RENOVACIÓN DEL GÉNERO POLICIAL EN LA LITERATURA ARGENTINA

DOS CASOS: BORGES Y BIOY CASARES

 

Alberto Ramponelli

 

Se considera a Poe el fundador del género, y el primer cuento policial sería Los crímenes de la calle Morgue (1841). Según estudiosos, habría remotos antecedentes (La Biblia, Edipo Rey), pero Poe aporta un elemento fundamental que hasta ese momento no existía: el investigador profesional, el detective, con su personaje Auguste Dupin. También, establece el modo de investigar, que será un instrumento esencialmente mental: el método deductivo.

 

Así constituido, el género pasa a Europa, particularmente a Inglaterra. Entre los varios escritores famosos que lo practican (Agatha Cristie, Conan Doyle), quiero destacar a Chesterton y su personaje más famoso, el padre Brown. Esta saga va de 1910 a 1935. Las historias que tienen al padre Brown como protagonista funcionan sobre el siguiente esquema: los hechos parecen tener una causa de índole sobrenatural, pero este cura devenido detective descubre su explicación racional, natural, dentro de los límites de la realidad objetiva.

 

En nuestro país el género se extiende durante la primera mitad del siglo XX, hasta transformarse en una literatura muy difundida y popular, con ediciones de bolsillo, colecciones como el Séptimo Círculo, dirigida por Borges y Bioy Casares, luego harán su aporte Rodolfo Walsh y en los 70 Ricardo Piglia, entre otros. Quizás por su difusión y popularidad, el policial es un género que tiende a calzar en un estereotipo, con una estructura cerrada y rígida, y pautas bien definidas: una víctima, un asesino y un detective, lo que implica que el desarrollo del relato se plantee según el esquema de un crimen (que es un enigma), una investigación y una resolución. 

 

Esta tendencia a cristalizarse ha hecho, paradójicamente, que sea uno de los géneros que más se transformó a lo largo del siglo XX. Sin embargo, a esas transformaciones contribuyeron, no tanto los escritores menores especializados en el género, sino aquellos que practicaban otras literaturas y circunstancialmente incursionaron en lo policial. Sobre todo grandes escritores, como Borges y Bioy Casares, que se interesaron por la importancia que el enigma tiene en la construcción de un texto policial y su resolución, y que de algún modo, como señaló Piglia, está presente en todo texto de ficción, donde hay que descifrar un enigma, a cargo del narrador o de los personajes. Borges y Bioy Casares escribieron en colaboración Seis problemas para don Isidro Parodi, firmado bajo el seudónimo Bustos Domecq (1942). Pero, sin duda, sus textos más valiosos relacionados con el género policial están en sus obras individuales. Vamos a tomar, como ejemplo, un cuento de cada uno de ellos: El perjurio de la nieve, de Bioy Casares y La espera, de Borges.

 

En El perjurio de la nieve, un relato escrito en 1943 y que integra el libro La trama celeste, el autor se presenta como un presunto transcriptor de una historia que otro ha escrito. Sin embargo, sobre el final del texto, el autor va a retomar la voz narrativa para dar un vuelco inesperado al desenlace. Se trata de una historia compleja, sostenida por una trama en la que se entretejen varios hilos argumentales. Vamos a tomar uno de esos hilos, el que considero central, que es donde se da el aporte novedoso al género.

 

La historia que el autor transcribe está escrita por un tal Villafañe, periodista, que en un viaje al sur conoce a un poeta, Oribe. Coinciden en el mismo hotel, se da entre ellos cierta amistad. Allí se enteran del caso misterioso de la estancia “La Adela”. Desde la ventana del hotel se ve la tranquera de ese establecimiento. Nadie entra ni sale, dice el patrón del hotel, desde hace un año y medio. En “La Adela” vive un estanciero (Vermehren), con sus cuatro hijas. Días después, desde la misma ventana, ven que un auto atraviesa la tranquera, rompiendo el curioso y prolongado aislamiento. Después se enteran que una de las hijas, Lucía, murió, en apariencia, de muerte natural. A partir de este hecho la trama deriva en una serie de circunstancias inesperadas, que motivan a Villafañe a investigar qué ocurrió realmente con la muerte de Lucía. Descubre lo siguiente: un año y medio atrás, el médico había dictaminado que Lucía no vivirá más de tres meses. Vermehren decide que en la estancia se cumpla una vida rutinaria, repetitiva, para que no pase el tiempo, y de este modo impedir la muerte de su hija. Anular el tiempo es lo que pretende el estanciero en su obstinada desesperación, y como consecuencia anular la muerte. Sin embargo, alguien habría violado este aislamiento, en apariencia Oribe, quien entra en la casa, descubre a Lucía, tiene relaciones con ella, y de este modo rompe el sortilegio. Oribe sería el aparente culpable, involuntario, claro, de la muerte de Lucía, quien continuaba con vida pese al diagnóstico médico, gracias al recurso de índole sobrenatural que la decisión de su padre había logrado consumar. Y acá reside la originalidad, la propuesta novedosa de este texto. Bioy Casares invierte el célebre procedimiento de Chesterton: lo que parece ser una muerte natural, resulta que tiene un culpable (involuntario, como dijimos) y por causas sobrenaturales.

