Lo que no te conté de Francis Bacon…
y de otros más

Amira Armenta

13 Armenta01

Lo que no te conté de Francis Bacon. Correos para Clara Charo Crego – 200 pp 978-84-16160-47-1. Abada Editores

Epistolario en tiempos del email

Cuántas veces no nos habremos preguntado después de ver una obra de arte, una buena película, o una pieza de teatro que nos haya impresionado, ¿qué diría esa amiga/o con quien solíamos visitar exposiciones, ir al cine, y que ya, por alguna razón, no tenemos a mano? Se trata de personas con las que mantenemos involuntariamente un diálogo interior, con las que estamos continuamente hablando en silencio porque no podemos acallar internamente la necesidad de comunicarnos con ellas.

Esta necesidad de comunicación encuentra su mejor expresión en el género epistolar. En estos tiempos de internet en los que ya nadie sabe lo que es agarrar una pluma y escribir una carta, la epístola asume una forma digital. Lo que suena un poco raro por la combinación que establece entre algo muy arcaico, lo epistolar, con algo muy moderno, lo digital. El libro de Charo Crego, Lo que no te conté de Francis Bacon – Correos para Clara, es un precioso ejemplo de lo vital que se puede mantener este género de connotaciones anticuadas, a la vez que reconfirma aquello de que a quién le importa el formato (en este caso el email) cuando el contenido es rico. De haber vivido en nuestra época, sin duda Séneca le habría escrito correos electrónicos a Lucilio.

En un tono con un deje nostálgico y tierno que delata a una madre que echa en falta la presencia de su joven hija que ha crecido tan pronto y se ha ido de casa, los correos hacen un amplio recorrido por el mundo de exposiciones y museos visitados, destacando a veces una obra o un artista en particular. Obra o artista que habrán visto alguna vez juntas o que habrán tenido algún significado en algún momento en la vida de ambas. Mondrian y su Composición con amarillo, rojo, negro, azul y gris, en el Stedelijk Museum de Ámsterdam. El perro y las pinturas negras de Goya en El Prado, el Guernica de Picasso, el Jardín de las delicias de El Bosco, Las Meninas de Velázquez y, naturalmente, Francis Bacon y otros grandes más.

Pero no son solamente las obras famosas y los grandes nombres los que llenan estas páginas, y esto es quizás lo mejor de estos correos. Con un discreto estilo formativo (como bien corresponde al género), Crego llama la atención de su hija hacia objetos que hacen parte de su vida cotidiana, como una fuente no especialmente muy bonita situada en la plaza frente a la guardería por donde seguramente pasaban todos los días cuando ella era niña. Aunque la obra es de un conocido artista español, Miquel Navarro, para la gente que vive en el sector es sobre todo un objeto habitual, algo que hace parte de sus vidas diarias. Así como son habituales también los muchos detalles art nouveau de la casa de la Bruselas de principios del siglo XX en donde viven.

Es el arte que no vemos no solamente porque no está en museos y galerías sino porque hace parte de la normalidad. Un ejemplo maravilloso de esto es el correo dedicado a la ‘vajilla de Eric’, un amigo de la familia. La vajilla, que tiene pintados unos pescados, era de la abuela alemana de Eric, una judía obligada a emigrar varias veces en aquellos turbulentos años llevando siempre consigo los platos de la familia. ¡Cuántas piezas de pescado no se habrán servido en esos platos en casa de Eric como la cosa más normal del mundo! Y sin embargo ahora, siete décadas más tarde, la vajilla de la abuela se exhibe como arte en el Museo Judío de Berlín.

