CARLOS MASTRONARDI O LOS DONES DE LA POESIA

Felicitas Casavalle

                                                                  A Alberto Casares, lector clásico, gustador de libros.

 

“Retribuído por el propio anhelo – nada más necesito - espero, como en otros tiempos, el pájaro nocturno de Minerva.”

Carlos Mastronardi

 

Voy a empezar esta charla con una cita del libro “Recuerdos de provincia”de Domingo F. Sarmiento:

                                               “Gusto de la biografía. Es la tela más adecuada para estampar las buenas ideas; ejerce el que la escribe una especie de judicatura, castigando el vicio triunfante, alentando la virtud oscurecida. Hay en ella algo de las bellas artes, que de un trozo de mármol bruto puede legar a la posteridad una estatua. La historia no marcharía sin tomar de ella sus personajes, y la nuestra hubiera de ser riquísima en caracteres, si los que pueden, recogieran con tiempo las noticias que la tradición conserva de los contemporáneos.”
Leer poesía ha sido siempre, y lo es aún  más hoy, en esta etapa de mi vida, y en esta edad del mundo y de la historia, un placer y una alegría.
La Poesía, que es emoción, hermosura y revelación de un sentido al que accedemos intuitivamente, por la imaginación, o reflexionando.
Creo que mis libros, aun los escritos en prosa, manan de una fuente poética, ya sea la cosmogónica-religiosa, la épica, la trágica, la lírica, o la dramática.
¡ Qué lástima que hayamos perdido el gusto de leer poesía!
Pero hoy yo los he convocado al banquete de la Poesía, tanto para compartir la poesía de Carlos Mastronardi, como para introducir mi libro “La via de púrpura”, que son otras pequeñas breves biografías, también retratos, de ciertos autores que quiero y que admiro,los que – aunque no todos hayan escrito poemas – son, esencialmente, poetas.
Carlos Mastronardi nació en la provincia de Entre Ríos, Argentina, en 1901 y murió en 1976. Su infancia y adolescencia transcurrieron en esa maravillosa provincia limitada por dos ríos, el Paraná y el Uruguay.
Alrededor de los veinte años se fue a vivir a Buenos Aires, donde formó parte de los grupos intelectuales de la vanguardia. Borges, Roberto Arlt, Gombrowicz, Macedonio Fernández, Jacobo Fijman, fueron sus más allegados.
En 1926 publica su primer libro “Tierra amanecida.” Con su mirada profunda el poeta ha descubierto en la provincia la cifra del universo.

“Donde aparece una alegría”

Albor primero vino a despertarme.
La mañana mansita entró a mi pieza.
Aquí está reluciente y conmovida
Como una absolución, el alma intensa.

Añejas devociones voy cruzando.
Oran por mí las graves arboledas.
Nuevo como quien viene de un cariño
Desando mi existencia y mis callejas.

 

Crece como una luna mi silencio…
Los minutos más viejos están cerca.
Asoma mi niñez sobre las tapias…
¿A quién le pido un canto en la hora espléndida?

En 1937 Mastronardi publica “Conocimiento de la noche”y en él su poema fundamental “Luz de provincia” :

Un  fresco abrazo de agua la nombra para siempre;
Sus costas están solas y engendran el verano.
Quien mira es influído por un destino suave
Cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado.

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En ceibales y costas quedan rumores de antes
Y viene hasta mis noches como una queja antigua.
Persiste un rudo encanto que me despeja el alma
Entre arroyos ocultos y en las calladas islas.

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Los ocasos devuelven el ayer. Reconozco
Luz de una tarde mía en las tardes de ahora.
Otra vez me convidan los silencios del campo
Y un confín oscilante de linos me recobra.

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Yo soy una alabanza de esa fronda que ampara
Un vivir agraciado de secreto y sin mundo.
En su hondura, mi paso libre de horas, absuelto,
Y en calles que se pierden junto a los campos mudos.

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Vuelvo a ser de las noches que hondamente me han visto.
Me acompaña una brisa de campo en esas horas,
Cuando busco la extrema quietud, ruinosas tapias
y calles semejantes a mi destino, y solas.

