The Oxford Book of Parodies
es una de las "Novelas" de Noventa novelas
de

JAN DE JAGER

 

 

I

 

Hace muchos años, más años de los que me debería confesar si quisiera esconder la

edad que tengo, mi cuñado JH muy generosamente me prestó el Oxford Book of Parodies [from Chaucer to Beerbohm, and after]. Y digo generosamente porque,

además de la calidad y el volumen de dicho volumen, el ejemplar en cuestión le había sido presentado por los directivos del colegio St. George´s de Quilmes con motivo del mérito y excelencia académica de JH en los estudios secundarios, según rezaba el certificado en la portada.

 

Fue en ese libro que entendí los aspectos paródicos de las obras de Bierce y de Joyce, descubrí a Raymond Queneau, y pude deleitarme en especial

–dado que por esos años en la carrera de letras de la UBA pergeñábamos engendros

de traducción del griego y del latín similares a los ahí parodiados– con el magnífico “Fragment of a Greek Tragedy” de Housman.

 

Por motivos de índole tanto privada como pública –casamientos, nacimientos, muertes; colapsos políticoeconómicos, guerras– dejé abandonados por algún tiempo mis

estudios de letras clásicas. Es sorprendente lo rápido que se oxidan con la falta de uso

los aoristos y los verbos en -μι: cuando retomé la carrera me tuve que hamacar, no ya para ser el estudiante estrella, sino meramente (rara y anacrónica metáfora

pampeana:) para seguirle el tren al malón.

 

En esa clase, dos o tres años menor que yo, el estudiante estrella –lejos, hors

concours– era Charlie Feiling. En ese entonces él lucía la bocha pelada, no por moda

sino por consecuencia de la quimio y los rayos; traducía a primera y simple vista

Esquilo, Heródoto o Aristófanes, y descifraba sin demasiado esfuerzo las fotocopias de fotocopias de fotos de papiros y pergaminos que Ronchi o Pagés sometían a nuestro escrutinio inexperto.

 

Nos hicimos no precisamente amigos, sino más bien cordiales rivales en una relación

que se cimentaba en el intercambio de “figuritas difíciles” de la literatura y la filología universales. Ch. me prestaba Jean D’Ormesson, yo reciprocaba con Louis-Paul Boon.

Él me daba poetas sefardíes y arábigoandaluces, y yo retrucaba con Linfa semítica de Antonio di Porto, bizarro texto que se proponía demostrar el origen hebreo de la lengua latina. Él a su vez (quiero vale cuatro) me iniciaba en las literaturas orientales, que

en esos tiempos (no sé ahora?) no se enseñaban en la facultad, y entonces apelé al

recurso extremo de revolearle el unicum del Oxford Book of Parodies de propiedad de

mi cuñado, y que yo con el paso de los años imaginaba haberme incautado.

 

Entre cerveza y cerveza en el sótano de la sede de marcelotédealvear, Charlie me comentaba gozoso sus hallazgos en el dichoso libro. Quien lea Amor a Roma podrá comprobar (no quiero presumir diciendo “la influencia que estos textos tuvieron en su obra”, diré más bien) su afinidad con este tipo de literatura.

 

Siguió pasando el tiempo y luego de un fugaz proyecto de ejercer como ayudantes para

la cátedra de griego de Ramón Alcalde, nuestros caminos se bifurcaron en paralelo: yo me fui a Amsterdam a estudiar con Van Dijk, y Ch. se fue a Inglaterra, desde donde, en calidad de “Cónsul Honorario” escribía sus columnas para la revista Babel.

 

Se fue a Inglaterra, llevándose el ejemplar de marras.

 

II

 

Horror. Ya de vuelta en la Argentina, un buen día mi cuñado se acuerda de pedirme el OBP. Quiero recalcar que no se trataba de un ejemplar cualquiera que yo hubiese

podido comprarle para reponer el que faltaba en su biblioteca y que en algún lugar del mundo honraba y ornaba la de Charlie. A ese ejemplar que yo comprara le hubiese faltado el certificado de mérito de su colegio...

 

A lo largo de sucesivas reuniones familiares me fui haciendo el idiota –tanto no me cuesta– y le decía “Uy sí, la próxima te lo traigo”. Hasta que la rutina y mi ausencia

cada vez más frecuente a cumpleaños de familia terminó por erosionar ese mentiroso ritual. Un bochorno. Nunca me dio el cuero para explicarle “mirá se lo presté a alguien que se fue del país”.

