La música de Arturo Márquez,
el hijo del mariachi

Amira Armenta

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A propósito del Danzón No 2

 

Una noche de octubre de 2010, Arturo Márquez, un viejo mariachi mexicano emigrado a los Estados Unidos en los años sesenta, entró por primera vez en su vida al Walt Disney Hall de la ciudad de Los Angeles a escuchar a la filarmónica de esa ciudad bajo la dirección del director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel.

Esa noche era la apertura de la temporada de conciertos del año y el programa incluía el Danzón No 2, una pieza de Arturo Márquez, el hijo mayor del viejo mariachi. Según una reseña del periodico LA Times, en sus tantos años de batallar con la música, el viejo mariachi, violinista y carpintero nunca había soñado con una noche como esa, “una noche de elegancia”, en una renombrada sala de conciertos de música clásica con el nombre de su hijo en el programa.

Según el compositor, el Danzón No 2 está inspirado en parte en la música de Sonora donde vivían sus padres de jóvenes, y en la danza cubana que llegó a Veracruz. La pieza comienza con un solo de oboe seguido por un solo de clarinete que, al decir de algunos, parece que conversaran entre ellos como dos jóvenes amantes que se preparan para el baile. Al fondo hay un delicado ritmo de percusión, y después entran las cuerdas, los vientos y toda la orquesta. Algunos dicen que es como un romance que va creciendo en pasión y velocidad a medida que la danza se va haciendo más intensa, para dar paso a otros solos, como el de la flauta piccolo, un trozo musical de gran sutileza, hasta que vuelve a aparecer la orquesta con toda su fuerza ardiente y arrolladora. Lo maravilloso de esta composición está en la delicadeza con la que los solos logran tener en su momento un papel predominante que luego se funde de nuevo en el torbellino de la totalidad. Todo eso en escasos diez minutos.

El Danzón No 2 es el más famoso y popular, pero Arturo Márquez ha compuesto ocho danzones en total, todos con una gran influencia de la música de salón a la que estuvo expuesto durante su infancia teniendo un padre mariachi. No por nada con frecuencia se sienten aires de boleros, de tangos y de viejos ritmos y melodías mexicanos y latinos en muchas de las composiciones de Márquez, más allá de los danzones.

En 1959, el compositor ruso Dimitri Shostakóvich escribió el Concierto No 1 en mi bemol mayor para violonchelo y orquesta y se lo dedicó a su amigo el violonchelista Mstislav Rostropóvich. Este detalle lo encontré en el libro del escritor y violonchelista mexicano, Carlos Prieto, sobre la vida y obra de Shostakóvich a quien conoció personalmente. Traigo esto a cuento porque resulta que Arturo Márquez le dedicó su precioso Concierto para Violonchelo (2000) al maestro Carlos Prieto. El concierto, que fue en realidad un encargo de Prieto a Márquez, tiene unos subtítulos sugestivos para los diferentes movimientos: Espejos en la arena, Son de tierra candente, Lluvia en la arena.

He escuchado varias veces estos dos conciertos, y aunque son muy distintos, uno escrito por un ruso a mediados del siglo XX y el otro por un mexicano al despuntar el siglo XXI, hay algo familiar, algo en común entre los dos. Y se me ocurre que esa ligazón podría venir en parte de Carlos Prieto, un mexicano universal, que se siente en casa tanto si toca la música de Silvestre Revueltas o de Carlos Chávez, sus compatriotas, como si toca las suites para chelo de Bach. Carlos Prieto es además un profundo conocedor e intérprete de la obra de Shostakóvich, y por qué no, Márquez pudo haberse dejado inspirar de la virtuosidad chelística del Concierto No 1 del compositor ruso tocado por Prieto, al escribir su propio concierto. Sendas composiciones de dos hombres que han vivido en mundos y culturas totalmente diferentes, y sin embargo tan cercanas en su carga de melancolía, pasión, temperamento, violencia, vehemencia… como bien conviene a un ruso hostigado por el régimen estalinista, y a un mexicano hijo de mariachi en un país en donde asesinan, masacran y ‘desaparecen’ a los jóvenes.

