, Bob Dylan, Naná Vanconcelos, García Lorca son traídos por de Jager como quien necesita compartir algo, leerle a otro un poema o hacerle escuchar un canción que descubrió. No se trata solamente de intertextos; los poemas, mientras cambian pañales, cuentan que se levantan chicas en el extranjero diciendo que fueron amigos del Che; sufren el desamor, miran con ternura, dicen lo que están traduciendo y de qué autores disfrutan (“One word in memoriam James Joyce:/ wanderfool”). Las voces de Casa de cambio a veces quieren suicidar, otras veces viven el tormento de su sociedad (“Este ojo es un escudo./Esta sopapa es una máscara del pie.”), piensan en el Sida, cantan a la luna, hablan de Dios y del alma (“Ay Almita/ Bicho fofo, transparentito,/ Compañera de copas de este cuerpo”) y, sobre todo,  claman por su traducción. Quieren dejar la huella de lo que se sabe transitorio, de la lengua misma, de una lengua que  nadie conocerá en el futuro, como se dice en “Testamento”: “pero quizás no quede de mí/ sino algún verso//alguna palabra que exprese una antigua emoción-//eso, mientras exista una persona/ que todavía conozca nuestro idioma/ aunqe seguramente lo pronuncyará con un extraño ascento”.
La lengua puede morir sólo porque vive. No se fija; se borronea, del mismo modo que su sonido, tarde o temprano, acaba por extinguirse. Por eso el plano fónico merece tanta atención en este libro (“Homofonía revisited: Ay sí/ Ay no /I see / I know”). Pero también la metáfora muere y de Jager, travestido de filólogo, explica: la expresión/ la farmacia está de turno/ que se utiliza metafóricamente/ para insinuar o sugerir al distraído/ que el ojo de su bragueta/ parpadea”. La metáfora muere y transvive; da lugar a otra metáfora. La fugacidad está cerca como un útil (“Todo es fugaz: ya/ no hay trolebús ni en/ Montevideo”) y obliga a hacer poemas in memoriam. Los chistes, que son cicatrices privilegiadas del tiempo, conviven con puñales, como en “El amor brujo”: “Tu cuerpo es un prostíbulo de lujo/ y el sacudimiento que me produjo/ fue como nacer, entre pujo y pujo.//–texto escrito en polaco por un monje cartujo/ feliciten de mi parte al que lo tradujo.”
Casi como signo de extenuación, Casa de cambio es contundente respecto de una cosa: la versión final no existe. El anteúltimo poema del libro, “La forma es el vacío, el vacío la forma”, lleva al pie, en letra minúscula, la leyenda: “borrador, variaciones”; su primera estrofa dice: “condenso el poema:/ se reduce a su esencia/ hasta esfumarse”. El último tiene el mismo título, pero debajo se lee: “Versión final: 40”. Al buscar la nota, vemos que está en blanco. Traducir quizá sea un acto de desesperación: “Poco sabemos/ hasta qué punto/ esta vida torpe/ es una traducción// And the only real translators/ are those who attempt this hopeless endeavor/ knowing it is desperado.”Éste, sin duda, es el punto más subversivo de una poesía que hace de la trasgresión algo más peligroso que una bandera.