 

Después me enteré de que Charlie estaba de vuelta en la Argentina, y anduve un

tiempo prometiéndome vagamente averiguar dónde ubicarlo, no tanto (o no solamente) para recuperar el libro, sino más bien (también) para reentablar nuestro siempre fructífero intercambio.

 

En ese entonces yo le daba clases de inglés (y en cierto modo, de literatura en lengua inglesa) a JM, otrora director de Clarín revista y de la fatídica revista Esto! Leíamos un potpourri de Kerouac, Eliot, Truman Capote, Kazuo Ishiguro, y además compartíamos vagos planes de producir juntos un diccionario chistoso a la manera de Bierce, o una revista, “o algo”. Y en cierta malhadada ocasión –estábamos viendo aquel capítulo

del Ulises de Joyce en el que va imitando o parodiando sucesivos estilos de prosistas señeros de la literatura inglesa– se me ocurrió mencionar el OBP, y también, a título anecdótico, la circunstancia en que lo había perdido.

 

Pasaron un par de semanas: teníamos, me acuerdo, dos clases semanales. Suena el

timbre. JM. Apronto el mate de rigor y nos sentamos a empezar la clase. JM con una

rara sonrisa.

 

Un chiste favorito de todos los niños: dar vuelta en su hueverita la cáscara de un huevo

ya vaciado y esperar con anticipación a que el adulto quiera cascarlo y lo encuentre hueco. Esa sonrisita, única en su género, con la que el niño espera el (fingido) chasco

del adulto, era la misma que traía pintada JM.

 

“Tengo una sorpresa para usted, Jan.” Mete la mano hasta el fondo de su bolso y el

lector avisado o avezado ya imagina lo que saca a relucir. “The Oxford Book of Parodies” me dice JM, solemne y con esa sonrisa.

 

Increible y afortunadamente, mi primera reacción fue de agradecimiento y alivio. JM me cuenta cómo rastreó (“periodismo de investigación”) el paradero de Charlie. Cómo se apersonó y se presentó y le anunció “Usted tiene algo que pertenece a un amigo mío”.

 

Digo afortunadamente porque si en ese primer instante hubiese cobrado conciencia de

la monstruosidad de la gaffe de don J, del amargo trago que sin duda hizo pasar a

Charlie, del estado irreparable en que había dejado rotos mis puentes con esa persona,

si me daba cuenta en ese momento de todo eso, sin demora lo sacaba a patadas en el

culo, muchísimos muchísimos puntinazos en el orto. En cambio le dije

 

“Muchas gracias”.

 

Y tomé nota del número de teléfono de Charlie. Quien cuando me atreví a llamarlo, digamos que abrevió el diálogo. Definitivamente. “Tengo que terminar un artículo para Página/30. Cuando quiera verte te llamo.” Oh my God.

 

Mi cuñado, contento.

 

 

III A E Housman Fragment of a Greek tragedy

 

Coro:            Oh tú con tu apropiado atuendo-de-botas-de-cuero,

                    Testa de viajero, ¿a por qué o quién

                     Por dónde y albergando qué propósito te allegas

                     A este vecindario rico en ruiseñores?

                     Mi objeto al preguntar es obtener respuesta,

                     Pero si por acaso fueses sordo y mudo,

                    Y no tuvieses pálida idea de qué te estoy diciendo,

                    Haz un gesto con la mano para así significarlo.

Alcmeón:      Heme apropincuado por caminos de Beocia.

Coro:             ¿Navegando a caballo, o con pies por remos?

Alcmeón:      Activando rauda mi pareja de piernas.

Coro:            Saber tu nombre no sería de mi desagrado.

Alcmeón:      Los hombres no siempre obtienen lo que ambicionan.

Coro:           ¿Podría quizás saber a qué atina tu presencia?

Alcmeón:      La cuestionable boca de un pastor me ha hecho saber que –

Coro:           ¿Qué? Que no se aún lo que me harás saber.

Alcmeón:      Ni nunca lo sabrás si me interrumpes.

Coro:            Prosigue, y te acompañará mi muda lengua.

Alcmeón:      – fue esta la casa de Erifila, y de nadie más.

Coro:            Por cierto no avergüenzas tu garganta con patrañas viles.