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Vuelvo a cruzar las islas donde el verano canta,
Y un aire enamorado de esa extensa delicia
En cuya luz diversa y en cuya paz se anuncia
La querida, la tierna, la querida provincia.

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Más allá de la provincia espacial con su armoniosa naturaleza, el agua, las lomas, los juncales y los ceibos; más allá de la atmósfera pueblerina, más allá de todo lo cotidiano y a ras de tierra, chato, Mastronardi eleva a mito,hace poesía, transfigura por la palabra poética haciendo de la provincia, eje de su obra, una creación literaria.
Ya el hecho mismo del verso provoca en el  lector la salida del lugar común de la experiencia diaria. El verso lo transporta a otro reino donde rigen otras leyes, donde se puede sentir, a veces casi tocar, con toda el alma ( la que incluye el cuerpo y sus sentidos), esa realidad, esa esencia perdurable de todas las cosas, del ser mismo del hombre y del universo. Hay en el hecho estético, cuando sucede, algo que se parece a una revelación, como si se vislumbrara, a veces fugazmente, algo importante, algo que es profundamente verdadero y real, algo que al saberlo nos hace bien, que es un bien. Por eso yo hablo de los dones de la poesía.
No sólo el verso nos traslada a una cierta irrealidad beneficiosa. Las palabras que usa el Poeta son palabras sentidas y vividas por largas generaciones, palabras ennoblecidas por el tiempo, cargadas del dolor y la dicha, el pensamiento y la intuición, las añoranzas y las derrotas, el desengaño y la esperanza, la duda y las creencias de hombres y mujeres únicos, y a la vez universales. Desde las épocas más lejanas en la historia, cuando la palabra todavía era más claramente un medio de contacto con los dioses y tenía poder encantatorio, hasta nuestra época en que podríamos hablar del naufragio de la palabra.
Dice Mastronardi : Reproducir un ambiente pretérito no es fructuosa tarea, ya que entraña la obligación de presentar no sólo personas y costumbres, sino una perdida manera de sentir el mundo y estar en la vida.
La tarea del poeta requiere condiciones de vida que están desprestigiadas o son casi imposibles en la sociedad actual.
Una vida contemplativa, el ocio lúcido y el diálogo entre amigos, son como el agua y el pan para el poeta. En realidad, son bienes para todos, pero el poeta – que es también filósofo, los necesita absolutamente.
Nada oprime tanto al espíritu como la imperiosa noción de provecho. Sacar provecho de todo. Rendir. Tener una actitud mercantilista en las acciones que uno realiza. Es lo contrario de actuar “desinteresadamente”
Como todos los hombres sufre “la saña de lo real” y para olvidarlo, tal vez, hace poesía. Esto lo dice Borges en un poema que se titula “Un soldado de Urbina”, que era Cervantes.

“Para borrar o mitigar la saña
de lo real, buscaba lo soñado
y le dieron un mágico pasado
los ciclos de Rolando y de Bretaña”

