Robert Lemm

En la presentación de mi traducción al holandés de:

MIGUEL DE UNAMUNO, DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA EN LOS HOMBRES Y EN LOS PUEBLOS

13Lemm03

La filosofía no es una ciencia, ni tampoco debe aspirar a ser una ciencia.
Bernard Delfgaauw, Filosofía como arena movediza, 1987

In the course of my adult life I have encountered more serious interest in real
philosophy outside the profesion than in it.
Bryan Magee, Confessions of a Philosopher, 1997

Se trata del libro más profundo y profético publicado en lengua española del siglo XX. Lo vertieron a casi todos los idiomas, menos al holandés. Por fin se rectifica esta injusticia después de cien años de soledad. ¿A qué se debe este retraso? ¿Por qué no fue traducido mucho antes en nuestra lengua?

Los traductores hipotéticos
Hubo dos candidatos que podrían haberlo hecho a su tiempo debido, a saber Gerardus Johannes Geers, catedrático en letras hispánicas de la universidad de Groninga, y el doctor hispanista Johan Brouwer. El primero tradujo en los años veinte varias novelas de Unamuno, como Niebla (Man in de mist), Abel Sánchez (Abel Sánchez, verhaal van een hartstocht) y La Tía Tula (Tante Trui). Conoció personalmente al autor y se carteó con él. Brouwer, el otro, fue un escritor prolífico, historiador, experto en los místicos españoles. Lo fusilaron en 1943 por haber tomado parte en la resistencia durante la ocupación de Holanda por los alemanes. Poco antes de morir Unamuno en 1936 lo visitó en Salamanca para hacerle una entrevista. Había publicado por aquel entonces su traducción de La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset. Esto explica en cierto sentido su disención del maestro de Salamanca. Durante la conversación entre los dos Brouwer se mostró simpatizante de los republicanos (estamos en vísperas de la Guerra Civil española) y de la urgencia de una regeneración social y económica de España. No es que Unamuno era indiferente al estado social y económico de su país, pero él miraba más a fondo a las raíces de la discordia entre sus compatriotas. Para él la grandeza de España radica en el Quijote y en la Contrarreforma, como consta en el capítulo final de Del sentimiento trágico de la vida. Fue precisamente ésto en que Brouwer y Geers disentían del maestro. Geers apreciaba las novelas de Unamuno, pero rechazó su lado religioso. Y también Brouwer - converso al catolicismo y después al humanismo -, se sintió ajeno a la metafísica unamuniana. Su nuevo guía era mas bien Ortega y Gasset, alumno de la escuela neokantiana y de Heidegger para quien la metafísica ya no se compagina con la filosofía moderna.

El incomparable
Para Unamuno la metafísica consiste ante todo en nuestra inmortalidad, y por consiguiente en Dios como su fiador. Estas verdades no fueron puestas en cuestión por nadie durante el así llamado Siglo de Oro de los grandes escritores y artistas españoles. Pero en la marginalizada España de los siglos XIX y XX los intelectuales se desvivieron por ingresar a la modernidad y formar parte de Europa. La Ilustración, el liberalismo y el positivismo imperaban en Francia, cuyos literatos sirvieron de modelo a los del otro lado de los Pirineos. Unamuno, al contrario, se adentró en el pensamiento de la Antigüedad, los padres de la Iglesia, la Escolástica medieval, en los sistemas de Descartes, Spinoza, Kant, en los poetas del romanticismo inglés, en los atormentados líricos portugueses, en Dante y Leopardi y hasta aprendió danés para leer a Kierkegaard en quien encontró su correligionario. Para divulgar su propio pensamiento se servía de la poesía, el teatro, la novela, el cuento, el ensayo, el sermón, el epistolario, el diálogo, el discurso y hasta de la diatriba. Así que en cuanto a sus lecturas, su conocimiento de idiomas y en cuanto a la diversidad de sus recursos literarios no tiene en España quien se le iguale. Según el parecer del argentino Jorge Luis Borges, lector universal y literato filosófico, Unamuno fue el mayor genio de las letras hispánicas de su época, amén de ser el único autor de la península del siglo XX que mereció su respecto. Al argentino también se le puede considerar como seguidor de Unamuno; tanto como poeta – “hace bastante tiempo que mi espíritu vive en la apasionada intimidad de sus versos” (Inquisiciones, 1925) -, como en sus ficciones - que comparten con las nivolas unamunianas la centralización de “ideas” evitando las descripciones detalladas de ambientes locales o del interior psicológico de los personajes que caracterizan las prestigiosas novelas de moda. “Nada hay más ambiguo que eso que se llama realismo en el arte literario. Porque ¿qué realidad es la de ese realismo?” (Tres novelas ejemplares y un prólogo, 1916).

