Juan Tajes

Viaje a la nada de mi cuerpo

 

Llego al hospital a las doce horas y treinta; me anuncio en la recepción. Un minuto más tarde estoy en el ascensor equivocado; en el entrepiso me indican un largo corredor, otro edificio, puertas automáticas, un recodo y otro ascensor. El noveno piso es el último. En ese momento el personal de guardia está comiendo, todos vestidos de blanco. El olor a comida es nauseabundo. Una enérgica dama blanca me lleva apresurada a mi habitación, todavía masticando un resto, y me insta a que me prepare para la aplicación de los electrodos. Es en la sección Somnología, piso tres. Tomo asiento ante un escritorio sobre el cual enorme pantalla de ordenador deja ver complicados diagramas. Una mesita rodante despliega numerosos cables, pinzas, gasas, frascos rotulados y sospechosas jeringuillas hipodérmicas. Dos asistentes-practicantes cumpliendo su rutina, interrogan, llenan formularios y de vez en cuando responden a mis preguntas. Luego proceden a desinfectarme la piel en las zonas donde aplicarán los electrodos, veintiocho en total. Para favorecer el contacto eléctrico raspan levemente la epidermis con papel de lija, fijan el electrodo con esparadrapo previamente engomado y lo presionan para que se adhiera firmemente al lugar necesario. A través del esparadrapo pinchan con la sospechosa jeringuilla hipodérmica, revuelven de un lado a otro arañando la piel para que favorecer el contacto.

Así conectan uno a uno los electrodos en piernas, ingles, espalda, pecho, mandíbula, nuca, sienes, frente y cuero cabelludo. Alrededor de la cabeza sujetan una sonda transparente con dos pequeños catéteres que introducen en las narinas para medir la capacidad pulmonar y la presión del aire. Un sensor con una lámpara roja, pinzado en el dedo meñique de la mano izquierda, controla constantemente el pulso. Una vez extendidos los cables bajo mi ropa los sujetan con un cinturón al pecho y los conectan a un ordenador portátil colgado a mi hombro, como una cartera, para favorecer la movilidad, afirman. En el computador introducen una tarjeta con un microchip que registrará la actividad respiratoria, muscular y eléctrica de mi cuerpo durante doce horas. El aparato está programado para activarse automáticamente a las diecinueve horas y se desactiva doce horas más tarde. Salgo del departamento de Somnología equipado como el robot, que no soy.

Regreso a la habitación 903 y comprendo que soy prisionero de un sofisticado aparato de control, paradoja de la libertad individual durante doce largas, interminables horas. El cuerpo, en toda su miseria, es anónimo protagonista y víctima de investigación científica. Lo que no significa una solución para mi. Convertido en un artilugio electrónico miro en derredor los escasos metros cuadrados de la habitación atiborrada: cama mecánica, mesa de luz multiuso y obsoleta, armario, mesa de comer, mesita, sillas plegables, sillón. Lo primero reorganizar el espacio. Coloco el sillón junto al ventanal, nada fácil con el ordenador colgando del hombro. Desplazar cama, mesa de luz y mesa grande para dejar un mínimo espacio para el pesado sillón metálico, seguramente diseño anatómico para velar largas horas al lado de un enfermo incurable o para una larga e ineficaz convalecencia. En mi caso ni una cosa ni la otra pues me someto a un simple análisis somnológico, dijo el Médico Neumatólogo. Los cables, el pesado aparato colgando de mi hombro, los tirones del esparadrapo en las regiones vellosas de mi cuerpo e intentar re decorar una habitación en esas condiciones, no son ni simples ni entran dentro de la cotidianeidad.

Sentado por fin en el sillón, al lado del ventanal, puedo incómodamente sucumbir a la psicosis del paciente. En el alféizar de la ventana mis libros, diario y cuaderno de notas. Un vaso de té con gusto a hospital y un jugo de naranja sintético y empecinadamente anaranjado completan el desolador decorado interior. El decorado exterior no es más reconfortante. Visión panorámica con primer plano de altas y delgadas chimeneas, segundo plano de edificios bajos, perspectiva lateral de polideportivo inflable iluminado día y noche, horizonte de edificios cuadrado sobre terrenos desecados en tonos invernales de verdes, marrones y grises con cuadriculado de carreteras y calles, surcadas a tiempo lento por prolijos e insonoros tranvías eléctricos, autobuses y el trafico ordenado de los suburbios. Completan la escena el cielo plomizo, la lluvia y el silencio del tren cortando la imagen en diagonal.

