UN CUENTO DE FELISBERTO HERNÁNDEZ "NADIE ENCENDÍA LAS LÁMPARAS"

LEONARDO GARET

 

En clave de valoración

La obra de Felisberto Hernández y la de Marosa di Giorgio son en narrativa y en poesía dos universos auténticamente propios, originales y profundos. Los identifica la insistencia en pocos motivos asediados con sutiles variantes; ambos están referidos a un tiempo, el de la infancia, con comprobables señales autobiográficas y con elementos autorreferenciales fácilmente perceptibles. El latiguillo crítico de Ítalo Calvino de que Felisberto Hernández “no se parece a ninguno”, debería ser corregido, “salvo a Marosa di Giorgio” (1).

A pesar de que en los últimos años han aparecido trabajos críticos sobre la obra de Felisberto, éstos versan sobre los tópicos más conocidos de su obra, no sobre su incidencia en otros autores.(2) Por eso sigue pendiente la propuesta realizada en 1980 por Ricardo Pallares: “Apasionante tarea sería la de investigar cuánto y qué es lo que deben a FH algunos de los principales narradores actuales del Continente, del “boom” de la década de los años sesenta a nuestros días. Reiteradas declaraciones públicas de J. Cortázar o de G. García Márquez, por ejemplo, bastarían para dar pie al planteo. Pero conjeturamos que un estudio sistemático del punto arrojaría resultados insospechados. Al pasar, se nos ocurre pensar cuál habrá sido la influencia del peculiar empleo de la catacresis, del tratamiento de los seres como cosas y de las cosas como seres, del onirismo, de la metáfora felisbertiana, en la configuración del realismo mágico”. (3)

                                                                                                 
A.- Una escritura entre el delirio y la observación rigurosa

              En Nadie encendía las lámparas atiendeal auditorio, describiendo a varios asistentes, a la vez que mira el exterior de la sala y se esfuerza por concentrarse en la lectura. El lector debe encontrar la ilación –o su falta- que convierte en atractiva esa voz que monologa incesante confiando, precisamente, en la dispersión del relato (como una planta que crece desordenadamente) como material de literalidad, en tanto el fluir de conciencia es un recurso válido cuando se lo maneja con advertencia de sus alcances.
Nadie encendía las lámparas podría subtitularse “Observación del pelo”. Ningún personaje tiene nombre; son reconocidos por el pelo, su forma, su manera de cubrir o no el pelo otras partes del cuerpo.

El tiempo de lectura casi coincide con el tiempo de la casi inexistente acción. Un personaje lee un cuento del cual poco se revela, intercambia con los oyentes diálogos que se proponen ser ingeniosos y se despiden de la casa que los había albergado, donde “Nadie encendía las lámparas”. El desafío del autor parece ser llevar el asunto a su mínima expresión. El cuento bordea los límites de su esencia (….), o la convierte en algo sutil y complejo, que es asistir a lo que el propio autor siente mientras lee el cuento, que a su vez va formando el texto que se ofrece al lector.

El asunto del texto leído refiere la insistencia de un personaje en suicidarse, aunque sin éxito en primera instancia, porque una sugerencia le da miedo y huye. La realización del deseo aparece en la inquietud manifestada por la sobrina que pregunta cuál era la causa de ese deseo. Desde aquí emerge otra forma de la indefinición: el autor ignora lo que sus personajes saben “Habría que preguntársele a ella”, contesta el personaje-narrador-lector.   
En principio se pueden distinguir dos partes claramente diferenciadas: la primera es la lectura del cuento y la silenciosa relación del lector con su auditorio y con su entorno; la segunda es más compleja: abarca el cuento contado por el político y los diálogos con los asistentes. La primera tiene mucho de autobiográfico porque se trata de una lectura profesional del cuento (no era entre grupo de amigos porque al lector le van presentando los asistentes), que también está a punto de cumplir también con un recital de piano, algo que finalmente no sucede. El carácter autobiográfico no puede ser más claro: “Yo diré una vez: mis cuentos fueron hechos para ser leídos por mí, como quien le cuenta a alguien algo raro que recién descubre, con lenguaje sencillo de improvisación y hasta con mi natural lenguaje de repeticiones e imperfecciones que me son propias. Y mi problema ha sido: tratar de quitarle lo urgentemente feo, sin quitarle lo que le es más natural; y temo continuamente que mis fealdades sean siempre mi forma más rica de expresión”. (4)

 