Con lo cual, el valor de un llamado objeto de arte está también en su historia. Otro tema que no descuida indicar la autora a su hija, y que no es necesariamente la historia plasmada en la obra misma sino el trajín del objeto en el trasfondo histórico público o privado. Para esto el Guernica ofrece una vez más un rico ejemplo. No es solamente el cuadro de Picasso sino el póster que en sus años de adolescente rebelde Crego comprara alguna vez y colgara en su habitación como un acto de protesta. No solamente la protesta contra el régimen franquista de aquellos comienzos de la década del setenta, sino la protesta dentro de los muros de la casa familiar porque sabía que ese póster no le iba a hacer gracia a sus padres.

Otra jugosa anécdota que pone a las obras de arte en medio del torbellino histórico se describe en el correo sobre los refugios de la pintura. Las obras de arte son los tesoros de las ciudades. Cuando se presiente que va a estallar una guerra corresponde a la administración de museos y ayuntamientos esconder estos tesoros para protegerlos no sólo del robo sino de las bombas. Así nos enteramos cómo, siguiendo el modelo de lo que hicieron en Madrid con las obras del Museo del Prado durante la guerra civil española, en 1940 los holandeses construyeron un búnker en las dunas para esconder sus cuadros más preciados. Allí bajo la arena estuvieron refugiadas las colecciones de los grandes museos de la ciudad -incluso La Ronda de Noche– todos esos años. Un detalle interesante es que los nazis, que tenían fama de ladrones de arte, descubrieron muy pronto el búnker y sin embargo, quién sabe por qué, no se robaron nada.

El libro es complejo en su sencillez porque desde lo singular entrelaza sutilmente las más variadas temáticas abstractas, como el gusto, la historia, la política, el comercio, el concepto, la interpretación, las costumbres. ¿Cuál es el significado de El jardín de las delicias? ¿Por qué se dedicaron tanto los pintores holandeses del Siglo de Oro a representar escenas de la vida cotidiana cuando el resto de Europa estaba pintando escenas mitológicas, históricas o religiosas?

Cada correo aborda un tema diferente y algunos pueden resultar más interesantes que otros. Entre las páginas más sugestivas están, al menos para mi gusto, las dedicadas al tema de la falsificación, “un tema casi tan importante en la historia del arte como la autenticidad, pues falso y auténtico son dos caras de una misma moneda…”. Hay varias clases de falsificaciones pero me llama la atención sobre todo aquella en la que el (artista) falsificador lo que busca es burlarse de la ignorancia de los expertos, los profesores de arte, los directores de museos. Y de los marchantes, naturalmente. ¡Cuántos falsos Velázquez, falsos Rembrandt se exhiben en el mundo sin que nadie se haya dado cuenta todavía del engaño! Y quizás nadie se dé cuenta nunca con lo que seguirán siendo auténticos para siempre. Falsamente auténticos.

Lo más curioso es que cuando se descubre un engaño, como cuando se descubrió la falsedad del Retrato de grupo que se atribuía a un artista italiano del siglo XV y que resulto ser no más que “a clever and sophisticated forgery” pintado hacia 1910, aparecen de repente los especialistas para explicar lo obvio de la falsedad. Una falsedad que sin embargo ellos no habían sido capaces de ver unos días antes.

En fin que, como sugiere Paloma Alarcó citada en la contraportada, este es un libro que invita a cualquiera acercarse al mundo del arte y de los museos y tratar de entender cosas como por qué Francis Bacon pintaba unos rostros tan deformes y repugnantes. Este es el blog de Amira Armenta, especialista en nada que se mete con todo. http://amiraarmenta.com/ http://amiraarmenta.com/2015/12/16/lo-que-no-te-conte-de-francis-bacon-y-de-otros-mas/

13Armenta

Amira Armenta (Colombia), tiene un máster en historia de América Latina. Trabaja en el Transnational Institute (TNI) en Ámsterdam. Escribe con alguna regularidad sobre temas de política, cultura, cine y libros. Ha publicado dos libros de ensayos: Een nieuwe tong, y En el patio de atrás. Antiamericanismo y nueva izquierda en América Latina, y la novela, Los gatos pardos de la noche.
amiraarmenta.wordpress.com