Alcmeón:      ¿Podré entonces entrar, fanqueando el umbral?

Coro:            Incurre en esa casa con afortunado pie,

                    Y, oh, te pido, hijo, sé, por una parte, bueno,

                   Y por favor no seas, por otra parte, malo;

                   Ese plan será sin duda el más adecuado.

Alcmeón:      Ingreso a la casa con vuelo y espuelas.

Coro:

Especulando                                                            [strophe]

No quisiera de buen grado adquirir

Reputación de pensamientos

      Apenas digeridos, mas tras más sopesar

He llegado a esta terminante conclusión:

La vida es incierta.

         […]

Pero ahora mi presagiante corazón                        [epodos]

Sin acompañamiento entona

Una tonada no apta para la danza

He aquí que el palacio aparece

A la yunta de mis ojos circulares

(El derecho sin menoscabo del izquierdo)

Como –por un decir– un matadero

Aderezado de muertes lanares

Y numerosos naufragios de vaca.

Por lo cual al modo cisio entono un lamento

Y a los feroces

Embates que rasgan las vestiduras de mi pecho

Resuena en concierto

Una golpiza en mi infortunada cabeza.

 

Erifila: [adentro] Oh, soy abatida por quijada de machete:

                          Esto es un hecho, y no meras palabras.

Coro:                Me pareció haber oído en la casa un ruido

                         No similar al de quien proclama su alegría.

Erifila:             Parte mi cráneo de modo no amistoso,

                        una vez más, porque ambiciona verme muerta

Coro:               No quisiera apresurarme a conclusiones raudas

                       Pero dudo que reine el contento en esa casa.

Erifila:            Oh, otra puñalada, es la tercera,

                       ¡Me punza el corazón contra mi voluntad!

Coro:              De ser así, debo decir que tu estado de salud

                      Deja bastante que desear,

                      Pero tu aritmética

 

                     Es harto correcta.

 

IV

Vuelven a pasar los años.

Un día, a instancias de una amiga argentino-japonesa, fui a conocer la fiesta o kermés

anual que hacen cerca de Parque Centenario los colegios de esa comunidad.

Puestos de venta de artesanías, de ingredientes para la cocina oriental, delicias

diversas, algunas de ellas preparadas con un show espectacular. Y abundantes

japoneses hablando como porteños, o bien argentinos con cara de japoneses.

Degustando mi banto, viandita primorosamente envasada, meditaba sobre cuál será el misterioso mecanismo por el cual un japonés porteño es más notable o curioso o

exótico que un porteño tano o judío o hasta escocés u holandés.

De pronto diviso a lo lejos un obvio no-japonés en quien me pareció reconocer a

Charlie, solo que gordo y blanquecino. Puede ser. Quizás engordó.

 

Me acerqué, juzgué apropiados momento y lugar para restablecer nuesto diálogo.

“¿Vos sos Charlie?”

Me responde con acento británico. “No, no lo soy, lo siento.”

“Lo siento”, con esa entonación y cortesía tan inglesas, como si hubiese querido hacer algo por mí, por ejemplo evitar no ser Charlie.

“Lo siento”, repitió.

“Perdón”, le dije, “me confundí”

“No es nada”

Lo raro, lo rarísimo de este (des?)encuentro fue que al día siguiente

leo en los diarios que, en la víspera, Carlos Feiling había fallecido.

 

 

 

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1 ¿No somos nada?

 

 

14Jager

JAN DE JAGER

Nació en Buenos Aires. Vivió y estudió en la Argentina y en los Países Bajos. Es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y ha realizado estudios de análisis del discurso y literatura neerlandesa en la Universidad de Amsterdam.
Se ha desempeñado como docente de idiomas, traductor independiente y profesor del traductorado de la Universidad de Buenos Aires.
Su obra literaria abarca los géneros de novela, cuento corto, poesía y teatro. Ha publicado Trío, Buenos Aires 1997; Juego de Copias, Buenos Aires 2002; y Casa de Cambio Vols. I, II, y III Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2004 /2007, Noticias del setenta y cinco, novela, 2009, Let u maar niet op de rommel, poesía en neerlandés, Ed. Blauwe Engle, Malinas, Relámpagos vol. 1, Viajera Editorial, 2014. Ha completado una nueva traducción al español de los Cantos de Ezra Pound, de los cuales se publicaron los primeros 30 por Eloísa Cartonera.

I n d i c e