Las preguntas esenciales
A finales del siglo XVIII Immanuel Kant decidió de una vez para todos los que enseñan filosofía como asignatura en las instituciones académicos que hay que atenerse a las formas aparenciales, puesto que la esencia de las cosas (Ding an sich) no nos es dado a conocer. El sentimiento trágico de la vida, lejos del dictamen kantiano, se origina en la lucha entre la razón y la lógica por un lado, y por otro la voluntad y el deseo. Lo natural sería que cada ser quiere perdurar en su individualidad. O sea: que quiere sobrevivir, continuar como tal después de morir. Los que no desean eso, los que se resignan a desaparecer para siempre, están espiritualmente enfermos; y por consiguiente deberían ser tristes e infelices.
La razón, nuestro entendimiento exige pruebas de la existencia de otra vida. Y no las hay según la investigación científica. Pero la ciencia no prueba nada esencial; no satisface nuestro anhelo por saber de dónde somos y adónde vamos, el por qué del universo y cuál es el sentido de la vida. La ciencia - dicta Unamuno - es un cementerio de ideas muertas. Por qué y para qué existimos son las preguntas que ningún filósofo verdadero puede eludir. La razón y la voluntad, o el escepticismo y el anhelo de inmortalidad, por mucho que se opongan, se necesitan mutuamente para subsistir. Creer en Dios es querer creer en Él, pues de no existir Dios nosotros tampoco existiríamos, tal como reza el soneto La oración del ateo que tanto le fascinó a Borges.

El profeta
Y como Dios es lo que unifica un pueblo, el sentimiento trágico de la vida también se da en la comunidad. Es la vocación de algunos individuos de dar testimonio de Dios y de la inmortalidad del alma para que el pueblo no se vaya a desintegrar y apagar. Esos algunos son los escritores y artistas que recurren a la imaginación para mantener despierta la mente incrédula. Son como los profetas. Y a éstos si no los persiguen deben soportar el desprecio y, peor, la conspiración del silencio. Unamuno se enfrenta a lo que llama la Inquisición de la Modernidad y de la Ciencia que condena al que se aventura fuera de los límites de lo que democraticamente nos es lícito saber. Y esta Inquisición determina que Dios y el alma son temas que pertenecen a la literatura fantástica, y por lo tanto son inválidos para la filosofía a partir de Kant. Entonces, ¿cuáles son los temas válidos? Por ejemplo, la rebelión de las masas, que tiene que ver con la estadística, la democracia, la igualdad y la cultura y con todo lo que afecta las circunstancias y formas de nuestra existencia temporal.

Hemos perdido la relación entre lo físico y lo espiritual. La ciencia trata de explicar la naturaleza por o desde la naturaleza. Pero si se separa la causa de la consecuencia, ésta se anihilará; y si se separa lo interior de lo exterior, éste se anihilará, igual cuando se separan el alma y el cuerpo. La miopía del hombre sensual consiste en atribuírlo todo a la Naturaleza, y raras veces a Dios; mientras que no hay nada en la Naturaleza cuando en ella no haya lo espiritual. En el pasado en cambio, hasta entrado el siglo XVIII, el mundo visible se tomaba por una copia del mundo invisible.

Este pasado incluye la España de la Contrarreforma, la España católica, la de San Ignacio y Santa Teresa de Jesús, la que luchaba contra las herejías de tipo religioso, utópico y científico. Y también incluye la España de los Reyes Católicos y de los conquistadores de América. Pero en la España alicaída y secularizada de la generación de Unamuno se oía el lamento de los intelectuales regeneracionistas de que África empieza con los Pirineos. Al norte de las montañas florecerían los grandes inventores que pugnan por construir un mundo mejor. ¡Que inventen ellos! Con este grito el filósofo de Salamanca embiste a los intelectuales que sufren de inferioridad por no pertenecer a esa Europa ilustrada, liberal, progresista encabezados por el celebrado autor de La rebelión de las masas. Mi alma, dice Unamuno, siente medieval, como el alma de mi patria. Y este alma la personifica Don Quijote que embiste los molinos del progreso y de la deshumanización por el avance tecnológico. El quijotismo es la verdadera filosofía de los españoles, es defender nuestro destino eterno en contra de la Kultura (con K) que ha matado el espíritu. El ensayista y sabio belga Simón Leys elogió a Unamuno como exegeta de Don Quijote a propósito de su libro Vida de Don Quijote y Sancho (1905) con las palabras: “His paraphrase of Cervantes is imaginative, paradoxical, profound – and extremely funny. His main argument is that Don Quixote should be urgently rescued from the clumsy hands of Cervantes. Don Quixote is our guide, he is inspired, he is sublime, he is true. As for Cervantes, he is a mere shadow, deprived of Don Quixote’s support, he hardly exists” (The New York Review, June 11, 1998). Y ésto es precisamente lo que se lee en la Conclusión de Del Sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Don Quijote es eterno, mientras que Cervantes fue su mero cronista nomás.

