OCTAVIO PAZ, 1914-2014

Robert Lemm

[El Profesor ROBERT LEMM es experto en literatura e historia española y latinoamericana. Es ensayista y traductor. En 1979 recibió el Premio Martinus Nijhoff por sus traducciones de la literatura latinoamericana, entre ellas: El laberinto de la soledad de Octavio Paz, Confieso que he vivido de Pablo Neruda, El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, y en particular, por la traducción de Concierto Barroco de Alejo Carpentier. Más tarde tradujo obras de Jorge Luis Borges, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Miguel de Unamuno, Juan Donoso Cortés, Joseph de Maistre, Léon Bloy, Leopoldo Marechal, Giovanni Papini y René Girard. Escribe libros sobre temas religiosos y filosóficos, entre los que se encuentran uno titulado Borges como filósofo y otro Miguel de Unamuno, el alma de España. Entre sus publicaciones más recientes se incluyen Bloedjas (Abrigo de sangre), cinco biografías breves sobre los dictadores más espectaculares del Siglo XIX latinoamericano y una antología de los aforismos del filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, El reaccionario auténtico. Lemm es presidente de la Academia San Nicolás de Amsterdam.

OCTAVIO PAZ representa la literatura de su generación. En El laberinto de la soledad de 1950 se encuentran ya definidos los ideales y los desengaños de los novelistas del “boom”, como e.o. Carlos Fuentes y Julio Cortázar. La “edad de oro”, o la nostalgia del presente, es el hilo conductor de la obra entera del autor mexicano, tanto de su poesía, como de sus ensayos. El mexicano, dice, ‘no quiere o no se atreve a ser él mismo’. Pero se abre y se revela tal como es durante las fiestas - que abundan en el calendario mexicano. Entonces ‘el tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian’.]


EL TIEMPO NO PASA,  NOSOTROS  PASAMOS

Si algo define a Octavio Paz, es El laberinto de la soledad. Este libro suyo, publicado en 1950, se puede considerar como la quintaesencia de todos sus libros. Y además se puede tomar como hilo conductor para la literatura latinoamericana de los años sesenta en adelante. Las novelas del así llamado “boom” por ejemplo – aunque denunciada esta etiqueta como propaganda editorial por Octavio Paz -, están impregnadas de una nostalgia y una esperanza utópica que ya se encuentran elaboradas en El laberinto de la soledad.

El laberinto de la soledad es una caracterización del mexicano y de México a través de su historia, y termina con la observación de que ‘por primera vez en nuestra historia somos contemporáneos de todos los hombres’. O sea que antes de llegar a lo que compartimos los habitantes del planeta entero nos adentramos en lo específico. El mexicano, según Paz, es un ser defensivo, cerrado, resignado, simulador. El mexicano ‘no quiere o no se atreve a ser él mismo’. Pero se abre y se revela tal como es durante las fiestas - que abundan en el calendario mexicano. Entonces ‘el tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian’. ‘La Fiesta’, concluye Paz, ‘es un regreso a un estado remoto e indiferenciado, prenatal y pre social.’ Me parece que aquí llegamos al fondo de la obra entera del autor.

Para  empezar, Paz comprueba que México (hace más de medio siglo) es un país al margen de la Historia universal. Mejor dicho, al margen del Occidente. Y el mexicano está determinado por las circunstancias sociales de su propia historia. La mezcla de las épocas precolombina y colonial ha engendrado una nueva raza mestiza, algunos de cuyos rasgos específicos se personifican en “la Chingada” y “la Guadalupe”. La primera es la Malinche o doña Marina, la princesa indígena y traidora que se entregó al conquistador Hernán Cortés; y, por otro lado, tenemos la Virgen María aparecida al indio Juan Diego y que personifica la Madre de los huérfanos a partir de la conquista por los españoles. Y por muy dolorosa que fuera esta conquista, la diferencia con las colonias sajonas es radical. Para los colonistas protestantes de América del Norte, de la Nueva Inglaterra o la Nueva Holanda, los “pieles rojas” eran como animales, desprovistos de almas. La Nueva España, en cambio, ‘conoció muchos horrores, pero por lo menos ignoró el más grave de todos: negarle un sitio, así fuere el último en la escala social, a los hombres que la componían’.

