Cuentos

Fernando Silva

 

EL ALAMBRADOR

Antonio Baiz fue alambrador toda su vida. Con sus cuatro hijos había formado un equipo de primera. No había nadie mejor en la zona. Terminado su trabajo recorría el alambrado golpeando los distintos hilos con su facón. Tenía que sentirse el sonido de la vibración provocada por la tirantez de los alambres. Recién en ese momento quedaba conforme.

Vivía en un rancho cercano a un camino vecinal, construido de ladrillos de adobe secados al sol con el techo de paja. Una galería lo rodeaba. La misma era aprovechada por él, para sentarse y observar el pequeño huerto del que su esposa Angélica, sacaba la verdura necesaria para los ensopados que tanto le gustaban. Un corderito que había quedado sin madre trotaba por otro sector cercano.

Muy cerca de fin de año, cuando faltaba poco para la Navidad, llegó su hija Lorena acompañada por su único nieto José Luis, de nueve años.

Mientras caminaban por la pequeña chacra, el abuelo explicaba a su nieto el uso de los distintos yuyos, unos para la digestión, otros para bajar la fiebre, o para mejorar de distintos males. Llegaron al huerto de la abuela con cantidad de hortalizas primorosamente cuidadas por ella.

-Abuelo, ¿me hacés un árbol de Navidad?

Antonio pensó de dónde iba a sacar alguno que se le pareciera. Entre los que daban sombra a la casa ninguno servía.

Fue entonces que se acordó de su oficio. Con alambre comenzó el trabajo. De sus manos, con el amor de abuelo, formó el árbol solicitado por su nieto. Esa noche, cosa rara, los cocuyos invadieron el campo. Cazó varios y los puso en pequeñas jaulitas las que colgó en los extremos de lo que serían las ramas y una en forma de estrella en la parte superior del árbol.

Y llegó la Nochebuena. El pequeño grupo se reunió alrededor de la mesa. La abuela le dijo a su nieto: -Esta madrugada cuando cante el gallo ¿sabés que dirá? ¡Cristo nació! ¡Cristo nació! y si ponés atención el cordero que está en el patio le contestará: ¡Cantalée! ¡Cantalée!

-José Luis, tengo algo para ti. El abuelo trajo el árbol hecho por él. Apagaron los faroles para dejar la habitación a oscuras. De pronto en cada extremo brotó la luminiscencia de los cocuyos. Todos vivieron un momento de gran emoción. –Abuelo, ¿cuánto durará la luz?

-Es magia. Quizás pueda durar toda tu vida mientras recuerdes este momento. Ahora me ayudarás a liberar las luces para que puedan alumbrar otras navidades en el mundo. Fueron con el árbol al patio. Luis abríó las pequeñas jaulas y los insectos salieron volando. Parecía una danza de alegría cuando se cruzaban en el aire. La danza de sentirse libres.

El niño entendió el mensaje. Ahora, ya hombre, cuando con su familia se reúnen en Nochebuena, aparecen luces rodeando un árbol de Navidad de alambre.

 