Leyendo el extenso párrafo autobiográfico que Arturo Márquez escribió en su blog en febrero de 2011, me encuentro con varios datos reveladores que ayudan a ponerle contexto al contenido de la música de este compositor. Dice: “Mi madre Aurora Navarro, alamense, dice que lloré en su vientre”.

¿No es esta una frase como para Juan Rulfo o García Márquez? ¡Qué belleza, una sola frase, tan cargada del más fino realismo mágico! Quizás me equivoco, pero se me ocurre que hay algo de este llanto intrauterino en el comienzo del segundo movimiento del Concierto para chelo.

Otra cita de la autobiografía de Márquez: “Pasé mis primeros 11 años en Álamos, bello pueblo lleno de calles empedradas, casonas coloniales, portales, fariseos, pascolas y fantasmas. Mis primeras lecciones de música fueron escuchando las músicas tradicionales, valses, polkas, chotises, del cuarteto que formaban mi padre en el violín, mi abuelo Othón en la guitarra y pitos, el Chorebe en la flauta y Rosas en el contrabajo. También recuerdo vivamente el piano de la Beba detrás de un balcón y de las bandas sinaloenses en las fiestas de fin de año”.

Borges decía, “Somos de la infancia”. La familia Márquez emigró a California cuando Arturo tenía once años, pero los sonidos e imágenes de esos primeros once años están presentes en la música del compositor adulto. Aunque es verdad que en las obras de Márquez se perciben a veces notas de jazz, se percibe también el ambiente abstracto y grave de la música contemporánea -que cuenta con una gran trayectoria en el México del siglo XX-, se perciben sobre todo los aires afrocaribes y latinos, tristes y alegres, sombríos y coloridos, opacos y bulliciosos a la vez.

Márquez cuenta que escribió el Danzón No 2 para orquesta en enero y febrero de 1994, “meses del levantamiento zapatista que habría de inquietar mi ánimo hacia una nueva justicia para los pueblos indígenas”. En 2010 compuso Leyenda de Miliano, con motivo del centenario de la Revolución Mexicana, en honor a Emiliano Zapata, aquel de quien se dijo que “desde el día en que murió los grillos no han cesado de llorar porque se fue”. Márquez incluyó los grillos magistralmente en esta pieza y el efecto es contundente.

La música de Márquez gusta aunque no sepamos nada de él, de su formación, de lo que piensa, de sus inspiraciones. Es una música que gusta porque sí, porque al escucharla se percibe riqueza y complejidad, pasión, conflicto, y todos los componentes necesarios para dejarse arrastrar por los sonidos. Su música es un ¡Qué viva México! país de historia turbulenta, de sucesivas revoluciones, luchas y traiciones, de paisajes de desiertos y de cactos, de masacres y desapariciones. Pero también del piano de la Beba tras el balcón y las bandas sinaloenses.

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En este enlace hay una versión de este artículo con videos a varias de las piezas musicales que se mencionan: http://amiraarmenta.com/2014/11/30/la-musica-de-arturo-marquez-el-hijo-del-mariachi/#more-539

*Amira Armenta, colombiana residenciada en Holanda desde hace dos décadas. Su libro en edición digital “Los gatos pardos de la noche” se puede descargar aquí: http://www.amazon.com/dp/B00BRXGM9W. En 2015 aparecerá su novela “Cantata profana”.

Amira Armenta

(Colombia), tiene un máster en historia de América Latina. Trabaja en el Transnational Institute (TNI) en Ámsterdam. Escribe con alguna regularidad sobre temas de política, cultura, cine y libros. Ha publicado dos libros de ensayos: Een nieuwe tong, y En el patio de atrás. Antiamericanismo y nueva izquierda en América Latina, y la novela, Los gatos pardos de la noche.
amiraarmenta.wordpress.com