Oscar Darío Velásquez Lugo

 

PINOCHO Y FRANKESTEIN

 

Se encontraron estas dos figuras de la literatura clásica en la discoteca “The Sky is it” en Amsterdam. Bebieron ginebra mezclada con cerveza hasta que quedaron tumbados en la mesa. Pinocho recordó la indignación con su progenitor. Pero Frankestein expresó que a él le fue peor, que nunca recordaba haber sentido amor.
Abrazados como parceros y como si se conocieran toda una vida salieron del aposento discutiendo en un lenguaje incomprensible.

Tambaleándose de un lado para el otro siguieron chuecos y desbaratados hacia el Barrio Rojo, quizá el más conocido de la ciudad.

En la madrugada, una patrulla encontró un martillo en el piso junto a Pinocho despedazado con un letrero colgando sobre su pecho que decía: “error científico… ¡Acá terminan tus lágrimas y tu dolor!

 

PAMBELÉ
El negro que enterraron vivo los colombianos

 

Esta historia comenzó en San Basilio de Palenque un pueblo que tenía más cara de ser un pueblo azotado por el abandono que cualquier otra cosa.
La plaza de mercado con toldos de lienzo, un parque esquelético polvoriento y una capilla amurallada en adobe con el cementerio a un costado, conformaban los monumentos de aquel pueblo fantástico que al final de cuentas no tenía manera de ofrecer alternativas a su gente.

Y fue allá en Palenque donde nació un chico que con el tiempo apodaron “Pambelé”, al mismo tiempo que los palenqueños repararon que de la fisonomía entusiasta y alegre del niño -pelo miñaturizadamente encrespado, labios gruesos, dentadura grande, blanca que fulguraba desde lejos- resaltaban los rasgos y porte de un pleno negro africano.

Allá en Palenque sucedía algo curiosísimo. Los jóvenes parecían engendrar el símbolo de la esperanza ante el hecho que casi involuntariamente allí las costumbres evocaban 500 años de retraso como cuando se vivía en la época de la colonia. Como si todavía el pueblo cargase el peso amargo de la esclavitud. Como si los de allí fueran el más vivo ejemplo ante el mundo de la negligencia humana embestida contra aquella comunidad colmada de negros enclavijados en un continente entre indígenas menos despreciados y la casta heredada de españoles mestizos.

Antonio Cervantes Reyes fue el nombre con el que se registró al prodigioso niño nacido a mediados de los cuarenta y quien fue haciéndose ídolo por llevar hasta la gloria al devoto pueblo, pues a pesar de la falta de oportunidades en aquel poblado olvidado, el muchacho asegurábase asimismo, que aunque nadie diera un peso por su talento, él personalmente se encargaría de volver realidad su sueño. Entonces sí que todo cambiaría. ¡Yo no soy de palabrería coño..., pero..., pero con estas manos..., ni las rocas! Seré tenaz en cualquier ring..., Yo haré temblar hasta las cuerdas no joda. Que se escuche con atención: ...Colombia..., el mundo con órbita y todo sabrán cómo es que pega el negro Pambelé.... Habrán de ver... se van a acordar de mí, había vociferado el joven a la vez que marcaba una sentencia.

Pambelé se había dejado ver en peleas callejeras, a veces como cualquier otro joven dejaba ver su cara de indomable, busca pleito, un muchacho impulsos sin medidas, sin ambiciones restringidas.

Pero Antonio al final de cuentas era laborioso. Eso era simple de constatar, pues mientras otros jóvenes palenqueños jugaban a la pelota caliente o correteaban de arriba para abajo con un balón de trapo, a la vez que iban aprendiendo las mañas de la calle del pueblo de San Basilio - trataban de colarse para asistir a las peleas de gallos y soñaban con perseguir mujeres y apostar tanto dinero como los mayores- Pambelé iba día a día edificando esa idea de convertirse en hombre de talla en el boxeo mundial. Años después de llegada la fama Pambelé se convirtió en una verdadera perla costeña y el mejor embajador de Colombia sin dejar menor duda que había nacido para enaltecer su patria, para traer consigo la máxima de las glorias hasta su pueblo natal. Como gimnasio, esos los primeros años, improvisaron un cuadrilátero en un lote baldío donde había existido un garaje para reparar automóviles, en donde ahora sólo quedaba un trio de perros envejecidos custodiando un letrero oxidado.