EL CASTILLO DE TRES ARBOLES

Luego de muchos años Don Eusebio Costa y su esposa Soledad Real lograron que toda la familia aceptara vivir en el Castillo de Tres Arboles. Con el tiempo sus hijas vieron que esa no era la vida que querían para ellas por lo que resolvieron volver a la ciudad. Una cosa era efectuar una visita esporádica y otra aceptar el mugido del ganado o el canto de miles de aves que poblaban el lugar sin oír otra cosa. Pero su hijo mayor Miguel Hernando se compenetró al medio trabajando a la par del personal. Don Eusebio veía con orgullo el empeño que ponía su hijo para aprender todo lo relacionado con el manejo del ganado. Los antiguos corrales de piedra aún eran utilizados para el encierro de las tropas que se traían para marcar. El lamentable accidente ocurrió cuando el caballo que montaba Miguel en un corcovo lo arrojó en medio de los animales que, empujados por los peones corrían hacia los corrales siendo pisoteado por éstos. Cuando se alejaron el cuerpo destrozado del muchacho yacía muerto. El personal no pudo evitar la tragedia. A pesar de lo ocurrido se mantuvo la costumbre ya establecida desde hacía muchos años de organizar una yerra. El día anterior se sacrificaba una ternera la que al día siguiente muy temprano comenzaban a asar. Varios vecinos concurrían a la ya famosa “Yerra de Tres Arboles”. Carreras cuadreras, de sortija y el juego de la taba animaban el ambiente. En un momento dado vio a Soledad conversando animadamente con el capataz, Manuel Quirós. Daba la impresión de estar disfrutando del encuentro. Anselmo se preguntaba por qué ella no estaba atendiendo a los invitados. Pocos días después el retornaba de una recorrida cuando vio que Soledad y Manuel lo hacían desde otro punto del campo. Ella nunca había sido buena para montar pero por lo visto ahora lo hacía bastante bien. Varias veces la quiso encarar. Con él fue siempre cariñosa y comedida. El bastante mayor que ella, ahora los dos solos en el castillo comenzó a pensar que ella le mentía acerca de sus paseos. Su único confidente, su hijo, ya no estaba. Su muerte lo había llenado de una angustia de la que aún no se había recuperado. Superado totalmente por la situación y omnubilado por los celos partió en busca de Soledad. Cuando ella lo vio se dio cuenta que algo muy grave ocurría. Estaba totalmente fuera de sí y en su mano apretaba firmemente u revolver. Ella intentó acercársele. El la apuntó con su arma. Trató de huir pero él disparó dos veces. Soledad se derrumbó boca abajo alcanzada por la espalda. Se acercó y se arrodilló junto al cuerpo. Lo dio vuelta. Un hilo de sangre partía de la comisura de sus labios. Acercó su oído como queriendo escuchar algo que ella decía. De pronto apoyó el arma contra su pecho y disparó. Cayo exánime sobre ella. El viejo jardinero Don Armelindo, que había cuidado el parque durante tantos años se vio en la triste tarea de sepulturero. Los cuerpos de Eusebio y Soledad yacían juntos. El destino lo había resuelto así producto de odios y celos incontrolables.

En una carretilla transportó el cuerpo de él y luego el de ella. Los acomodó en la tumba que previamente había cavado. Luego de cubrirla construyó un piletón en forma de una extraña cruz. Más se parecía a una equis. De esa forma iba a quedar identificado el lugar del entierro para la posteridad.El aire del castillo se había enrarecido. Ya había estado demasiado tiempo en el lugar. Luego de cerrar todo se retiró. Montado en su caballo observó por última vez el castillo. Tanta tragedia inútil. Taconeó su montura y al galope se alejó, mientras en el lugar la contienda familiar continuaba desde otro sitio.

 

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Fernando Silva

Nació en Salto, Uruguay, estudió en el Colegio Sagrada Familia y en el IPOLL (Instituto Politécnico Osimani y Llerena. Concursó y obtuvo su puesto en el BROU (Bco. de la Rpca. Oriental del Uruguay) donde realizó su carrera de la que se jubiló hace unos años. Ha realizado Talleres con el escritor y Director de la Editorial Botella al Mar, Uruguay- 2013; con el multipremiado escritor uruguayo Rafael Courtoise - 2014 y 2015; con el Prof. Nelson Guerra, premiado escritor y creador del estilo: GUAROJ y miembro de la Directiva de AEDI, Uruguay (Asociación Escritores del Interior) - 2016 Ha publicado “Los Pasos y sus Ecos (cuentos, 2013) Integra las Antologías: Letras Americanas, Volumen II (2013) y Letras Americanas Volumen III (2014) Ha participado con cuentos en la Revista Ámsterdam Sur Formó parte desde el 2009 a la fecha, en los Encuentros Internacionales de las Dos Orillas, evento anual que se realiza en Punta del Este y en el 1er., 2do. y 3er. Congreso de Literatura que se realizan junto al Encuentro. Ha sido integrante de varias Mesas de Lectura en ésos y otros eventos como los Programas de Verano “Soltando Amarras” en Punta del Este y en la Feria del Libro de Maldonado donde presentara su libro. Su cuento: “El sustituto” obtuvo la Primera Mención en el Concurso de Relatos cortos de AUDE (Asociación Uruguaya de Escritores) diciembre, 2014. Su cuento: “El alambrador” obtuvo Mención de Honor en el ·9º Concurso “Dr. Alberto Manini Ríos” AEDI (Asociación de Escritores del Interior) Uruguay, 2016. Participación con dos cuentos en la Antología Literaria Rumano – Uruguaya, editada en Rumania y presentada en Uruguay por la Embajada de la República de Rumania. Edición bilingüe - 2017.