CuentosCarmen Molinas BonillaDuelo infantilEn el aire había una sensación extraña, mi madre me llevaba de la mano, era de mañana, el cielo despejado y los adoquines empapados, provocaban luces facetadas, estábamos en julio y el frío nos pesaba en el cuerpo, con la típica humedad de Buenos Aires. Era insólito pero yo sentía calor, sabía que pasaba algo que no llegaba a entender muy bien. Días atrás había escuchado una conversación entre mis padres, sólo fragmentos, pero mamá decía que en la noche anterior se había muerto alguien y que en la radio anunciaban que el luto era general, hasta para los niños. Papá se negaba, como siempre que se trataba de algo que iba contra sus principios: - ¿Cómo voy a permitir que mi hija, que no llevó luto por su abuela y que tiene sólo 6 años, vaya al colegio con luto por la Perona? No y no se hable más del asunto. Yo imaginaba que había muerto una señora que tenía una pera (mentón) muy pronunciada y por eso la llamaban así. Aún no conocía los motes despectivos. El colegio distaba a 5 cuadras de casa, cuando estábamos por iniciar la penúltima cuadra, mamá nerviosamente, hurgó en su cartera y sacó un brazalete negro que me colocó en el brazo izquierdo, me pidió, me rogó y hasta creo que me amenazó, cosa que jamás hacía, para que no se lo contara a nadie y mucho menos a papá que no quería nada a esa señora, pero que si me preguntaban, yo tenía que decir que la quería mucho; es más, que todos la queríamos muchísimo. Mi desconcierto era tal, que entré al colegio tratando de no abrir la boca y tenía tanto miedo, que en el acto de homenaje póstumo, no me animaba a decirle a la maestra que tenía ganas de ir al baño, así que parada casi al final de la fila, ya que yo era muy alta, la miraba con la desesperación de quien quiere transmitir algo en que le va la vida, pero la maestra, erguida como una de las columnas del patio, no movía un músculo, tan atenta debía estar en la sentida ceremonia; así que creció aún más mi temor , el que se transformó en humillación, cuando un líquido perturbador y caliente, comenzó a correr lentamente por mis piernas como si fuera una hilera de hormigas deslizándose, hasta que desbordados los diques, mi vejiga dejó paso a una catarata que empapó mis medias y zapatos y terminó acurrucada en un gran charco a mis pies. Yo era una niña adelantada que controlaba esfínteres desde antes del año, cosa que era motivo de orgullo de mis padres y de la admiración de quienes los escuchaban narrar “mis logros”, así que sabía bien lo que era hacerse pis encima. La humillación me hacía arder el rostro y sólo se refrescaba un poco con las lentas lagrimas que yo trataba de contener, pero me había traicionado mi cuerpo sumiéndome en una humillación intensa de la que me costó tiempo salir. Ese fue mi primer contacto con la muerte de Eva Perón, Evita para sus seguidores, la Perona para sus detractores. Luego, durante meses, tuve oportunidad de seguir “contactándome”, porque de su fallecimiento se habló tanto, se “carteleó” , se expuso … en fin, que la lamentable muerte de una joven mujer, se transformó en un verdadero espectáculo de marketing político y de los otros, desde los que aprovechaban para nombrarla Santa Eva y realmente pretendían que se la entronizara hasta los que vendían souvenirs con su imagen, pasando por la radio que todas las noches decía: “las 20 y 25, hora en que Eva Perón, entró en la inmortalidad”. Para que voy a contarles mi confusión siendo que acostumbrábamos a ir a una pizzería famosa que se llamaba “Los Inmortales” … Truenos en la distanciaLa madrugada se avecina sombría y el silencio todavía se mantiene entre los sueños de una Bs. As. dormida. También yo duermo con la falta de insomnio de los 9 años, parecería que a esta edad, no hay preocupaciones suficientes que puedan provocar desvelos; sin embargo algo me despierta, hay en el aire una inquietud perturbadora, un ruido como de enormes truenos y los vidrios vibran un poco, no entiendo qué sucede, pero sé que no es bueno. Me