Carmen Isabel Molinas Bonilla
inéditos
Misa de Pupilas
Campana de domingo anunciador y pleno; hace mucho no voy a misa, ni siquiera lo pienso, porque cansadamente el furor me regresa, me acuerdo de las otras madrugadas de sueño y realmente no quiero revivirlas de nuevo. Épocas de pupila, catorce años apenas, con la revolución de mariposas inquietas como hormonas. Las seis de la mañana, la capilla poblada de rostros somnolientos. Arrodilladas siempre, bajo la atenta mirada de las monjas, mientras la misa de un cura viejo y sordo se hacía tan larga como un tren cansino. Mis compañeras y yo allí, desmadejadas, sin entender lo que decía, todavía nos daba la espalda y rezaba en latín. Las reformas llegaron luego, cuando ya no teníamos obligación de asistir diariamente. Tan insulsos nuestros rostros, tan cansada de verlos, que no puedo, ni quiero recordarlos. El sueño me vencía en un arco de mayo con los fríos enormes, gigantes aburridos y tenía en el rostro un gesto que atendía pero adentro pensaba en el agua del día, en el sol que asomaba, en las personas buenas que iban al trabajo y nosotras hincadas en los bancos. Los rezos parecían venir desde nuestro interior, pero estaban afuera, ya no tenían aliento, el ave oscura del desinterés y del hastío, volaba sobre nuestras oraciones, proyectando rebeldías. Alboradas, tan secas como espesas en incienso, con la urgencia de un calor que se nos iba entre mármoles y capiteles góticos nos convertían en pequeñas estatuas, sin convicción, ni fe, actuando más que nada por inercia. Esas mañanas que recuerdo desde mi azoramiento, no quiero más vivirlas, me cansaron de adentro.
RECURSO DE VIOLETAS
Las violetas se asomaron un poco, tímidas como siempre pero bellas, yo las espiaba desde mi sombrero, fingiendo que miraba hacia otro lado. Sé bien que cuchicheaban entre ellas, quizá hablaban de mí, de aquella extraña, que con una pamela de ala ancha se demoraba buscando las tijeras. Espero que no se hayan dado cuenta que era para cortarlas, formar unos ramitos y así adornar los violeteros blancos que había en las repisas de mi casa. Cuando me incliné apenas, sucumbieron, el temor las marchitó de pronto y como es natural, no me sirvieron, yo quería flores frescas como adorno. Me alejé con algo de tristeza ¡pobrecitas se habían muerto de miedo! Corté unos gladiolos que detesto, porque agobian con su vanidoso tamaño y se vanaglorian de sus corolas que imitan volados. En casa tuve que buscar un florero, de los grandes que ocupan mucho espacio y aunque me gusta más lo pequeñito, allí permanecieron, como siempre, agrandados. Al otro día pasé por el cantero de las pobres violetas aprensivas, imaginé sus pétalos resecos desparramados sobre la tierra plana, pero me sorprendieron, allí estaban frescas y rozagantes como ese sol ritual inmaculado, que nos acariciaba entre la brisa, me habían engañado sutilmente con las únicas armas que tenían. Fingieron, ya lo sé y desde entonces, nunca corto violetas, les perdono la vida.
Carmen Isabel Molinas Bonilla Escritora de artículos especializados en prensa escrita. Escritora y poeta, participante en Congresos, Recitales y Encuentros Literarios, así como también en Ferias del Libro de Maldonado y San José. Coordinadora de Talleres de Creatividad en el 1er. y 2do. Congreso de Literatura realizado en octubre del 2012 y 2013 en Punta del Este, Maldonado, Uruguay.Presentadora de Libros en el Congreso 2013 y en la Casa de la Cultura de Maldonado, Uruguay. |