Transfigurando como en el sueño o en el recuerdo, lo que el poeta cuenta tiene el ritmo del himno religioso,de la oración del campesino al Angellus. El pasado es poético, como los ocasos, lo que se va, nos deja, lo que se pierde para siempre, lo que fue mejor. Al recordar, el poeta, como el mago, nombra en las cosas el ser de las cosas, lo que en ellas hay de absoluto, lo que permanece. En realidad, el poeta percibe o intuye en el mundo huellas de lo divino.
Encuentro en la poesía de Mastronardi afinidades con Fray Luis de León, de quien recuerdo este verso: “Las moradas del gozo y del contento, de oro y luz labradas.”
En el mundo inmediato el poeta observa un “más allá.” Y si todo gran escritor se vincula a un mito o a una leyenda, en Mastronardi la niñez y la provincia – campo y pueblo – donde transcurrió su infancia tienen valor de símbolo, dibujan un tiempo mítico, es decir no sólo describen un lugar geográfico, aluden a un arquetipo, a una forma de la realidad que perdura, que se parece a la eternidad.
La memoria de la niñez es en la atmósfera de la pastoral, memorias de Arcadia, cuando la muerte no existía, y todas las cosas, y el cariño y los juegos, eran para siempre.
Para ubicar a Mastronardi en el momento histórico que le tocó vivir, primordialmente la primera mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales, la guerra civil española, el peronismo y la corriente ultranacionalista argentina, de los que se mantuvo aparte en clara disidencia. Y en cuanto a los movimientos literarios habría que considerarlo un anacrónico en una épca en que imperaba la secta surrealista y todas aquellas apologías de lo irracional, de lo librado al azar.
Se diría que en la hora presente estamos privados de mitos profundos y operantes. Tanto la mitología pagana como la cristiana han dejado de suministrar emblemas de validez universal. Claro está que los símbolos naturales –digamos así- salen indemnes de todos los embates y mudanzas. El río, la rosa, el pájaro y algunos más. Los modernos olvidan que para quebrantar convenciones ( futuristas, expresionistas, surrealistas), se requiere un fondo más o menos conocido de convenciones.
Los poemas de Mastronardi son figuras de las más hondas provincias de su imaginación y de su pensamiento. Si en el proceso poético ha de manifestarse el hombre total, las facultades reflexivas no pueden ser ajenas al desarrollo de esa luminosa gestión.
Siempre que intento escribir sobre un escritor, al correr de sus páginas, en este caso sus poemas; las breves biografías literarias de “Formas de la realidad nacional”; el ensayo “Paul Valéry o la infinitud del método”; su breve autobiografía “Memorias de un provinciano”; las numerosas notas de sus cuadernos; su Cuaderno Borges, y sus Cartas, cuya lectura me ha dado momentos de íntima felicidad, he vuelto a pensar ciertas cosas fundamentales. Estas reflexiones me llevan a releer a otros escritores que pertenecen al mismo linaje, son de la misma familia del escritor en cuestión, en este caso Mastronardi.
Emerson, por ejemplo, que en su ensayo “El Poeta” dice: “Los hombres parecen haber perdido la percepción de que la forma depende del alma. El hombre intelectual no cree en ninguna dependencia esencial entre, por un lado, el mundo material, y por el otro el pensamiento y el deseo o el anhelo. No estamos hablando ahora de los hombres con talento poético o que son hábiles en la construcción de unidades métricas. Estamos hablando del verdadero poeta.Y conversábamos en estos días sobre un escritor lírico, sutil, cuya cabeza parece ser una caja de música, y su dominio del lenguaje excelente. Pero al considerarlo más atentamente, preguntándonos si este hombre no es sólo un lírico sino un Poeta, tenemos que concluír que es meramente un contemporáneo, no un hombre eterno, y al leer sus poemas seguimos escuchando el tono de la vida convencional, de la vida común. Estos poetas son “hombres de talento”que cantan, no hijos de la música. En ellos el tema es secundario, lo principal es terminar bien los versos. Pero, justamente lo que hace un poema es el argumento, no la métrica. Un pensamiento apasionado y vivo que, como el espíritu de un planta o de un animal, tiene su propia arquitectura, y adorna la naturaleza con algo nuevo.”
Mastronardi vio la sustancia misteriosa del universo en la naturaleza, en la provincia, en la niñez, y lo dice en versos que la evocan y la eternizan. La naturaleza es un símbolo, y el secreto del mundo pide su expresión. Esa maravilla que es la naturaleza, certifica lo sobrenatural. El poeta siente la vida del universo, no con el intelecto a secas, sino con “el intelecto empapado en néctar”, como querían los antiguos.