*****

Con la perspectiva de los dos libros anteriores, no se puede negar que uno tiene algunos prejuicios acerca de lo que espera en el tercero. Pero desde la misma tapa Jan consigue sorprender. Ahora la profusión de su escritura adopta un disfraz despojado (un amarillo kill bill, le dije apenas lo vi). Podría decirse que hay continuidades entre los libros; por supuesto, nadie dejaría de reconocer al autor a golpe de vista, pero también hay aspectos que se acentuaron, y también pasan cosas que antes no pasaban.
Lo que se mantiene, a mi juicio el núcleo duro de esta trilogía, es el poema como un borrador, un boceto. Versiones, variaciones, transcripciones, traducciones, adaptaciones, traslaciones, explicaciones; la poesía concebida como work in progress. A veces aclara: versión muy libre, versión desfachatada. Anota cosas “poner acá una fecha del nacimiento de San Martín”, “decir acá algo de x o y”. Nos muestra la cocina (lo que quiere mostrar de ella, claro), habita el arte como proceso (a Deleuze le gustaba hablar del “proceso Duchamp” o “el proceso Beuys”). Y Casa de cambio es contundente respecto de una cosa: la versión final no existe. Si en el primer volumen el último poema decía únicamente: “versión final:”, y luego remitía a una nota al pie que no tenía ningún contenido, aquí la trampa está en el índice: el libro termina en la página 240, y allí nos miente el índice un poema llamado “and the rest is silence” que llega a una página 252 inexistente. Jan te propone juegos, y uno lo va siguiendo, con las herramientas que tiene. Hay algo de elegir la propia aventura…
Esto que tiene que ver con otro aspecto de esta poesía que no subrayé en su momento y que me parece central, y en lo cual me quedé pensando después de que Jan me dijera que en Holanda, o no sé bien dónde, les molestaba mucho la pluralidad de lenguas.
Más allá de los fundamentos, si se quiere filosóficos de esa pluralidad, que llama o define en este tercer volumen como (74) “supermultilingüe/ pero fundamentalmente/ castellano”) –en la reseña del primer libro me había referido a la negación de la posibilidad de nombrar, a la desesperación que provoca la traducción que es señal de esa imposibilidad, al acto de babelizar (de confundir las lenguas), etc- hay otra cosa que no se puede soslayar, y el efecto de lectura de esa supermultilingüismo: la lectura se vuelve fragmentaria, el libro tiene poemas “cerrados” para cualquier lector, que irá, como decía, eligiendo su propia aventura (y lo de la aventura me gusta porque la aventura es aparentemente la vida que está por fuera de la literatura, que ésta puede relatar pero nunca ser, y la poesía de Jager busca constantemente aproximarse y fusionarse con ella). Hay un hermetismo, una pregunta latiendo que es: ¿Cómo traducir la poesía de Jager? Esta lectura produce efectos sumamente interesantes: se entienden partes, se prueban los sonidos, los títulos en español arman historias (tradicional mapuche: canción de la mujer, y algo se sospecha: “kanin peuman, petu ñi ilchalen, ñi femguechi, niyer keael meu” Réplica del hombre, que termina “ta sakin domo”, etc). O tal vez estamos pasando una página porque asumimos no conocer la lengua en que está escrito, pero al hojear detectamos palabras inventadas cuyo sentido podemos obtener: “Yuyakuyta qallarini/ kunan na sapa sapata/ Atamishqui, Salavina,/ Robles Avellanedata//San Martinpas Loretopas/ Rivadavia Toboadapas”, etc.”. Igual nos perdemos de cosas (aún si uno está leyendo el libro para presentarlo esta semana con el google a mano) y el contacto con esa pérdida es también fundamental. y cuestiona la relevancia de que se lea todo. Jager dice: 130 “La plenitud del poeta: que me leas, que me escuches, que algo entiendas”. Por otro lado en esa desmesura Jager te cuenta lo que leyó y le gustó: como dije en aquella reseña, la intertextualidad está teñida del gesto de quien necesita compartir algo, leerle a otro un poema o hacerle escuchar una canción que descubrió, de quien necesita agradecer, celebrar el poema.
Pero también hay discontinuidades. El tercer libro tiene una particularidad que habría que subrayar: Jager ha colocado esta vez el año de cada poema: ha llenado el libro de fechas. El poema  se muestra fechado, y la reflexión sobre el tiempo se complejiza: si antes la casa de cambio comerciaba con autores de todas las épocas y los ponía a dialogar, ahora este recurso se inscribe en un contexto de orden histórico: ahora la matriz del tiempo, discontinua, ofrece un ámbito en el cual fusionar una guerra del siglo I en que participaron los germanos con la segunda guerra, o fusionar al rey Alfonso con Alfonsín. Un tiempo de efemérides, de retorno sobre la fecha, más allá de la sucesión de los años. “Los hechos memorables del Gran Capitán,/ ordenados por fecha de cuando en ellos incurrió-/ no importa el año”. Las fechas marcan un tiempo discontinuo, heterogéneo, en que dos momentos ocurridos con siglos de distancia pueden fusionarse en un instante, un tiempo de saltos: “el libro pega saltos de extrañísima belleza”. “Las efemérides fijan, cristalizan/ todo en un tiempo exacto pero loco”. P. 30: Riekus Waskowsky: “ya no se combatía por ningún lado en esos entonces, escribe Tácito. Salvo esa guerrita contra los alemanes (año 15 d. C) que fue apenas para vengar la derrota de P. Quintillo Varo/ El ejército de los vivos (a las órdenes de Germánico) vino a enterrar a los muertos (…) La selva de Teutoburgo estaba sembrada de cadáveres –usamos topadoras para apilar a seis millones de osamentas”, en el aparente caos, entonces, están las correspondencias. La guerra de los germanos se funde así con la segunda guerra, y las correspondencias siguen: “El rey Alfonso (791-842) firmó un paco con Carlo-/ magno”, Aparecen próceres, y mitos: Edipo,  Gilgamesh, Ulises. El arte y la historia se cruzan en la palabra fechada. El volumen de las efemérides sanmartianianas, dice en poema dedicado a ellas, p. 25: “podría haber sido el resultado de la cruza de los esfuerzos de un patriótico burócrata con los divertimentos aleatorios de pongamoslé John Cage o André Breton”.

