Milka Garay
Capitulo primero de Pelota Rebelde
Capitulo I
Uno ¿Y si me animo? ¿Y si lo hago, qué? Sé que en el fondo mi
mamá no quiere.
Aunque me diga que para ella lo más importante es que yo
sea feliz, a ella no le gustaría verme en una cancha de fútbol.
Sí, no me dijo “no vayas”, pero yo no soy boba. Sin ni siquiera
preguntarle, me dijo: “Si vos querés, y si te portás mejor… el
ambiente no es muy lindo, pero…”. Y entendí todo: es obvio
que no quiere. Pero… ¿y lo que yo quiero, qué? ¿No importa?
No, obvio que no, tengo 11 años, estoy en quinto año de
escuela, no tengo ni 18, ni estoy en la Universidad. ¿Pero para
qué lo pienso tanto, si igual no me van a dejar hacer lo que quiero?
Los adultos ven mal que una niña juegue al fútbol, así que
no voy a ir a jugar a Nacional aunque sea mi sueño, me voy a
quedar con las ganas, por más que haya sido el propio técnico el
que me haya venido a buscar a mi casa (o mejor dicho, al bazar
donde trabaja mi mamá). ¡El propio técnico del Nacional vino
a buscarme para que me pruebe! Le dijo a mi madre que hace
un tiempo me vio jugando en el campito con mis amigos y que
tengo condiciones, que atajo bien, que estaría bueno que fuera
a practicar... ¿Pero y si voy, se me escapa una pelota y todos se
ríen de mí? Sería lo peor, porque al fin y al cabo tampoco soy
tan buena, atajo muchas de suerte, nomás…
—Hace una hora que estás rayando la hoja y no hacés nada.
—No estoy rayando, Rodri, estoy haciendo pelotas y escudos
de Nacional. —Tá, pero no estás trabajando…
—¿Y? Pero estoy callada… Además ¿vos qué, sos mi amigo o
sos amigo de la maestra?
—Soy tu amigo, por eso me preocupo por vos, porque te va
a decir algo cuando vea que no copiaste nada.
—Me da lo mismo, dejame…
—Ni el título del trabajo anterior,
pusiste… Dale, ponete las pilas.
—Tá, Ro, dejame en paz, yo estoy pensando en algo importante.
Aparte decime: ¿está diciendo algo que me va a cambiar la vida
o sigue hablando de los indígenas de hace quichicientos años?
—Shhh, callate que te va a escuchar, no está hablando de los
indígenas, está…
—Bueno, tá, más o menos de eso habla, si no habla de los
indígenas, habla de algo parecido, pero yo estoy…
—Milka, ¿qué estoy diciendo? —me interrumpe la bruja
con su cara habitual (de bruja, claro).
—¿Qué estabas diciendo me preguntás? ¿Por qué me lo preguntás a mí?
¿No tenés como treinta y nueve más? ¿Por qué a mí, eh?
—le pregunto dando el lápiz contra el banco, y al
instante se le quiebra la punta.
—Porque eras tú la que estaba hablando…
—Todavía rompo el lápiz… —murmuro, y continúo—
Claro, y como siempre, yo hablo sola, ¿no?
—Milka… —La maestra pronuncia mi nombre intentando
que la escuche.
¿Milka, qué? Odio mi nombre: si me llamara Valentina,
como mi mejor amiga, la bruja podría estar nombrando a otra
Vale. Pero no, “Milka” me llamo solo yo, acá en la clase y en
cualquier lugar, y siempre me están llamando como si yo fuera
un monstruo… Además, con el nombre horrible que tengo,
tener que escucharlo cada dos minutos es lo peor, no necesito
que me lo recuerde tanto.
—Estabas hablando de Artigas, del acto, de algo que tenemos
que hacer o leer, de que no íbamos a participar todos porque
no sé qué cosa, y no sé qué más, pero más de lo mismo que
hacemos todos los años, diciendo lo valiente que fue el prócer,
¿o no? ¿No era de eso de lo que hablabas? Preguntale a otro, y
vas a ver que yo era la única que te estaba escuchando… O no,
¿sabés qué? Mejor dejalo así, no les preguntes, así yo sigo siendo
la única mala, total... —Digo todo eso sin respirar un segundo.