En nuestra época el apartamiento de lo primordial es notorio, y los tranquilos deleites que depara la naturaleza, apenas son entrevistos por los hombres. El signo dominante de nuestro tiempo es la incapacidad para el abandono contemplativo.
También Virgilio, en sus Bucólicas y Geórgicas, encontró el ámbito más propio en la vida agreste del campo y en los oficios campesinos, lo que vivió en su infancia, cerca de Mantua.
Virgilio admiraba a Lucrecio, el gran poeta epicúreo, quien le enseñó que toda gran poesía debe elevarse por encima de lo puramente lírico y sensible, y nutrirse de una filosofía, incluso de una teología.
Poesía y metafísica son hermanas.
Lucrecio vio en la poesía un remedio contra los males de la vida, y en la introducción a su
famoso poema “De la naturaleza de las cosas”dice lo siguiente : “ También cuando los médicos quieren dar a los niños la espantosa absinta, primero untan los bordes de la copa con la dulce y rubia miel, para que el pequeño, desprevenido, deje llevar hasta el umbral de su boca el líquido aquel, bebiendo así la amarga absinta, remedio por el cual será reconfortado, recuperando sus fuerzas”.
Como toda biografía es también una vida imaginaria, y como cierto instinto poético me induce a la digresión, siguiendo ese hilo del epicureísmo, de las doctrinas del Jardín, afin a Mastronardi, no puedo dejar de citar  una de las vidas imaginarias del escritor francés Marcel Schwob, “Lucrecio. Poeta”:
“Desde el sereno templo del bosque contempló la hormigueante inmensidad del universo: todas las plantas, todos los árboles, todos los animales, todos los hombres con sus colores y sus pasiones,con sus instrumentos; y la historia de estas diversas cosas, y su nacimiento, y sus enfermedades, y su muerte. Y entre la muerte Total y necesaria advirtió con claridad la muerte unica de la africana. Y lloró.
Sabía que las lágrimas provienen de un movimiento particular de las pequeñas glándulas que están bajo los párpados, y que las agita una procesión de átomos surgida del corazón cuando también el corazón ha sido conmovido por la sucesión de coloreadas imágenes desprendidas de la superficie del cuerpo de una mujer amada.
Sabía que el amor sólo es causado por la expansión de los átomos deseosos de juntarse con otros átomos. Pero aun conociendo con exactitud la tristeza y el amor y la muerte, y que todas esas son vanas imágenes cuando se las contempla desde el espacio calmo donde hay que encerrarse, él continuó llorando, y deseando el amor y temiendo la muerte”
“Vita que cum gemitu fugit
Indignata sub umbras.”
Así pasando por Epicuro, Lucrecio y Virgilio en la antiguedad grecorromana, ancestros del poeta entrerriano, hay en Fray Luis de León y el tema de la “vida retirada”, de la contemplación del cielo y de los astros y del conocimiento de la naturaleza como camino a la sabiduría y la virtud, una intuición similar a la intuición central de la poesía de Mastronardi. El silencio, la soledad, el apartamiento que brinda la noche cuando calla el ruido del mundo, cumplen la misma función de la “música educadora”de la que habla el español.
La provincia, el campo, la infancia, son paisajes intemporales, a través de ellos se revela una concepción del mundo donde aún caben los tres grandes valores universales : la verdad, el bien y la hermosura.
Dice Fray Luis hablando de la noche : “Y como no hay quien llame a la puerta de los sentidos, sosiega el alma retirada en sí misma, y desembarazada de las cosas de fuera, éntrase dentro de sí, y puesta allí, conversa solamente consigo y reconócese ( se conoce), y como es su origen el cielo, avecínase a las cosas dél y júntase con los que en él moran, los cuales influyen en ella sus bienes, como en sujeto dispuesto, por cuyo medio se adelanta y mejora.”
Creo que es en este sentido como hay que entender en Mastronardi su “conocimiento de la noche”
Como sombras que anhelasen estar dotadas de un cuerpo, los hombres construyen sistemas,recurren al mármol, o a la palabra y modifican el mundo para afirmarse, para tener un indicio de su consistencia. La humanidad quiere sentirse real, y movida por este deseo, apela a muchos agentes y medios, entre los cuales el arte ocupa lugar encumbrado. No hay escuela literaria que no se diga poseedora de la herramienta sutil que le permitirá desentrañar el mundo misterioso.En suma, la historia de las letras es la historia de nuestras aproximaciones a la sustancia esquiva del hombre y del cosmos.
La emoción estética es la fuente y el fin de la poesía, y esa emoción y ese goce que la poesía causa, ejerce cierta gravitación en la historia, al menos en la historia individual de quien es conmovido por la hermosura. De algún modo el arte nos avecina a valores eternos.