 

 

 

Pasemos ahora al texto de Borges, La espera, que figura en el volumen El Aleph, publicado en 1949. De este relato, Borges dice que se lo sugirió una crónica policial, con lo cual establece una clara filiación con el género. Un narrador en tercera persona narra la historia, y el tono indirecto, velado, favorece el clima de misterio.

 

Esta historia puede sintetizarse de la siguiente manera:

 

Un hombre llega a una pensión. Cuando la dueña le pregunta, dice que se llama Villari, que en realidad es el nombre de su enemigo, según informa el narrador. Al principio, el hombre no sale de la casa. Semanas después, tomando algunas precauciones, se anima a concurrir por las noches al cinematógrafo. Ve películas del hampa, lo que le recuerda su vida anterior. Mientras matea en el patio de la pensión, lee todas las tardes una sección del diario, con la esperanza de que le trajera la noticia de la muerte del verdadero Villari. Compara su reclusión actual, en la pensión, con “otras” reclusiones (se insinúa que estuvo preso). En esa soledad recuerda que en días lejanos había deseado muchas cosas, un deseo sin escrúpulos, que le habían generado el odio de los hombres y el amor de alguna mujer. En la pieza que ocupa hay un estante con libros, entre ellos un ejemplar de la Divina Comedia. El falso Villari acomete la lectura, nos dice el narrador, sin sospechar que Dante lo habría condenado al último círculo, donde los dientes de Ugolino roen sin fin la nuca de Ruggieri (este círculo es el noveno, de los asesinos y traidores).Tiene un sueño repetido: sus perseguidores lo encuentran y él tiene que matarlos. Finalmente el sueño se hace realidad, pero no puede defenderse, y lo matan.

 

El relato se monta sobre dos procedimientos: el dato oculto (no sabemos por qué el personaje se esconde) y la técnica del indicio. Comprobamos, también, que Borges ha suprimido un componente clave en la conformación del género, el gran aporte de Poe: el investigador. En este relato, no hay investigador dentro de la historia. Sin embargo, mediante los indicios que el narrador siembra a lo largo del texto, el lector puede entrever, deducir, cuál es el trasfondo de la historia. El falso Villari pertenece al mundo del hampa. Por el amor de una mujer ha traicionado a otro hampón (el verdadero Villari). Éste lo busca para vengarse. O sea, Borges saca al investigador de adentro de la historia, y lo pone afuera: el lector cumple la función de resolver el trasfondo oculto de la historia. Y es justamente en este notable proceso de escamoteo y restitución donde reside la originalidad de este texto. 

 

Con aportes como los que acabamos de señalar, el género policial se transforma y enriquece, deja de frecuentar un formato estandarizado y el calificativo de género “menor” pierde competencia. En ambos relatos estamos frente a literatura, a secas, y de la mejor.

 

 

 

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Alberto Ramponelli

Nació en Buenos Aires en 1950. Coordina talleres literarios desde 1985. Dirigió la revista literaria Otras Puertas (1993-1997). Publicó: “Desde el lado de allá” (relatos, 1990), “El último fuego” (novela, 2001), “Viene con la noche” (novela, 2005), “Una costumbre de Oceanía” (relatos, 2006), “Apuntes para una biografía” (novela, 2009), “Gente rara” (relatos, 2011), “Esperando a los tártaros” (narrativa breve, poesía, teatro, 2013). Es autor de la obra de teatro “Laberintos (no te pierdas)”. Resultó finalista del Premio Clarín de Novela (1998). Obtuvo el Tercer Premio Municipal de Córdoba “Luis de Tejeda” (Cuento, 2007). Fue distinguido por el Fondo Nacional de las Artes en Novela (1996 y 2008) y Cuento (1998 y 2004) y seleccionado para integrar la Antología de Cuento “50 Aniversario Fondo Nacional de las Artes” (2008). En 2011 viajó a México invitado a participar en el Primer Encuentro Latinoamericano de Escritores, Por el derecho a la Memoria.