No espero que me responda y comienzo a sacarle punta
al lápiz, a ella le alcanza con observarme así, como un ogro, como
si a mí en este momento me importara… Estoy viendo qué voy
a hacer de mi vida y la maestra quiere que a mí me importe
Artigas, no, la verdad que no… Además yo ya sé del prócer,
sé cuándo y dónde nació, sé que fue el Jefe de los Orientales
porque ese nombre se le dio en la Quinta de la Paraguaya,
donde es hoy el Gran Parque Central, el estadio de Nacional.
Sé que se casó con su prima, que fue derrotado por los argentinos
y que luego de eso huyó a Paraguay… Ah, también que hizo o
intentó hacer el “reparto de tierras” o algo así. Todo eso sé de
él, pero no porque yo sea muy crack, la verdad es que ayer lo leí
de una revista, además de que lo repiten las maestras año tras año...
—Milka —termina diciendo la bruja, después de tres horas
de rezongos que yo nunca escuché—, no tienes recreo —solo
oí esto último, lo único importante de sus seiscientas palabras.
Me maté diciendo lo que ella había dicho de Artigas para
taparle la boca, y ella en vez de decirme “muy bien”, ¿se la
agarra con mi recreo? ¿Justo con el manchado?
Siempre igual, me quita lo único que yo quiero. La odio a ella,
a su poder, a Artigas y al que dijo que el fútbol es cosa de varones...
Y lo peor, el día de hoy, no es no poder jugar al manchado
y tener que ver a mis amigas mientras ellas sí lo hacen, y a la
vez ver cómo la maestra disfruta que yo no pueda…
No: hoy lo peor es que desde donde estoy parada (donde está la bruja)
tengo mejor vista de la cancha de fútbol. Como si con no jugar
al manchado fuera poco, encima esto, ver cómo los varones de
mi clase y los de sexto corren detrás de la pelota… siendo para
ellos lo normal. ¡Qué injusto que lo que yo quiero no sea para mí!
Porque esa es la verdad, yo quiero atajar, yo quiero ir
y decirle a mi mamá que llame por teléfono al técnico y que le
diga que sí, que voy ir a jugar al femenino de Nacional, que ya
quiero ponerme la camiseta más linda del universo y defenderla
en un partido a morir y ser feliz con eso… Pero si la maestra
le sigue llenando la cabeza a mi mamá con mi supuesto mal
comportamiento, no voy a ir ni a la esquina. Maldita maestra,
maldita mi madre que le cree y maldito fútbol por ser el mejor
deporte del mundo.
—Mil, ¿no jugás? —
No puedo, ¿sos ciega? —le respondo a mi compañera
que, o es ciega o me está tomando el pelo. Tengo la custodia de
la bruja, es obvio que no puedo.
—Milka, tu compañera no tiene culpa de que tú…
— comienza a molestarme Gladys, pero yo la corto:
—Y bueno, ¿para qué me pregunta si ya sabe? Aparte no te
metas —termino murmurando—, nadie te habló a vos.
—Muy bien —me responde con odio, pero sé que lo último
no lo escuchó, si no, no estaría tan tranquila.
—¿Qué? ¿Entonces puedo ir? —le pregunto unos segundos
después, esperanzada: ya casi termina el recreo y en una de
esas se arrepiente de ser tan mala y me deja jugar los últimos minutos.
—Nooo, no puedes… —me responde llena de felicidad.
—Gracias —le digo con ironía.
—De nada —me responde de igual forma.
—¿Milka?
Ufa, ¿qué quiere ahora?
—¿Qué?
—Cuando toquen la campana, tirás el chicle.
—Yo ahora estoy en el recreo, cuando toquen la campana,
veo… —murmuro.
—Lo vas a tirar —insiste con tono firme.
—Sí, dale, dale —respondo corriendo mi mirada de la suya.
—¡Milka! —gruñe, y vuelve a hacerme el jueguito de
“te miro mal para que me tengas miedo”, cosa que no resulta pero
bueno…
—Tá, como quieras, no me molestes más —digo entre dientes.
—Sí, exacto, y como yo quiero que lo tires, lo vas a tirar,
Milka.
Encima de todo, tiene buen oído.
—Lo voy a tirar, sí —ironizo, y ella se resigna. Murmura
algo que no entiendo, pero no dice más nada, me deja en paz.
Minga lo voy a tirar, minga.
Milka Garay
De Montevideo, Uruguay Escritora independiente.
Trabajo social en Facultad de Ciencias Sociales
Estudió en IINN Montevideo. Estudió periodismo deportivo.
Vive en Ámsterdam |