 

 

“La rosa infinita”

 

Había una niñez, unos jinetes y árboles
           -también sus cariñosos-
Un portal conocido por sus flores,
Algún brazo aquietado entre perfumes
Y la sombra central de la madre.
Las miradas seguían
El tránsito dichoso de la aurora
Y el decaimiento de las azucenas.
Quien entraba buscando los cariños de adentro
Debía pasar
Bajo aquella herradura de la suerte
Que a través de los años sostenía
Los bienes de la casa.
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Esto era en la provincia,
En la infinita rosa donde se holgó la infancia.
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En el verano, la unidad de la alegría.
También las sucesiones afectuosas
De los brazos ligados,
Y las glicinas, en el segundo patio,
Junto a la cadena del pozo,
En sus avisos de agua tan sonora.
El cielo en nuestras predilecciones.
Sabíamos algunas palabras
Para ayudarlo a Dios.
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Había una niñez, un silencioso y pájaros.
Lejos, la queja errante del ganado,
Que llegaba en la brisa pordiosera,
Y la noche de trébol asomando
Por la adversa maraña que tupía
Las afueras con muerte y con guitarras.
( Y nada más había: yo y esto que nombro)
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Allá quedó la infancia, en ese umbral, mirando
El claro movimiento de los días.

 

 

 

Para Mastronardi la poesía es gozo y via de conocimiento. Mira, piensa y siente el mundo tanto ideal como actual. Si bien vive retirado, nunca se desentiende de la historia, del destino común, de la circunstancia económica y política.
Fue un crítico justo y generoso, apreciando y dando a conocer las obras de autores contemporáneos que valían la pena. Sus amigos lo recuerdan por su grata conversación, su fino e inteligente humor, al estilo Bernard Shaw a quien admiraba, y por estar siempre dispuesto a dar una mano – ya sea de tipo económico o moral.
Los escritores de nuestro tiempo defienden estéticas restrictivas y proceden por omisiónes. Piensan que el verdadero poema debe esquivar el color, la música, el prosaísmo, la confidencia, la efusión erótica, la ternura elegíaca, etc. Borges prefiere que el dominio literario se ensanche y se enriquezca, y su voluntario empobrecimiento le parece una conducta que participa de la soberbia y del nihilismo.  

 

“Los reyes olvidados “

Las personas del sueño te persiguen y asedian
Mientras juegas con seres concretos bajo el día
Y oscuras poblaciones desde los hondos años
Trabajan escondidas para erigir tu cárcel.

Tejen tu viva trama muchos reyes secretos,
Y en la tierra más tuya, silenciosos se afanan
Los tiranos sutiles que te dictan entero
Mientras tus ojos se abren al mundo que conoces.
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Te excavan y te ahondan lentísimos ausentes,
Oh tumba de los otros, alma vuelta al mañana,
Sumisa a unos fantasmas que te sitian y roban
Para entregar al tiempo la criatura desierta.

