En Ámsterdam, ciudad multicultural,
vivimos juntos pero no revueltos

Amira Armenta

(Columna de opinión)

Salir a caminar por las calles de mi barrio en Amsterdam Oost es toda una experiencia sociológica. En menos de dos cuadras una mañana cualquiera me puedo cruzar con la gente más diversa que sea dado imaginar. Aparte de la diversidad en términos de ingresos y de estatus social, características que también son notorias entre los habitantes de mi barrio, lo que más salta a la vista es la diversidad cultural: turcos, marroquíes, africanos, hindúes, caribeños y holandeses de vieja cepa conviven en varias manzanas a la redonda. Otros barrios de Ámsterdam expresan sin duda un modelo similar, pero hablo particularmente de éste porque es el que mejor conozco.

Mi barrio es un mosaico de culturas, literalmente hablando, entendiendo esto como un espacio en el que coexisten de manera pacífica muchos grupos culturales. Así pues, las tiendas que se alinean a lo largo de unas pocas cuadras reflejan esta multiplicidad: pequeños comercios de abarrotes de productos ‘exóticos’, snackbars, moda hindú, cafés para todos los gustos y estratos, supermercados étnicos, carnicerías comunes y corrientes y carnicerías halal, peluquerías para todo tipo de pelo, droguerías, restaurantes, florerías, papelería, correos, reparación de ropa, lavanderías, tiendas de segunda mano, y más.

Cuando veo la variedad de gente que entra y sale de esas tiendas cargando sus bolsas de todos los colores, empujando los cochecitos de niños también de todos los colores, encontrándose con algún conocido y deteniéndose en medio del andén a cruzar unas palabras, me digo que mi barrio debe ser, sin duda, un buen ejemplo del éxito de la sociedad multicultural de las ciudades europeas de hoy día.

Y bueno, si nos quedamos en los términos de la ‘coexistencia pacífica’ seguro que lo es. Pero si observamos un poco más a fondo este mosaico, la realidad podría ser sin embargo un poco menos feliz de lo que parece a primera vista.

Por ejemplo, casi todas las mañanas tengo que pasar por una escuela primaria a la hora en que los padres están dejando a sus niños. Hay una plazoleta frente a la entrada de la escuela en la que se entretienen jugando un rato los chiquillos antes de entrar al edificio. Pero los niños blancos juegan sólo con otros niños blancos, los niños de origen turco o árabe sólo juegan con otros niños de origen turco o árabe, los de origen surinameño y del Caribe sólo con otros niños caribeños. Es tan notoria la separación de los grupos de niños según su raza, cultura u origen nacional que difícilmente puede pasar desapercibida al observador que se detiene unos minutos a apreciar la escena. También los padres que se entretienen un momento a hablar entre ellos sólo lo hacen con los de su mismo grupo.

¿No se le llama a esto también segregación? Incluso en un barrio tan multiculti como el mío la vida cotidiana de sus habitantes parece desarrollarse de manera separada. Otro buen ejemplo lo encuentro en el gimnasio del barrio al que voy dos veces por semana. Es un centro solo para mujeres, lo cual es bastante apropiado en un barrio con un buen porcentaje de población femenina musulmana. Calculo que al menos la mitad de las mujeres que acude al centro es de credo musulmán, a juzgar por el velo, o por la pañoletita con la que se cubren el cabello incluso para hacer gimnasia, a pesar de que al club no entra un hombre. Pues bien, ¿por qué será que en el gimnasio las musulmanas sólo hablan entre ellas? Yo, que no pertenezco a un grupo representativo en el barrio, no hablo con nadie como no sea para tratar un asunto puramente funcional.

Pero el mejor ejemplo de esta segregación yo diría que está en la composición del público que frecuenta los cafés y restaurantes del sector. Caminando a lo largo de la Beukenplein me encuentro primero con un pequeño restaurante turco de comida para llevar en el que también es posible sentarse a comer porque hay tres o cuatro mesas. Sus baklavas y sus pizzas turcas tienen buena reputación en el barrio, por eso mucha gente de toda clase entra allí a comprar comida, aunque los que se sientan a comer en el local son, casi sin excepción, turcos o árabes. Un poco más allá hay un restaurante de cocina de Eritrea al que solo entran africanos. A pocos metros hay un restaurante francés al que solo entra población blanca, y los turistas que cada vez pululan más por los alrededores debido al aumento de la oferta hotelera del barrio. Entre el francés y los dos restaurantes anteriores el presupuesto también tiene su parte en la explicación. En la plaza hay varios cafés y restaurantes más en los que se expresa el mismo patrón. Esta situación es especialmente palpable en el verano cuando las terrazas están abiertas de par en par, sacando a la luz pública la ‘segregación’ espacial de la clientela.

¡No se necesita más que un área relativamente pequeña como la de esa plaza para constatar que la gente de mi barrio se junta pero no se revuelve!

Bueno, lo de revolverse suena aparatoso. En estos casos se habla de integración. A juzgar por las apariencias, el nivel de integración es pobre. Aunque las chilabas y las minifaldas caminan por las mismas aceras, no interactúan. Sin embargo, el hecho de coexistir chilabas y minifaldas, ¿no es ya en sí mismo un paso importante hacia la interactuación? Aunque los niños no se mezclen todavía en la plaza, el hecho de que vayan a la misma escuela, que compartan el mismo salón de clase jugará indudablemente un papel algún tiempo más tarde.

A algunos políticos, sobre todo en épocas electorales, les gusta decir que la sociedad multicultural ha fracasado, con el fin de impulsar agendas contra la inmigración. Observando mi barrio me digo que no hay nada más lejano de la realidad. Amsterdam Oost, por ejemplo, no puede ser más multiculti, lo que pasa es que para que las chicas con la cabeza cubierta entren a tomar latte macchiato en el bar de la esquina se va a necesitar más tiempo. Porque es cuestión de tiempo. No se puede esperar que culturas, en muchos casos tan diferentes, se reúnan en dos o tres generaciones. La crisis económica de estos años que ha contribuido a ampliar la brecha entre ricos y pobres, y últimamente también el yihadismo, son dos factores que están también frenando el proceso de acercamiento de las culturas. ¡Lástima! Algunos prefieren hablar de choque de culturas. Otros esperamos que no sea choque sino alianza.

Por lo pronto vivimos todos aquí no muy integrados pero felices por la diversidad que confiere tanta riqueza y colorido al ambiente de las calles del barrio.

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Amira Armenta

(Colombia), tiene un máster en historia de América Latina. Trabaja en el Transnational Institute (TNI) en Ámsterdam. Escribe con alguna regularidad sobre temas de política, cultura, cine y libros. Ha publicado dos libros de ensayos: Een nieuwe tong, y En el patio de atrás. Antiamericanismo y nueva izquierda en América Latina, y la novela, Los gatos pardos de la noche.
amiraarmenta.wordpress.com