Alejandra Darriulat
de la noche y sus misterios
I.
Es la noche la que se hace poesía en mis dedos.
II. Son los fantasmas amordazados los que me permiten respirar.
III.
La noche hilvana silencios que abrazan a la luna en medio de la incertidumbre.
IV
Escribo y confieso mis tropiezos. Ya no tengo pudor de desnudar mis flaquezas. A veces caigo en el vacío de los días cuando me aparto de lo bello, cuando me pierdo en quejas o banalidades, cuando me olvido de agradecer y me hundo en el cansancio cotidiano o en el dolor pasajero de la espalda. La poesía sopla en mis pulmones y me rescata. Me inspira a agradecer otra vez los días con sus noches, el aire impregnado de jazmines, los grillos en medio de la oscuridad, el camino que se abre con la mirada de mi hijo.
V.
Hay una voz que empieza a nacer y me nutre de una nueva identidad. Una voz que resuena en la mirada de quien me escucha, una voz que recibe las voces de los otros sin diluirse, sin camuflarse, sin dejarse llevar por emociones ajenas. Una voz que se afianza sin tapujos ni ornamentos, ni deseos de complacer a nadie, una voz liberándose del viejo yo, enjaulado por el miedo.
VI.
No es que haya desaparecido. No es que haya emigrado de mí. El miedo es una raíz que a veces se manifiesta con sutileza y persiste en seguir ganando terreno. Es esa presencia dueña de la oscuridad que insiste en devorarse cada gota de luz que se abre en el camino. Pero ya no le entrego mi confianza, ni poderes ilusorios sobre mí. Atravieso la noche descalza, de la mano de los ángeles, entregándome a un nuevo amanecer con una Orquídea blanca en el pelo.
VII.
Son las estrellas de la noche las que escuchan lo que queda a medio camino entre lo que digo y lo que soy, entre lo que siento y lo que pienso, entre lo que escucho y dejo ver de mí.
VIII.
Cuando cae la noche repaso los hechos del día: ¿En qué lugar me tropecé esta vez con mi obstinación? ¿Detrás de quién me perdí por un instante? ¿En qué momento regresé de los bosques más oscuros? ¿Cuándo me tocó el ángel de la inspiración con sus flores amarillas? ¿Qué resonancias rescato de los otros? ¿Quién me devolvió con su mirada lo mejor de mí? ¿Qué sabor aún conserva la memoria? ¿Qué color persiste en la retina del ojo? ¿Y la piel? ¿Qué huellas siente todavía?
IX.
Limpiando cenizas de lo que fui, empiezo a descubrir quién soy. Aprendo a caminar de nuevo sobre huesos que van tomando otras formas. Y nace una mirada que se detiene en las hojas que aún vibran en el árbol. En lugar de padecer por las que se cayeron a sus pies.
X.
Me derrumbé tantas veces del orgullo propio. Renací de mis despojos en tantos intentos fallidos, y ahora, aprendiendo a ser quién soy en donde me toca estar, intento bailar con el viento sin pretender otra realidad. Aunque a veces, todavía, insisto en que se haga mi empecinada voluntad. Pero ningún poder tiene mi voluntad frente a la fuerza de las leyes cósmicas. Frente a ellas, no tengo nada qué decir. En los breves instantes en que lo asumo, el miedo se desvanece, una manta de agua tibia me sostiene en la oscuridad, me entrego a la noche y descanso. Amanezco y descubro una fortaleza nueva que se va haciendo carne y piel; fuerza modesta y sorprendente; es la única que se atreve a desnudar mi humanidad.
XI.
Un gesto, una mirada, un tono en la voz que pueda cambiar, suavizar, mejorar, una actitud ante lo que sucede, como un nuevo calzado que se amolda mejor al pie. La lupa sobre los crisantemos rojos del zócalo de la ventana en lugar de divagar por el caos de la cocina. Una mirada sobre las cosas que se van haciendo al ritmo que marca la vida, sin detenerme a pensar en lo que aún no he podido hacer.
XII.
El mundo de mi hijo, a base de bloques de madera y ladrillos de Lego, se va construyendo a una velocidad vertiginosa. Es el descubrir de un niño que no le teme al crecimiento, ni carga con las sombras de la muerte. Es la libertad de ser plenamente en donde se está.
XIII.
Festividad de la cosecha. Los barcos llenos de flores atravesaron el gran canal que está cerca de casa. Esta fue la ofrenda de hoy. Antes de que cayera la dulce noche. Noche de viento y nubes alborotadas que no saben muy bien hacia dónde van ni hacia dónde vamos.
en círculo
I.
Llegué un día hace mucho tiempo con los huesos en las manos con el aliento de prestado sin saber a dónde llegaba y me recibieron como si ya me hubieran conocido desde el principio, desde el origen, del gran dolor del mundo.
II.
Me escucharon en silencio sus miradas fueron una caricia un vaso de agua, una vela encendida. El miedo me había transformado en lo que nunca quise ser; un murciélago despedazándose contra muros, contra vidrios, contra todo y contra todos. Incapaz de comprender, lo que me estaba sucediendo.
III.
Llegué en una noche cerrada. Noche de lluvia y suplicios. Creyendo que había perdido cada ángel que había percibido de niña, cada ángel que me había ayudado a crecer, y que me había alentado a atravesar el miedo, con valor y cortesía, como la luz de un poema que persiste en la memoria, sin abandonarnos, así fueron los ángeles conmigo; no me abandonaron, ni cuando estuve a punto de morirme y de cristalizarme en lo que nunca había querido ser; alguien obstruido por el egocentrismo, alguien aplastado por su aislamiento y su soberbia.
IV.
Así aterricé aquel día. Aplastada por mi egoísmo. Llegué apenas confiada de algo. Lo había intentado todo, con las mejores intenciones, por el camino equivocado. Hasta me había olvidado de los ángeles pero ellos no se habían olvidado de mí, y me animaron a llegar, y me alentaron a sentarme en círculo, al lado de otros derrotados que se estaban levantando.
V.
Escuché sus historias en silencio. Sus palabras sacudieron mi memoria adormecida, como una música-raíz que volvía a reconocer. Empecé a despertarme, a mirarlos a los ojos, a identificarme con los que estaban sentados a mi lado.
VI.
En círculo empecé a comprenderlos hasta llegar a comprenderme, desde el abismo más profundo de una herida abierta que empezaba a recobrar su voz.
VII.
Reconstruí, lentamente, cada uno de mis huesos, recuperé la mirada, la voluntad de abrazar, de volver a confiar en los ángeles, en mí misma, y en los hermanos que me acompañan, sentados en círculo, compartiendo conmigo el proceso, la experiencia, la alegría y el dolor de cómo se siguen recuperando, de la batalla contra el egoísmo.
VIII.
Sentada en círculo aprendo a escuchar sin juzgar, aunque todavía, a veces, juzgo, y sin saber ni comprender, pero sigo intentando, aprender a escuchar, sin juzgar el dolor del que está sentado a mi lado, y aprendo a crecer para llegar a ser quién quiero ser: Una ofrenda más, en el mar.
IX.
En círculo me enseñan a reparar los daños que me hice, los daños que hice a otros, y empiezo a recuperar el vuelo de una mariposa, el sonido de las flautas, el silencio, tan necesario para la mente, como el agua y el pan de cada día.
X.
En círculo acompaño, abrazo, aliento, vibro con las historias de los otros, comparto la mía, también digna de ser escuchada, y comparto el proceso de cómo sigo recomponiéndome, de la batalla cotidiana contra el ego.
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Alejandra Darriulat Devita |