La Independencia de la metrópoli - ya provocada por el centralismo de los Borbones y realizada durante la ocupación de España por Napoleón - llevó a las  dictaduras. Durante el régimen del dictador Antonio López de Santa Anna, México perdió más de la mitad del territorio nacional a los Estados Unidos. Luego el liberalismo (época de Benito Juárez) fue corriendo parejo con la venta de las tierras de la Iglesia y el auge de los terratenientes durante la época del presidente Porfirio Díaz. Y por fin vino la Revolución Mexicana de 1911, la primera del Siglo XX. La Revolución, espera Octavio Paz, es un esfuerzo de recuperar el sistema precortesiano del “calpulli”, o de las tierras en manos de la comunidad. La Revolución, sobre todo en la figura de Emiliano Zapata, quiere ser el retorno a la “edad de oro”, y significa, en las palabras de Paz, ‘una súbita inmersión de México en su propio ser’ y ‘una búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre’.

En el capítulo sobre la “Inteligencia mexicana” (incluido en el Laberinto), que trata del papel que los intelectuales tienen en la sociedad, se asiste a una escisión. Para el pueblo, el catolicismo ‘se ofrece como un refugio’; pero los intelectuales toman distancia de la religión y están en busca de una filosofía que corresponda con la modernidad. Paz rechaza el socialismo totalitario. También rechaza el sistema de gobierno que se fue levantando a partir de la Revolución para establecerse en el Partido Revolucionario Institucional, el PRI. Este partido traicionó los ideales de la Revolución. Y el autor mexicano sigue reflexionando sobre el retorno a estos ideales, como leemos en el apéndice de su libro donde dice: ‘Soledad y pecado original se identifican. Y salud y comunión vuelven a ser términos sinónimos, sólo que situados en un pasado remoto. Constituyen la edad de oro, reino vivido antes de la historia y al que quizá se puede acceder si rompemos la cárcel del tiempo. Nace así, con la conciencia del pecado, la necesidad de la redención. Y ésta engendra la del redentor.’ Y explicando más: ‘Hubo un tiempo en el que el tiempo no era sucesión y tránsito, sino manar continuo de un presente fijo, en el que estaban contenidos todos los tiempos, el pasado y el futuro. El hombre, desprendido de esa eternidad en la que todos los tiempos son uno, ha caído en el tiempo cronométrico y se ha convertido en prisionero del reloj, del calendario y de la sucesión.’

En este pasaje, si no me equivoco, Octavio Paz se aleja de la doctrina cristiana, según la cual la pérdida del paraíso fue el resultado de la desobediencia o de la sublevación contra Dios. A no ser que se entienda la soledad como sinónimo de la ausencia de Dios. Pero el hombre puede vivir a solas con sólo Dios, como dice el gran poeta español Luis de León. El autor mexicano en cambio, ha sido sustituido a Dios, casi ambiguamente, por la palabra “comunión”. Y no se refiere tanto al sacramento de la eucaristía, sino más bien a la fiesta, la poesía y el amor que pueden reunir a los solitarios y suprimir la tiranía del reloj. Pero el regreso al estado sin tiempo, o sin muerte – simbolizado por el jardín de Edén - lo evita precisamente el hecho de nacer, y por consiguiente el hecho de morir. La fe cristiana promete el cielo después de morir. Pero esta fe ya no es una opción para el intelectual. Y así debe buscar un sustituto. Y esta búsqueda termina en el laberinto.

Paz se declara partidario de un marxismo crítico que condena el estalinismo con sus persecuciones y  campos de concentración. Los intelectuales, insiste, tienen la obligación de denunciar la falta de libertad en los países comunistas. Al mismo tiempo no les queda otro camino que adherirse a la modernidad, que incluye el utopismo con su redención y redentor en el futuro. La mayoría de los intelectuales de América Latina sigue este camino. Jorge Luis Borges es la gran excepción. Aunque muy aficionado al “laberinto” como símbolo, y no ajeno a los beneficios del estado atemporal (pensemos en su ensayo “Nueva refutación del tiempo”), el autor argentino no excluye que haya una salida del laberinto, y no es la de la “comunión” en el sentido de Paz. Es más bien la senda solitaria, la salida metafísica, la idea que el universo tiene sentido y esto implicaría una inteligencia, un hacedor. A Borges le sigue fascinando – así lo testifica p.e. su inmersión en la obra de Emanuel Swedenborg, el gran visionario sueco - la fe cristiana con su cielo y su infierno. El argentino continúa buscando a Dios.