B.- La incapacidad de concentración y la importancia de lo leído

              Si hay algo que distingue al lector de Nadie encendía las lámparas es su incapacidad de concentración en lo leído, a tal punto que elementos circunstanciales –la estatua, las palomas, la cabeza o el pelo de los asistentes-, van ocupando un lugar y un desarrollo. Los elementos circunstanciales pugnan por tener relevancia: la estatua entrando en el lector-personaje, el árbol y sus significados, en la elucubración que impone el “joven de frente pelada” y retoma creando su propia elucubración la sobrina. La intrascendencia de lo observado, se contrapone con la trascendencia de las preguntas de la sobrina: A. ¿Por qué se suicidó la mujer? B. ¿Usted nunca tuvo curiosidad por el porvenir? C. ¿Qué haría usted si yo no estuviera aquí? En la sobrina recae la observación de cierre: “Tengo que hacerle un encargo” y esa voluntad de comunicación no alcanza a manifestarse con palabras. Tomarle la manga del saco puede ser –o no- suficientemente significativo ademán de acercamiento. Si no se concreta es porque queda sumido en la oscuridad que se necesita para que los invitados se vayan.

Washington Lockhart concluye así su comentario de este cuento: “Podemos decir entonces que “allí no pasa nada”, sino, solamente, y nada menos, el espíritu vacante del artista distrayéndose en un mar de naderías que pese a todo, lo sustentan y dan fe de su presencia, transfigurando todo como jugando. El misterio se construye con evidencias”. (5)

“Para la viuda –piensa Ricardo Pallares- las lámparas productoras de ficción se han apagado hace tiempo, y vive el tiempo interior de su mundo del recuerdo que no exterioriza, salvo indirectamente cuando lo siente amenazado. Se quedó en la inocencia”.(6)

Como meditación acerca del final de Nadie encendía las lámparas puede entenderse el planteo de Hebert Benítez Pezzolano: “¿Qué hubiera encendido las lámparas del cuento de Felisberto Hernández si alguien hubiera resuelto presionar los interruptores? Probablemente algo más que ellas mismas: un vuelco en la trama, una permanencia problemática de los personajes, una versión distinta del declinar de la luz. A lo sumo, otro foco de sentido para la escenografía y sus actores, quizás también la represión de la sobrina, quien, no obstante, tras cada lectura que repetimos y gracias a la progresión de la oscuridad sigue tirando de las mangas del saco del narrador, porque el deseo y lo que lo fundamenta habita en penumbras. El eventual encendido de las lámparas sería simultáneo con un apagar de posibilidades, especialmente aquellas que el significante misterio disemina, ya que, como señala Hugo Verani: “Todo responde a una lógica de la incertidumbre y de la arbitrariedad, ajena al razonamiento natural.”(7)

 

1 Julio Cortázar encontró necesario formular otro paralelo: “…la obra del uruguayo Felisberto Hernández sólo admite ser comparada con la de otro creador situado en el extremos opuesto del mundo latinoamericano que él conoció: José Lezama Lima”. (Prólogo a La casa inundada y otros cuentos (1975). Repr. En Walter Rela. Ob. Cit.

2 Gerardo Ciancio sintetiza así el estado de la crítica felisbertiana: “Las veleidades filosóficas, las pretendidas inseguridades sintácticas y compositivas, las geniales construcciones fragmentarias de personajes, situaciones y estados de conciencia, las continuas recurrencias a la construcción del discurso y de la (in)acción narrativos a partir de los retazos de memoria, hasta, incluso, las obsesiones sexuales de algunas de sus criaturas (a veces extirpadas con fórceps hermenéuticos), han dado lugar a un caudal, cada vez más torrentoso, de escritura sobre la escritura de Felisberto”. Felisberto y los otros, revista Hermes Criollo, Año II, N° 4, 2002.

3 Ricardo Pallares, Felisberto Hernández y las lámparas que nadie encendió, Montevideo, Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras, 1980.

4 Diario de un sinvergüenza, Montevideo, Arca, 1974.
5 Washington Lockhart, Felisberto Hernández, una biografía literaria, Montevideo, Arca, 1991.

6 Ricardo Pallares / Reina Reyes, ¿Otro Felisberto?, Op. cit.

7 Hebert Benítez Pezzolano, Un narrador entre luces y penumbras, en Interpretación y eclipse, Montevideo, Trilce, 2000.

 

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Leonardo Garet

Escritor uruguayo. Premio Nacional de Poesía (2000), Premio Fraternidad (2002), Académico Correspondiente de la Academia Nacional de Letras. Autor de la Colección de Escritores Salteños, veinte tomos (Salto, 2003-2009), Obras Completasde Horacio Quiroga, cuatro tomos (2009). Sus últimas obras en narrativa son: 80 Noches un Sueño(Montevideo, Editorial Linardi y Risso, 2004) y El libro de los suicidas(Montevideo, Editorial Cruz del Sur, 2005) y en poesía son: El ojo en la piedraEditorial Alción de Córdoba, Argentina (2009) y Celebracionebilingüe italiano-español (Roma, Gatto Merlino, 2011).