Mastronardi escribió también una especie de retratos de gente que conoció, personajes de su pueblo, algo así como unas breves “vidas imaginarias”, las que, como toda verdadera poesía nos revelan  algo importante de nosotros mismos, de lo que hacemos en el mundo, de lo que significa un destino humano. Lo horrible cotidiano, el trivial presente, este día de nuestras miserias y mezquindades inmediatas,se convierte en hermosura y emoción, y no pocas veces en ejemplo moral.
Porque esta estirpe de escritores, que es una estirpe de seres humanos, resalta en los otros virtudes que desearía poseer, o que tal vez reconozca en sí mismo.
Así dice Mastronardi de otro poeta entrerriano Juan L. Ortiz : Era un hombre de piedad franciscana. Incapacitado para la codicia. Vivía en función de los bienes más elevados y nobles. ¡ Qué lindo esto!
Y hablando de Infantino, hombre de su pueblo, lo describe así : Tiene sentimientos delicados. Está solo en un mundo donde todos ensayan el zarpazo. De un pariente que se negó a prestarle una suma de dinero que le hacía mucha falta, sólo me dijo : “le falló el corazón.” Meses después le formuló otro pedido, que también fue rechazado. Pensé entonces que infantino insistió ante su pariente para encontrar el humano, para darle una oportunidad de salvación. Tal vez sospechaba que el honor de la especie pendía de ese hombre sórdido. Infantino salía a buscar la vida para olvidar la vida. Buscaba el diálogo como quien busca un reparo, una confortación, un momentáneo abrigo. “¿ Vamos a tomar un cafecito ?”, preguntaba siempre. Infantino concebía valores y virtudes que lo ayudaban a estar en el mundo. Determinado por remotas enseñanzas, aplicó inusuales principios de conducta a una realidad que los rechazaba por quiméricos y vanos. Hay un hombre que se le parece, y que desde el madero donde está clavado, enternece los siglos y agoniza siempre con todos los humanos. Menos visible y menos espléndido, sospecho que Infantino pasó por la vida para confirmar y sostener al Otro, a pesar de que no lo supiera, y por mucho que no haya dejado herencia apostólica.
Este linaje de hombres que Mastronardi venera, y de cuya memoria se alimenta su obra, nos hacen recuperar una visión del hombre casi totalmente destruída por las filosofías contemporáneas, que ahondan y revuelven en lo oscuro, en la maldad, en lo vil, en lo peor que anida en la especie humana. El poeta rescata así nuestras posibilidades de bondad, de generosidad, de finura, esas altas formas de ser y de vivir que son lo mejor  que podemos realizar.
Otro de sus ancestros literarios fue Paul Valéry y sobre él publicó en 1955 el libro “Paul Valéry o la infinitud del método.” Con Valéry el poeta ya no es movido por una especie de ebriedad divina, sino que permanece en la cordura para crear la embriaguez de los otros. Mastronardi señala en el francés las cualidades del orden y la claridad. La aventura y el orden se dan juntos, y el arte es un “hacer lúcido,”un trabajo obstinado, una voluntad organizadora, y todo esto en la época en que justamente prosperaba lo contrario, es decir, la deconstrucción, la escritura automática. Valéry y su poética serán para Mastronardi el símbolo de unas “aventuras del orden” que se oponen tenazmente al caos de una época invadida por los irracionalismos más sombríos.
Hay un pensamiento de Mastronardi que tal vez lo defina : La incertidumbre, que tanto se parece a la modestia.
Porque incluso en nuestras más claras convicciones, en nuestra fe más fervorosa, hay una envoltura, como una niebla de incertidumbre, aquello que lleva a Unamuno a decir en verso :  “Esculpamos, pues, la niebla.”
En su libro sobre Valéry, Mastronardi insiste en un hecho característico de nuestra época y que nos afecta a todos en general y a los artistas en particular: No hay nada más nuevo que la especie de obligación de ser enteramente nuevos que se impone hoy a los escritores. Hace falta una gran e intrépida humildad para atreverse a inspirarse en otros. Ni Virgilio, ni Racine, ni Shakespeare, ni Pascal se privaron de dejarnos ver lo que habían leído. A pesar de la superstición reciente, yo reconozco un principio de gloria a aquel que escoge, que no hace como si ignorara las hermosuras adquiridas. El misterio de la elección no es menor que el de la invención, si es que es realmente distinto.
Asistimos, consentimos,participamos, sin precavernos, a un abandono universal de la expresión directa de las cosas que antes fueron las más venerables o las más sagradas. Una época se define bien por lo que aprecia o desprecia, lo que busca o lo que deja de lado, lo que exige, tolera, lo que siente, lo que calla.¿Quiénes somos nosotros, hoy,que renunciamos, sin siquiera tener conciencia, a nombrar la virtud? ¿ Este renunciamiento significa un cambio sustancial en el hombre moral ? ¿ Los escrúpulos, los actos desinteresados, el don de sí mismo, los sacrificios, no son más que delicadezas anticuadas, curiosidades psicológicas?

 

 

 

 

“El forastero”

Renuncia este hombre opaco y extraviado
Al juego de los otros, a la unánime empresa
De probar el sabor del mundo cierto,
Como si el tiempo que iracundo arroja
El hueso del presente codicioso
A la despierta voluntad de todos,
Nunca lo hubiera visto,
Como si la hermandad innumerable
Que rueda hacia el dolor y la delicia
No pudiera rendirlo a sus verdades claras.