levanto y voy al dormitorio de mis padres, compruebo consternada que la gran cama donde me refugio cuando tengo miedo, está vacía. Veo la puerta principal semiabierta, escucho un rumor lejano, en mi estupor dudo sobre lo que estoy viviendo. Salgo al pallier, el rumor se agranda, sí, son voces que provienen de arriba; me encamino hacia el ascensor, a punto de oprimir el botón para llamarlo, recuerdo los consejos de papá: -Si en cualquier lugar, notas una sensación extraña, jamás subas a un ascensor, ni te encierres en una habitación, puede ser una trampa sin salida. (A pesar de que el terremoto que devastó San Juan había ocurrido muchos años antes de mi nacimiento, era común hablar del mismo y se cruzaban distintas recomendaciones de seguridad) así que comienzo a subir por la escalera, en cada piso las puertas de los departamentos se encuentran como la de casa (comprendí que confiaban ciegamente en la protección que brindaban esas dos enormes hojas de gruesa madera dura con grandes anillas de bronce, que cerraban el edificio todos los días a las 9 en punto de la noche). (Realmente, nuestro inmueble era como un bunker, no sólo lo protegía el enorme portón, sino la fraternal unión que existía entre sus habitantes, hoy supongo que los vinculaba el antiperonismo que en mayor o menor medida, todos sentían). Continúo ascendiendo, las voces, el frío y el estruendo me llegan claramente, me doy cuenta que están en la azotea, también allí la puerta entreabierta, me permite distinguir a mis padres que junto a los vecinos e incluso a los porteros, acodados en la baranda, observan algo así como fuegos artificiales, todos tienen una bata, un robe de chambre, un mantón, yo con sólo mi camisón de franela, tiemblo, bueno quizás mi temblor se debe más al temor, me acerco a mamá, cuando presiente mi presencia me mira y me dice que regrese a mi cama, pero otro de los fuegos de artificio resuena tan cerca que trepida, mamá y papá me abrazan, escucho que están bombardeando una Unidad Básica Peronista, no entiendo, pero hay una sensación de inquietud generalizada que en mí se transforma en espanto, me abrazo a mis padres, mamá me dice: - No mires, ya nos vamos, no va a pasar nada, el lugar está lejos de aquí. Se levantó Córdoba y hay aviones bombardeando, pero aquí no, aquí no sucederá nada. Me acaricia la cara y me aprieta contra sí, ojalá que tu hermano no se haya despertado, sabe que su buena amiga Cuca, quien temporalmente reside con nosotros, lo está cuidando. Se detiene el fragor que tanto me intimida, todos abandonamos la azotea, los vecinos se reúnen en el pallier principal, allí donde se hacen las reuniones de consorcio, los hombres fuman y comentan, Doña Paca, la portera, hace café y lo sirve en distintas tazas y vasos, las otras mujeres, mamá incluída, esbozan el plan para obtener víveres mañana, bah dentro de pocas horas cuando abran los primeros comercios, si es que abren como dicen algunas. Arié irá a la carnicería, mamá a la panadería y así se distribuyen los roles y el dinero que llevará cada una para adquirir lo más que se pueda para todos. Sopesan alternativas, si algo no sale bien, tres vecinos y papá tendrán los autos prontos para ir a comprar a otro barrio si es necesario. La organización es perfecta, la solidaridad y la necesidad mantienen esa unión a la que me referí antes. Sólo quien ha vivido épocas de revolución o de guerra conoce el significado de la carencia de provisiones. Regresamos a casa ya no dormiremos, aunque haya cesado el bombardeo. Ahora, 57 años después, rememorando esas vivencias me doy cuenta el porqué le temo tanto a la pirotecnia e invariablemente miro los fuegos artificiales parapetada detrás de algún vidrio y con un desasosiego, que tanto a mí como a mi entorno, nos resultó siempre incomprensible. Carmen Isabel Molinas Bonilla Maestra, Psicopedagoga, Especializada en Educ. Inicial. Editados: Estudio de Casos para el Comité Nal. De Calidad. Regazo. Revista Educativa Artículos en Revista Mis Quince. Arre Molina Dos. |