La mezcla de los tiempos se ve también en: p. 46: “Exú dios de los destinos” se cuenta la historia de este rey de las leyendas africanas de las Orixás que, “puede haber matado un pájaro ayer con una piedra que tiró hoy”. P. 54: Las fechas aparecen escritas de diversas maneras, a veces sólo el año, a veces día, mes y año con guiones, etc.

El tiempo entonces toma más lugar en la casa de cambio, el mercader termina comerciando especialmente con él: “Si el tiempo efectivamente fuese oro, y si entonces además de invertir, dinero, se pudieran invertir, los días y las horas de la vida (…) los dioses crearían todo, en medio de alegres apocalipsis”, p. 110: el reino del revés.

P 128: leer: “el poema (no la poesía), tomado como el cristalizar en una, fecha y circunstancia determinada el flujo, y la arbitrariedad de la lengua, o bien, el poema como, máscara africana, tallada en el lenguaje, que luego el clima (Such is life in the tropics) los gusanos, etc, van carcomiendo, y emebelleciendo y, eliminando” fecha: nomeacuerdo quédía-01-2006.”

Y entre los poemas in memoriam, se lee p. 171: “nostalgia, señoreas y señores, nada de nostalgia, qué tanta Itaca”.

Casa de cambio 3 se abre con un epígrafe de Raul Seixas que dice (traduzco más o menos): “yo prefiero ser esa metamorfosis ambulante que tener una opinión formada sobre todo”. De Jager caracteriza a un poeta camaleón, la poliglosia toma la forma de un polimorfismo, (las voces de los otros, la imposibilidad de distiguir quién habla), y se burla del origen (las fechas no eran tampoco otra cosa que esta burla del origen, la nominación adámica también queda burlada allí). Y aparecen poemas que hablan de generaciones al estilo de Hesíodo. La “Diosa del Principio es una gitana loca”, y cuenta la historia de su ascendencia, p. 173 la revelación de nuestro primer origen: “Nuestros remotos antepasados: las mujeres fruto y los murciélagos jirafa: leer”.

Jager derrocha: como el del sol que desparrama rayos que no nos llegan, ese derroche: “será por eso que orbitamos/ intento fútil y desolado/ de atajar o juntar/ toda tu luz/ en momentos así/ entiendo al avaro que encofra su oro, sus diamantes/ entiendo al varón que cela, que vela, la belleza de su amada”, 77. Y, cuando después del índice Jager pone otro poema amenaza nuevamente con el infinito. Pero “El infinito no existe”, dice un poema llamado “Sabiduría de Theo a las nueve años”, tal vez por eso Jager me promete por teléfono, cuando me está invitando a presentarlo, que éste es el último, y casi parecía estarme haciendo una promesa.

“las versiones sellan estos poemas en proceso hacia otro lenguaje” y la desesperación (QUIERE DEJAR EL LIBRO Y PASAR AL CUADRO) Cine: p. 64: “plano medio de pibe desnudo, no se ve bien qué lleva en brazos”. Imágenes, lo visual.

p. 62: Política: “Political poem nr 1: Coffee Mantra: “The countries drinking the coffee should not make more money/ from drinking it than countries producing it from producing it”. Una nota al pie al final del poema dice: “I don’t drink coffee is no excuse, instead of coffee you can adapt this mantra to tea, orange juice, cocoa, fossil fuels, etc”. Hay más repticiones en este estilo, influencia orienta mayor.