Renuncia este hombre al don de la hora vívida,
Al esplendor del día donde caben
Las venturas concretas, los adioses,
La parcial efusión que arde y resurge,
Los trofeos del odio y la batalla,
Las zozobras que el alma quiere en secreto, y todo
Cuanto pide, no signos, sino real llamarada.

Quén sabe cuantas noches lo asociaron al quieto
Reino de las personas ilusorias,
Donde el castigo es tenue y es vaga la delicia,
Y así en mansa demora miró correr los años,
Pues quiso confundirse con mentidas criaturas
Para que fuera leve también, y no de hierro,
El plazo de los actos cardinales
Que son nuestros sepulcros sucesivos.

Como quien se libera en el exilio,
Vive oculto en comarca de signos y de fábulas,
Donde las almas pueden desandar sus jornadas
Y rehacerse a despecho de los hados,
Pues lo domina el insensato empeño
De volverse un tramposo del destino.

Desoye - ¿ los vivientes podrán creerlo?-
El férvido llamado de las horas
Que no le traen el hijo ni los viajes,
Ni la curiosidad por otros seres,
Porque el desierto es su jardín luciente
Y, como ajeno al orden natural de las cosas
- ya tranquilo en su mundo menor y vaporoso –
Todo lo sacrifica a unas imágenes.

Ni siquiera el sonido del mar sobre la playa
Donde juegan los cuerpos; tampoco el rostro nuevo
Que se anima en la fiesta,
Porque indirectos cielos lo aprisionan,
Y su alma distraída sólo goza
Los bienes negativos de la calma y la ausencia.

Y semejante al párvulo, que en su candor se pierde,
Deslumbrado en los reinos
Que fundan con engaño las palabras,
Vive prestada vida y aventura refleja.
Y las criaturas que en sí mismo engendra,
Hijas de su delirio cuidadoso,
En vano salen a probar fortuna,
Al azar ofrecidas, a lo incierto,
Al capricho y la música de algún hombre recóndito.
Así, en ese desvelo para nadie,
En un país de símbolos humosos,
Pierde su vida el lento forastero
Que oscuro persevera, esclavo de unas sombras.

He pasado muchos meses leyendo la poesía de Mastronardi y me doy cuenta de que leo poesía con ánimo reverencial, como se leyó durante siglos, rindiéndole honras milenarias. Y si consideramos que su fuente es el asombro que origina el espectáculo del mundo y el destino de los hombres, quiero creer – y nosotros siempre esperamos – que volveremos a enamorarnos del mundo y de la vida – que es obra divina – y así seguiremos colaborando con el universo, y recibiendo y gozando de tantos de sus dones- aún el dolor y la tristeza – y la poesía en todas sus manifestaciones.
Dice el poeta:

Oscura y confusamente, alguna vez hemos sentido una suerte de exaltación mágica que temimos perder para siempre, y cuyo recobro es nuestro anhelo profundo. Sin advertirlo, a lo largo de la vida buscamos las huellas de un lejano acierto, de una visión feliz, de un luminoso momento único. A través de los años no hacemos otra cosa que rastrear esa maravilla interna, ese momento afortunado y esencial. Nuestra vida se prolonga para recuperar ese instantáneo prodigio que está como disuelto en nosotros. Todos nuestros esfuerzos, por cierto involuntarios- tienden a reconocer esa ventura, esa clara altitud que alguna vez alcanzamos. Con decisión inocente perseguimos el momento en que nuestra vida estuvo más cerca de sí misma, y tocó una realidad más honda que la habitual.
 18 de octubre, 2015

Felicitas Casavalle
(Buenos Aires,1949), es escritora y ha publicado ensayos, poemas y cuentos.
“Las cosas que amamos”; “La isla de las bienaventuranzas”; “Lecturas Ejemplares”; “Diálogos callados”; “Cantos del desierto” y su último libro “Crónicas del Reino”.
En holandés hay dos libros suyos: “De gulle tijd” (“El tiempo generoso”) en colaboración con Raúl Rossetti y Robert Lemm, y “Donkere spiegels” (“Los espejos oscuros”).
Colabora con la revista “Amsterdam Sur”; “Criterio”; y el suplemento cultural del diario
“El Tiempo” (Azul, Argentina).