Los temas principales en la poesía de Octavio Paz son el tiempo, la identidad (¿quién soy?), el amor en el sentido erótico, la frontera entre sueño y realidad, la añoranza del estado paradisíaco. En los ensayos de Las peras del olmo (1957) aboga por la poesía como centro de la sociedad y canal hacia la liberación de la rutina cotidiana. El poeta debe contribuir a cambiar la sociedad, y hacerlo con un lenguaje nuevo, de tipo surrealista. En 1956, en los ensayos de El arco y la lira, descarta el marxismo, que ahora define como el último esfuerzo en el pensamiento occidental por reconciliar la razón con la historia. A partir de allí se desvanece con lo irracional la secuencia lógica o cadena de causa y efecto en el arte narrativo, y se imponen la moda posmodernista de asociar las cosas más incongruentes y la fascinación por lo absurdo. Un buen ejemplo es Rayuela (1963) de Julio Cortázar (autor también recordado en 2014), donde además de un deliberado rechazo de lo racional y de un elogio del azar se percibe la misma añoranza de la inocencia primordial anunciada por Paz.

Durante los años sesenta el autor mexicano se presenta como poeta en la tradición del modernismo de Rubén Darío, Fernando Pessoa y Luis Cernuda. El poeta no tiene necesidad de una biografía, debe ignorar las formas clásicas y ser deliberadamente contemporáneo, lo que e.o. equivale a negar a Dios y el alma y cultivar la experiencia sensual.  Hay que revalorizar el mundo primitivo de los dioses, los ritos y la magia (Cuadrivio, 1964, y Puertas del campo, 1966). En Corriente alterna (1967) encontramos la poesía definida como expresión del buen salvaje, y en este libro se vincula el surrealismo occidental al panteísmo oriental. En otro libro, del mismo año,  se propone el budismo como alternativa del cristianismo. Pero en 1969 Paz concluye, en Conyunciones y disyunciones,  que el hombre moderno ha perdido la fe en el más allá y que por eso está condenado a preocuparse tanto por su “ identidad”. El mundo visible de los sentidos ya no se refiere a un mundo invisible. La metafísica ha desaparecido por completo. Ya no sentimos, como intuyó el poeta Baudelaire, “las correspondencias”, o sea las relaciones de los fenómenos naturales con sus arquetipos sobrenaturales. La analogía ha cedido a la ironía. Para salir de este callejón sin salida, lamenta Paz la pérdida del sistema católico y se refugia en el orientalismo durante su residencia en la India.

1968 es el año en que se producen las revoluciones estudiantiles en Europa con el grito de “L’imagination au pouvoir”. Este afán está totalmente en línea con Octavio Paz. Pero en el mismo año se produce también la supresión sangrienta de las protestas en la Plaza de Tlatelolco de México D.F. a causa de los Juegos Olímpicos. Paz se indigna profundamente con el gobierno y abdica como embajador de su país en la India. En un “Posdata” a El laberinto de la soledad de 1969 se pregunta adónde ha llevado la Revolución Mexicana y concluye que a la “dictadura” del Partido Revolucionario Institucional - que no se distingue de los partidos comunistas en la Europa Oriental. 1968 significa una ruptura en la carrera del autor.

En los años setenta se va manifestando como crítico independiente, adoptando una nueva postura política y cultural. Se distancia no sólo de la derecha, sino también de la izquierda. Lo último es lo que fastidia a los intelectuales y los escritores que en su mayoría están afiliados al marxismo, a los movimientos revolucionarios en América Latina y a la Revolución Cubana en particular. En las revistas “Vuelta” y “Plural” reúne a espíritus correligionarios y con el tiempo va ganando el apoyo de otros despertados en el continente, como el chileno Jorge Edwards y el peruano Mario Vargas Llosa. ‘El escritor’, declara Octavio Paz en estos años, ‘debe ser francotirador, debe soportar la soledad, debe saberse un ser marginal’. Sin desentenderse de la modernidad, opina que al poeta hay que verlo en su propio tiempo, en su propia generación. En sus ensayos de El signo y el garabato (1973) y Los hijos del limo (1974) explora las raíces de la modernidad en el Romanticismo. A partir de este movimientos se sucedieron las generaciones mediante rupturas, y así no pudo formarse una tradición vital. La muerte de Dios, indica Paz,  nos hizo huérfanos, pero él sigue creyendo en la “edad de oro” y continúa refugiándose en la “nostalgia del presente”. ‘Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia’, concluye en las poesías de Pasado en claro (1975). En In/mediaciones (1979) embiste la idea del progreso industrial y desecha la religión como una ilusión. Considerando la cultura ibérica e iberoamericana, deplora la ausencia de una crítica de la razón pura. Al contrario de los países protestantes, a los católicos – con la excepción de Francia – les faltó una Ilustración, un Siglo de las Luces, tema que el autor más tarde retoma en sus últimos ensayos.