De manera que del techo del aposento colgaron sacos rellenos de arena que en los entrenamientos balanceaban como cerdos enganchados en el matadero que le hicieron ganar potencia en los brazos y que junto con una docena de neumáticos viejos regados en hileras por el suelo le ayudaron a desarrollar esa agilidad en su pegada que lo llevó a ser condecorado en el Hall de la Fama del boxeo mundial. Así fue como dio sus primeros pasos y forjó las fibras musculosas que después parecían aceradas.

Con el paso de los meses, a medida que incrementaba su progreso, los palenqueños fueron haciendo famoso su nombre en los peleas de barrio. Pasados unos años, ante miles de escépticos, aquel Kid Pambelé de niñez y juventud sufrida, aquel hombre salido de la miseria, se convirtió en el retador número uno del hasta entonces temido argentino Nicolino Loche. La batalla duro 15 los rounds completos.

El gran Kid dejó ver su tenacidad.

Entonces mereció que lo sacaran en hombros como sacan a los toreros aunque la pelea la perdió por puntos.

¡...Pambelé...!, comenzaron a llamarlo reconociéndolo como el nuevo redentor de Palenque.

Un año después, cuando desafiaba por segunda vez la corona del mundo de los Welter Junior en manos de Pepermint Frazer, la gente de Palenque no paró de la algarabía. "Pambelé será el campeón, decían a la vez que clavaron pancartas en caseríos aledaños, mandaron imprimir boletines recordatorios con su foto con corona de rey en una imprenta de Cartagena para que nadie fuera a pasar por alto la contienda.

Ese día se repartió Aguardiente Costeño desde temprano.

Las mamás, por tener algo que hacer y matar el tiempo hasta que llegara la hora del combate, lavaron los quicios de las entradas, fritaron para todos en calderas porciones de plátano, pescado y cocinaron arroz con coco como si se tratase de la última cena. Esa mañana hasta el cura, un personaje esotérico de definido abolengo español, ofreció la misa en su nombre luego que el alcalde ordenara tomar el lunes festivo. Siempre y cuando Pambelé arrebatara el título.

De modo que de la noche a la mañana San Basilio se vio envuelto en una fiesta que congregó a los palenqueños en una gran familia.

Entrada la noche la gente se amontonó en una de las pocas casas con televisor en el pueblo. Estaban reunidos ansiosos. ¡...Eche…, no joda chico…, qué se llegue la hora del combate de una vez...!

La noticia de la contienda había logrado poner en suspenso a los de la costa como también a otras regiones del país. Es más, la excitación que levantaba la pelea, por decir lo cierto, llegó a traspasar los límites. Y todo el continente estuvo nervioso pues el negro de Palenque había despertado expectativa a nivel internacional.

A los pocos minutos después de iniciar el reto Pambelé resultó ser un gallo de golpe certero. Había vencido al campeón Peppermint por la vía del Knockout.

Así el negro Pambelé se convirtió en el símbolo de la primera simbiosis significativa entre las razas del país dejando sin huella y sin precedente alguno las diferencias sociales que hasta ese momento formaban una clase de status quo que venía desde la guerras post coloniales y que ni siquiera la misma independencia había logrado erradicar.

Pambelé... Nuestro Campeón es Mundial. La hermandad fue total.

Los palenqueros no se cansaban de vociferar, ¡Viva el máximo de Palenque...!.

¡Qué viva el Kid Pambelé! “Pambelé es el regalo de Palenque para Colombia linda”.

La noche del triunfo Colombia entera se paró en la cabeza y por todos los rincones en los pueblos de la costa se organizaron parrandas y verbenas.