La admiración
Ya me referí a la admiración de Borges, que escribe sobre Unamuno: “Es un poeta filosófico, un sentidor de la dificultad metafísica. Comprobamos con sencillez: El hombre Miguel de Unamuno constreñido a su tierra y a su tiempo, ha pensado los pensamientos esenciales. La religiosidad del ateísmo, la sinrazón de la lógica, y el esperanzamiento de quien se juzga desesperado, son tantos ejemplos de la traza espiritual que informa su obra.” (op.cit.) El introductor a la segunda traducción del  Sentimiento trágico de la vida al inglés, Anthony Kerrigan – también traductor de Borges -, comprueba que su postura ante la religión fue condenada por la jerarquía eclesiástica, como también su actitud frente a la Segunda República (1936) causó la desaprobación de los republicanos; y por encima lo arrestaron los franquistas poco antes de su muerte. Así que el hombre que una vez era catedrático de griego y rector de la Universidad de Salamanca terminó – a causa de su actitud insólita frente a la religión establecida - como un hereje para la Iglesia y como un forastero para los campos políticos. Y por encima lo tomaron los literatos regeneracionistas y modernistas como un reaccionario. Los intelectuales españoles se sentirían más afines a Ortega y Gasset, como por ejemplo el gran historiador liberal Salvador de Madariaga y el filósofo posmoderno Fernando Savater. El primero objetó que Unamuno estaba demasiado obsesionado “de su propia inmortalidad” (Unamuno Re-read, 1970 en The Tragic Sense of Life, 1972); y el otro en su Prólogo a una reimpresión de El sentimiento trágico de la vida (1986) se distanció del lado metafísico de Unamuno, igual como medio siglo antes lo habían hecho los hispanistas holandeses Gerardus Johannes Geers y Johan Brouwer. Pero el exilado durante seis años (1924-1930) era para Anthony Kerrigan “one of the true great readers Spain has had since the expulsion of the Jews in 1492” (op.cit.)

A propósito del reproche de “obsesión de su propia inmortalidad” comentó Unamuno: “la inmortalidad, como el sueño, o es comunal o no es.” (Historia de ‘Niebla’, 1935). Y “No soy yo, es el linaje humano todo el que entra en juego, es la finalidad última de nuestra cultura toda. Yo soy uno; pero todos son yos” (Sentimiento trágico de la vida, cap. VI). Y “No es lo malo hablar de sí mismo, sino que lo malo es hacerlo sin darle carácter de generalidad, y a poder ser de universalidad’’ (‘’ Ganivet y yo’’, 1908, en Mi vida). O sea que no se trata de la propia inmortalidad de Unamuno, sino de la de todos los hombres.

“Certain moderns permit any writer to emphasize doubts, for doubts are their religion, but they permit no man to emphasize dogmas. If a man be the mildest Christian, they smell cant; but he can be a raving windmill of pessimism, and they call it temperament.” La sentencia es de Gilbert Keith Chesterton. Unamuno era cristiano católico y su obra maestra, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y los pueblos, es un testimonio de su convicción. Combinar esta convicción con sus lecturas múltiples y profundos conocimientos de los grandes filósofos y poetas era algo extraordinario en su pais provincial. Su vida apasionada, su carácter de visionario que le causó el exilio, su poesía transparente en medio de los deshuesados modernismos y sobre todo su misión de memorar el destino ultraterrenal del hombre, de todos los hombres, han hecho que el reconocimiento de su obra vino mas bien de fuera de su país que de dentro. Y así se confirma que a ningún profeta lo honran en su propia tierra.

13 Lemm

Robert Lemm

Robert Lemm es un ensayista e hispanista holandés. Además de numerosos ensayos sobre escritores de idioma español, se le debe una biografía de Borges ( traducida al español con el título de “Borges como filósofo” ); una “Historia de los jesuitas”; una “Historia de España”; una “Historia de la Inquisición española”. Otros ensayos sobre Léon Bloy, Juan Pablo II, Benedicto XVI, así como dos obras sobre “La Señora de Todos los Pueblos” y las apariciones mariales de Amsterdam. También ha realizado una importante obra de traductor: Octavio Paz; Pablo Neruda; Alejo Carpentier; Jorge Luis Borges; Luis de León; san Juan de la Cruz; Miguel de Unamuno; Leopoldo Marechal; Juan Donoso Cortés; Nicolás Gómez Dávila. Otros autores traducidos por él son: Joseph de Maistre, Léon Bloy, Giovanni Papini y René Girard.