El ogro filantrópico (1981) reúne artículos aparecidos en las revistas “Plural” y “Vuelta”. En ellos se vuelve al tema de México y la Revolución. A los presidentes de su país los designa Paz como “dictadores constitucionales”, al PRI como la petrificación de la Revolución, y a los gobiernos como ilegales. Entre los liberales y los conservadores se aplastó la identidad original del pueblo mexicano. Paz se confiesa ahora como socialdemócrata, partidario de la crítica abierta y de las democracias de la Europa Occidental. Denuncia la Revolución Cubana y los gobiernos totalitarios de la Europa Oriental bajo la influencia de la Unión Soviética. Elogia al disidente ruso Alejandro Solszenytsin, pero critica su cristianismo reaccionario. Por otro lado, condena el golpe de estado en Chile contra el presidente Salvador Allende en 1973, pero no está de acuerdo con los izquierdistas, porque Chile bajo Allende no era una democracia. Y sigue irritando a la izquierda por su rechazo del sandinismo en Nicaragua. En Tiempo nublado (1983) sostiene que ni la ideología, ni la religión son aceptables como fundamento del Estado, pero a partir de 1982 México parece estar en camino hacia la democracia. Dos años más tarde, en Hombres en su siglo, admite que ‘el utopista quisiera traer el cielo a la tierra’, y ‘ ser cristiano en 1984 equivale a ser rebelde’. Lo último lo era ya  en 1904 para el autor británico Chesterton, tan admirado por Borges. Pero ahora, Octavio Paz subraya que la Virgen de Guadalupe está en la sangre de todos los mexicanos. En el mismo año 1984 recibe el Premio para la Paz en Frankfurt, Alemania,  después de haber recibido en 1977 en Israel el Premio de Jerusalén. Y en Frankfurt se muestra escéptico por primera vez a propósito del sueño de la “edad de oro”. La Historia, repite con Borges, es guerra desde que Caín mató a Abel. Pero lo mejor sigue siendo una democracia plural, y los héroes en este sentido son Ghandi y Martín Luther King. En 1990, en el año que sigue a la caída del muro de Berlín, le conceden a Octavio Paz el Premio Nobel para la Literatura. En su discurso nombra a Neruda y Borges como los mayores poetas de América Latina.

Sor Juana Inés de la Cruz, o las trampas de la fe (1981) es sin duda el libro más admirable de Octavio Paz junto con El laberinto de la soledad. Es mucho más que un ensayo, es un estudio extenso sobre la época colonial y una respuesta elaborada a una pregunta que el autor mexicano se ha hecho ya varias veces en su obra anterior: ¿cómo explicar el atraso del mundo ibérico? España y Portugal desconocieron la Reforma de los países del norte, y por consiguiente no pasaron por las fases de la Ilustración y la Revolución. Y así perdieron el tren a la  modernidad, cuyas raíces están en el Romanticismo. Así que falta la contribución de España a la Literatura de los siglos XVIII y XIX. Porque no hubo una crítica de la razón pura, ni hubo un desarrollo de la Ciencia, y ni tampoco del Arte. España estaba encerrada en una escolástica anticuada, y luego cayó en una imitación insípida de los románticos franceses que a su vez eran imitadores de los heraldos de Alemania e Inglaterra. Y sí el atraso de España era un hecho, ¿qué esperar de la América española? Pero hubo una luz algo rebelde en la persona de la monja Juana Inés de la Cruz, a finales del Siglo XVII. Su Primero sueño - visto tradicionalmente como fruto del arte ornamental del Barroco, precisamente como imitación de las Soledades de Luis de Góngora – delata una curiosidad que Paz relaciona con el racionalismo de Descartes. El Sueño de Sor Juana es una obra esotérica, medio mística, medio científica. El hecho de que esta hazaña precursora proviene de una mujer, de una monja que prefigura algo de la deseada crítica de la razón pura en medio de un ambiente colonial católico, es la gran sorpresa que nos da Octavio Paz en su estudio extenso, que además dirige la atención a la época colonial en sí. Una época que fue descuidada por los estudiosos que tenían más interés en la época precolombina.