Entonces, por primera vez en la historia, a la sombra de un mismo ideal, de una misma consigna, los políticos liberales y conservadores se aliaron para que sonasen bandas papayeras, orquestas cumbiamberas y todo un sinnúmero de grupos de vallenateros regionales que días después también fueron contratados para amenizar comparsas que desfilarían por Palenque al arribo del Kid Pambelé, quien al ver tanto alboroto, tanto jaleo, tuvo que abrirse paso entre la muchedumbre, las danzas folclóricas y varios grupos de serenateros con gaitas. Fue tanto el fiestón que hasta los burros disfrazados y loros parlanchines, que permanecieron el día aguantando los 35 grados al pleno sol, parecían olfatear el aire de triunfo y de júbilo. El triunfo de Antonio había tenido eco lejos y repercutido tanto más que lo que alguien jamás se hubiera imaginado.

La euforia, que había llegado a conmocionar a los capitalinos, afamados por el espíritu frio y calculador, dejó como resultado varios heridos que luego terminaron en la morgue, como es de suponerse en un país que vive al borde saboreando la violencia. Era una época de gloria en la que ni siquiera el Tiempo ni el Espectador, los periódicos importantes del país, pudieron contener el estruendo en sus páginas titulares. El Kid es Nuestra Honra. Por Fin el País Tiene Mano Fuerte. ¡El Kid es Un Gallo con Espuelas de Oro!

Entonces los niños y hasta los animales caseros que nacieron en esa época fueron bautizados con su nombre. También por decretó, se llevó a cabo la construcción de una escuela de boxeo para que los jóvenes siguieran sus pasos. Se hicieron bazares y rifas utilizándolo como la propaganda eficaz para lograr una causa. Sin embargo aquel apoteósico inicio nunca concordó con su bagatelo fin, pues el tiempo, que es como una mancha atravesada en el espacio de los humanos, hizo que las victorias del palenquero se relegaran sólo en la memoria de los que lo recordaban como el mejor del mundo mientras que él en su cuarto revivía imágenes. Pambelé. Viva el rey Pambelé.

Desde ese entonces comenzó la otra fase de la carrera de Pambelé en aquel país que había hecho hábito de derrocar sus héroes.

La gente lo fue enterrando vivo cuando conocieron que el orgulloso y desbancado Kid tenía problemas que limitaban entre alcohol y drogas.

Convertido en un hombre metropolitano había preferido instalarse en la capital por un tiempo en vez de regresar al humilde pueblo de san Basilio. Palenque era, según decía, el único lugar donde el paso de los años parece no tener mayor consecuencia. Por la época que volvió, no duró más que unos cuantos días la visita.

Al Palenqueño lo asustaba el hecho que los lugares se conservaran tal y como él las conociera en su juventud. Decidió entonces que a San Basilio lo llevaría nada más que en sus recuerdos. "En ese pueblo asustan, el futuro de Palenque está anclado a su pasado", comentaba a la gente que preguntaba cómo veía a su pueblo.

El hecho es que en aquella capital no lo habían olvidado del todo. Aunque hubiese pasado mucho tiempo de haber perdido la corona y se refundiera entre los caminantes, lo advertían a leguas por vestir camisas guayaberas con tonos arrebatados, trajes de colores llamativos, zapatos blancos de charol que mostraba orgulloso junto con un inmenso reloj y una pulsera eslabonada de oro. Actitud que los frívolos ciudadanos tildaban de estrafalaria deshabituados a los estilos extrovertidos costeños. Los capitalinos perdieron ese respeto bien ganado y merecido.

Entonces convirtieron a ese mítico hombre en un payaso, sin saber que la burla le llevaba a sentir asco y desprecio por cada uno de ellos, inclusive desde su mismo estado de embriaguez.

¡Clava tus espuelas campeón! Gritaban para sacar al envejecido negro de sus cabales, como si Pambelé despertara envidia y el desprestigio fuera acto de valor.

Una carrera de triunfos y logros únicos para un orgulloso país se convertía en la pesadilla de sus últimos años.

¡Pambelé! Reían en la Avenida 19 con Séptima por donde aquel día transitaba. Le llamaban de un lado y de otro de la acera para ponerle nervioso, para que brincara como en el tiempo de sus mejores combates.

El negro desesperado, que alucinaba también bajo el efecto de las drogas, se ponía en guardia, con método, ‘A mí no me jodan cuadro..., déjenme la vida tranquila o lo que es yo, les zampo un coñazo..., yo no respondo cuadro’.