Durante las horas siguientes el origen de las molestias cambia si mantengo el libro abierto con la mano derecha o la izquierda, según paso las páginas, escribo, garabateo en mi cuaderno o bebo un sorbo de té. El sistema de calefacción, constante y no regulable, con un sonoro borbotear de agua de las cañerías como un surtidor llenando un infinito recipiente metálico, contribuye a experimentar la más variadas sensaciones y asociaciones que van desde la tortura a la inundación. Discretos golpes en la puerta anuncian la visita de enfermeros y enfermeras que inquieren sobre mi estado de ánimo y ofrecen agua, jugo y té de hospital. Pido algo para masticar, para pasar el tiempo y me dan galletitas, 2. A media tarde, un dama, obstinadamente rubia y con acaramelados anteojos, irrumpe en mi hospitalaria realidad empujando una mesa rodante llena de libros: dos bandejas de ilustrados volúmenes de llamativas y dudosas ediciones. Un título llama mi atención, Alejandro el Magno y un autor escolástico pero lo suficientemente imaginativo como para describir los pensamientos de personajes históricos, tal cual tstigo presencial de los hechos. A pesar del ocio obligado, la seguridad de estar perdiendo irremisiblemente el tiempo es una angustia por la que uno se deja llevar, aunque la razón me diga que no tiene por qué ser así.

Después de la cena de hospital y cuantiosas tazas de te, a pesar de cables y electrodos, de cánulas nasales y electroencefalogramas, intento concertar el sueño, inmerso en la aberrante situación. Las horas más largas son las últimas. En cierto momento el ser se evade de la espiral insomne, el cuerpo se agita, la mirada recorre la penumbra y la mente, reconociendo objetos, formas y olores, se aferra a la vida. Ya estamos otra vez alerta. El repugnante desayuno se hace sublime manjar, néctar y ambrosía en el paladar del héroe. La prueba final antes de la desconección definitiva, del tiempo vencido pero recuperado en el ansiado resultado del análisis. A las ocho menos diez estoy ante la ventanilla y a las ocho en punto me informan, entre impericias facultativas, que el sofisticado artefacto electrónico al cual estuve conectado por doce horas, no ha registrado información ninguna a través de los veintiocho electrodos, sondas y cables, pues se olvidaron de conectarlo al ordenador. Error humano, dicen. Puede suceder. No hay frustración, pero si la pena del tiempo mal gastado, la experiencia mal adquirida, la vergüenza de mis propias flaquezas y la flaqueza de mis propias vergüenzas.
De “Exabruptos” © Juan C. Tajes

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JUAN CARLOS TAJES Montevideo 1946. Poeta, escritor teatral, narrativa. Artista multidisciplinario. Co-fundador del GRUPO VANGUARDIA DE POESÍA (1963-1073). Presidente Asociación Carlos Gardel de Amsterdam. Académico Representante en Amsterdam de la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires. Director del Cpmmedia dell’Arte Centrum, Amsterdam. Desde 2006 es profesor de Arte Oratoria en la Universidad de Ciencias Políticas de Paris y de Argumentación en la Escuerla de Derecho de la misma Universidad Sc.Po.

POESÏA
Canto al Hombre (1963) / Cristos de Arcilla (1964) /La otra guerra (1970) / Tantango (1996) / Tiempo de palabras (2015)/ Los Confines del agua (Aldea 21, Mexico, 2016) Conjuro-Fetiçios (Brasil 2018)..

ANTOLOGÍA
Esquina Cero (Argentina, 1965) /Sonneten-De tweede ronde (Holanda, 1998) / Peëzie in het park – Poesía en el parque (Holanda, 2008)/ Op zoek naar verleiding- En busca de seducción (Holanda, 2014) / 50 años grupo Vanguardia 1963/1973-20 poetás de acción y una canción esperanzada (Montevideo, 2013)/ Las nuevas letras del tango uruguayo (Montevideo, 2013) / )/ ¿Hay cura para el amor? (España, 2016)/ Let’s talk about summer – Hablemos del verano (Alemania,2017) / Leaves of autumn – Hojas de Otoño (Alemania, 2018) / Sangre nueva (Holanda, 2018) /Antología FIBECO (España, 2018).

ENSAYO
Adoum o el Teatro de la Subversión (Les cahiers du littoral - 2011) (Revista Bilbiographica Americana Argentina - 2014) / Arte y Sociedad (Conferencia de Babel, Holanda,2014) / La insaciable avidez de la burguesía (Amsterdam Sur – 2014- Aldea 21, México - 2015)

TEATRO
Amicitia 83 (De Woelrat, Holanda – 1983)

FESTIVALES DE POESÍA
14 aniversario de Liceo Poiético de Benidorm en Estambul (2104) 14 Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua (2018) 3 Festival Internacional de Poes\ia Benidorm y Costa Blanca (2018)

Colaborador de las publicaciones literarias Amsterdam Sur (Holanda), Aldea 21 (México), Gente de Palvra (Brasil), Realidades y Ficciones (Argentina).