Y volvamos a El laberinto de la soledad. ¿Qué nos dice este libro de hace más de medio siglo? ¿Siguen el carácter y las circunstancias mexicanas hoy en día igual como entonces? Y ¿evaluamos la historia de México en 2014 del mismo modo que en 1950? Ya desde hace más de sesenta años Paz pronosticó que los mexicanos son ‘contemporáneos de todos los hombres’. Y si algo caracteriza a Paz, y eso lo tiene en común con Borges, es su actitud abierta, su aprecio y acogida de autores de todas latitudes. Su interés en lo mexicano está exento de la egolatría y del provincialismo típico de la raza hispánica. Lo que su país puede atribuir a la cultura universal es lo que le importa. Todo eso no quita que El laberinto de la soledad sigue siendo un espejo para el mexicano de hoy, obra de una imparcialidad ejemplar y de una lucidez enternecedora.

A propósito de la muerte del poeta mexicano José Emilio Pacheco, anotó Enrique Krauze (en El País de 28 de enero 2014): ‘En un Diálogo de los muertos que José Emilio imaginó hace dos décadas, José Vasconcelos reclamaba a Alfonso Reyes haber sido “un especialista en generalidades, alguien que mariposea sobre todos los temas y no se compromete con ninguno. Tu obra entera es periodismo —le dice— sin duda magistral y de suprema calidad literaria, pero al fin y al cabo periodismo”. Reyes le respondía: “¿Por qué te parece mal el periodismo? Democraticé hasta donde pude el saber de los pocos... Además, Pepe, casi toda la literatura española de nuestra época es periodismo: Ortega. Unamuno, Azorín... Tú también fuiste un gran periodista”. El Reyes de Pacheco tenía razón. Muchos buenos escritores se malograron en México en espera de que los dioses los inspiraran para hacer la novela inmortal o el poema homérico, mientras desdeñaban las otras ramas del trabajo literario.’

Creo que el Alfonso Reyes, tan admirado por Octavio Paz y citado por Pacheco, toca algo fundamental cuando se refiere a los intelectuales, aunque de esta cita excluiría a Miguel de Unamuno. “No comprometerse con ningún tema.” ¿Cuáles son los temas con que se comprometió el autor del Laberinto de la soledad? Con la socialdemocracia y la humanización de la economía en la política y con la poesía como liberación del tiempo y encuentro de nuestra identidad, con el pluralismo y el multiculturalismo en general. Y no hay que olvidar que los maestros de pensar de Paz fueron Darwin y Marx, Nietzsche y Freud. Rechazó la revalorización del cristianismo de los poetas americanos T.S. Eliot y Ezra Pound. Optó por el surrealismo y el esteticismo en la poesía. Y en la filosofía, por el Eterno Retorno, o el Tiempo Circular de los paganos. El “sueño americano” (the American Dream) lo tradujo en la “edad de oro” de los antiguos como Hesíodo y Platón, y de Don Quijote en su discurso a los cabreros, lo de “la dichosa edad y siglos dichosos, aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados….”, pero Cervantes no creyó en esa utopía.

Porque la inocencia original, el paraíso no vuelve en la humanidad. El tiempo, repite el filósofo español Miguel de Unamuno, es la consecuencia del pecado original. No hay estado utópico en el futuro a esperar. Y el tiempo no pasa ni retorna. ‘La otra vida puede excluir el espacio, pero no puede excluir el tiempo’, dice Unamuno en El sentimiento trágico de la vida. Únicamente somos nosotros los que estamos pasando, y no retornando. Y la terrible locura es la de persuadirse de tener un alma inmortal.


Robert Lemm

Reside en Amsterdam. Con regularidad ha dado conferencias sobre temas relacionados con su obra, tanto en holandés como en español. Entre 1995 y 1997 dió un curso sobre historia y literatura hispánicas en Surinam (la Guayana holandesa hasta 1975). De varios de sus libros aparecieron segundas y terceras ediciones. Uno de ellos, sobre la Inquisición Española, ha sido traducido al alemán y tuvo dos ediciones en 1996 y 2005.De su "Historia de España" aparecieron cuatro ediciones. "La autobiografía de Raúl Reyes" (2009) causó agudas polémicas y un honroso reproche del actual presidente de Colombia. Otros libros: Aparecieron en holandés e.o. una Historia de España, Alba de América, una Crónica de los dictadores latinoamericanos (Abrigo de sangre), Viacrucis del cristanismo, María y su evangelio secreto, Swedenborg, Léon Bloy contra Nietzsche, El papa Benito XVI y la aparición de Eurabia, Operación Fénix -La autobiografía de Raúl Reyes. Lemm es traductor de e.o. Borges, Octavio Paz, Miguel de Unamuno, Joseph de Maistre, Juan Donoso Cortés, Giovanni Papini, fray Luis de León. El auge y el ocaso de los jesuitas (2011). En 1979 le concedieron el Premio Martinus Nijhoff por sus traducciones de autores latinoamericanos.