Pambelé parecía estarse volviendo loco entre los recuerdos, la confusión callejera y el menosprecio.

¡Cuidado te roban el reloj campeón!

Pambelé, trataban de prevenirlo, jocosos, en corrillo. A sabiendas en Bogotá nadie intentaría confrontar un golpe del palenquero irritado.

Las bromas se extendían a lo largo de ese interminable rio humano y lo que lo llevó a demostrar que no perdía la rapidez.

La muchedumbre lo denigraba viendo que todavía saltaba y montaba la guardia. Pambelé se escudriñaba sin reserva como si estuviese listo para defender un título de campeón hoy convertido en su deshonra. Desentendido que sólo le ridiculizaban para pisotearle esa gloria y ese heroísmo que había obsequiado y que hizo grandes a su misma gente como a su país.

Pambelé había decidido el olvido. Morir junto y con lo suyo. A su lado, una colección de discos compactos que alababan su nombre y los años de gloria, colección que hizo regrabar una casa disquera cuando Pambelé había cumplido cincuenta años. Días antes, mientras mataba la esperanza de volver a enfrentarse al mundo, llegaron los mismos reporteros que reconocieron sus conquistas treinta años atrás. Le tomaban fotos, le pidieron que firmara autógrafos como queriendo ridiculizar el tiempo. Era temprano e hicieron que levantara de la cama para posar con su dentadura esmaltada, que cuando sonriera pareciera deleitado frente a la cantidad de trofeos amarillentos y mal empotrados en los estantes del cuarto.

Tan pronto como se fueron los reporteros, se recostó liberado de tanto acoso. Luego, escuchó la canción de Celia Cruz con la Sonora Matancera. Pensaba en la fama, en los homenajes, la gloria hecha trapo de cocina. Soltó una carcajada que retumbó en las paredes de la casa al saber que era ausente a su grandeza y decidió el enclaustrarse para siempre. "

...Songo le dio a Bolondongo

Bolondongo le dio a Belnabe

Belnabe le pego a Muchilanga

Le echó burundanga, le hincha los pies

A Pambelé... le pica el amor

defiende lo malo

Porque siendo hermano se vive mejor..."

...Y desde aquel lecho Pambelé evocaba con tristeza las callejuelas secas de San Basilio. ...El sueño de hacer grande al pueblo..., mientras soñoliento continuaba repitiendo el coro que se aprendió de memoria. "

¿Por qué fue que Songo le dio a Bolondongo?

Porque Bolondongo le dio a Belnabe.

¿Por qué Bolondongo le dio a Belnabe?

¡Porque Belnabe le pegó a Muchilanga!

¿Por qué Bernabé le pegó a Muchilanga?

¡Porque Muchilanga le echó burundanga!

¿Y Por qué Muchilanga le echó burundanga?

¡Le echó burundanga y le hincha los pies!..."

 

 

 

 

16-lugo

Oscar Darío Velásquez Lugo nació en Bogotá Colombia. Desde muy temprana edad demuestra interés por la literatura. Sus primeras coplas datan de la época escolar. Estudió Bellas Artes en el Saddleback College-California, español y Literatura en la Universidad de Amsterdam y Literatura Anglosajona en la Universidad Libre de Amsterdam. Su compromiso con el arte lo ha mantenido dinámico en la producción literaria. Su primer libro Un Colombiano Vikingo-Cuentos y Poesías fue editado en Bogotá el año 2000. Además, ese mismo año, para cerrar el siglo con broche de oro, obtuvo el primer puesto en el concurso de poesía Naturaleza y Milenio en Ámsterdam. El escritor participa activamente con sus poemas, cuentos y crítica narrativa en talleres de arte, galerías y eventos culturales en Holanda, comprometiendo su trabajo artístico para el desarrollo cultural. En el marco de la era digital difunde su poesía en Facebook e interactúa y desde el año 2010 con sus blogs artelatino-amsterdam.blogspot.com y sus escritos en prosa en su blog escritoresdeluniversum.blogspot.com .