Alejandra Pacheco Mamone
Pequeña alquimia Las he descubierto en la mañana cuando las hojas se calientan. Se deslizan en un sopor sin tregua. Guardan bajo sus escamas esa memoria que hiere. Sin embargo anuncian la llegada de las lluvias.
El tiempo en que aprendí a morder esa parte de tu cuerpo impío, ese borde, que ahora se fuga a un ángulo remoto, y me llama adonde aún no he podido llegar.
Pausa No sé por qué esta tarde recordé aquel crimen en el umbral. Soplaba un viento leve
Senderos Hoy regresó algo de su ausencia Un retoño tullido entre los campos de amapolas Dijo llamarse el hombre de la nieve Lo expresó en voz baja en un dialecto de Kyoto Cuando lo oí me pareció bello Pero lo he traicionado porque olvidé sus palabras. Los restos del mundo Como un ser errante me desplazo hacia un horizonte que nunca tendrá esa substancia de los gorriones cuando despiertan el día
Giro sin pausa y en reverso como cinta de Moebius Voy deslizándome por las junturas de un tiempo ausente de nosotros
Pleno sin embargo de ellos, esos fantasmas nonatos convertidos sin saberlo en nuestros huéspedes Nuestra médula y aliento
Veo el amanecer invadido de oscuras semillas Vuelan sobre la montaña cual zopilotes sobre la carroña los restos de nuestro mundo
Que se deshace cayendo en verso de agua alineado en el umbral destilando un agónico rumor de espliegos.
Horizonte Era en agosto el tiempo de la luz fulgurando sobre las hojas de los sauces. A ella acudía una Recuerdo que los perros y yo buscábamos un sitial entre los juncos, para medir la subida Sobre los árboles mecidos por la tormenta, halconcitos y nubes, fragmentos de barriletes con la cola deshilachada y fenecida. Y nosotros hundidos en el lodo frío del arroyo aprendiendo la consistencia de la tierra. Alcanzando el final de la mañana
Llevábamos en el cuerpo lirios, azucenas. El rocío caía despacio como una tela iridiscente sobre nuestras cabezas. Pero fue en vano estar allí, nadie vino a buscarnos.
Parentesco A veces no quiero mirar estos pies, no quiero ver su piel frágil, ese aire de familia. Pero contengo el grito cuando recuerdo los tuyos, madre, aquellos pies fríos bajo el inclemente invierno. Como desnudos tallos quebrados. Esos seres perdidos en el piso de una habitación por siempre extraña. Inaugurando el alba violenta, donde tu hermana, como basilisco corrompía el aire con su aliento, aunque eso ya lo sabías. Ella que te celaba y odiaba todas las mañanas de abril, de diamelas. Mientras su ojo custodiaba tu sangre, tu libertad y la mía bajo aquel cielo.
Días de verano Veamos que recuerdo de nadar. No sé hacerlo, pero puedo fingir que ingreso al agua Que me gusta la caricia de la espuma y no tengo miedo Puedo recordar una tormenta antigua Las olas crepitando como gigantes Mis padres y yo refugiados contra las rocas
El olor de la sal inundando nuestros cuerpos Lapresencia del mar haciendo benéfico el olvido de otros tiempos sucumbidos ante su aparición Es posible también que recuerde uno o dos ahogamientos Uno propio surgido desde un abismo donde habitan los pequeños seres que nos reclaman Y mi ser cobarde salvado al fin por un arrastre Como cangrejo, no, como estrella de mar Semihumana a la deriva sin pausa hasta caer de este lado otra vez y recomenzar la vida Sobre la arena lamida por la marea.
El otro fue un ahogamiento distante Lo recuerdo columpiándose bajo sauces inclinados sobre la corriente El ocaso de una niña tragada por el agua Y su cuerpo en remolino bajo el mediodía
En el silencio sin gritos Las hormigas, los escarabajos, seguían su rumbo Esas procesiones que conserva abril Cuando amanece.
Renacimientos Sobre la espalda descubierta de la costa Se yergue la calígine suavemente Echa florescencias desde un tiempo lejano Cuando todavía aquellas tierras eran páramos Azafranados mecidos en el susurro de un pequeño monstruo.
Ni tu ni yo nos conocíamos Si hubiera ocurrido seguro habríamos recorrido el puente que enlaza un león bravío enfrentando el mar con los salones acristalados, diáfanos en el antiguo hotel. Allí donde han crecido los signos lacunares del solve et coagula Justo en ese espacio donde la mano descansa y una casta acuosidad devela un hálito de sudores y cinabrio.
Nunca he sabido si es mejor dormir sin recordar O despertarse en la añoranza de esos mundos perdidos Pero es allí en algún hiato de otro siglo donde anida como pequeño insecto larvando el tiempo esa textura que se desliza insomne hacia nosotros los despiertos Los huérfanos de estirpe
Pacientemente se inmiscuye por esa discreta oquedad que respira como si fuera a morir boqueando Pececito glauco sobre la arena. Y nos atrae hacia sus tardes de glorietas delineando el índigo sobre los cuerpos acechando sin prisa gestando algún recordado crimen
Entonces parece que casi vemos la figura del hombre gestor de una ciudad como un laberinto hundido en su propia luz de barco en el sopor de la tormenta
Ese espacio el que nos llama Parece precipitarse como granizada Sobre nuestras cabezas Mientras que todavía dudamos De esas espirales que ascienden y descienden Agitando la médula de la casa Abriéndose desde nuestros pies al cielo
Y desde un estero de memorias Que hemos perdido Insiste como el rocío deslizado en la pared Para que podamos ser parte De ese brote fecundo.
Alejandra Pacheco Mamone
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