BLOEDJAS, ABRIGO DE SANGRE

                  La ambición por el poder en América Latin

Robert Lemm

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[El título en holandés se refiere a una poesía llamada “Elba” de Gerrit Kouwenaar y tiene que ver con Napoleón.]

La primera versión apareció en 1981. Hubo una segunda en 1991, y por fin se publica una tercera en 2013.

Treinta años no es mucho, y a pesar de eso creo que la lectura del libro hoy despierta reacciones diferentes.

Pero antes quiero decir algo sobre el origen de este proyecto.

 

Durante la década de los setenta empecé a interesarme en la literatura latinoamericana. Leí las novelas del ‘Boom’ lo que iría a resultar en un estudio titulado “Nostalgia del presente” (Heimwee naar het heden) – sobre el tópico del ‘siglo de oro’, o la ‘utopía’, en la narrativa de los años 50 y 60. En el transcurso de este trayecto me topé con varias novelas sobre dictadores: El señor presidente de Miguel Ángel Asturias (1946),  El recurso del método de Alejo Carpentier (1974), Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos (1974) y El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez (1975). Luego añadí el Tirano Banderas de Ramón del Valle-Inclán de 1926 y más tarde La fiesta del Chivo de 2000 de Mario Vargas Llosa. En todos estos casos predomina la fantasía. Los dictadores en las novelas operan en países imaginarios o en circunstancias que poco tienen que ver con los hechos históricos. El objetivo de los literatos es una mezcla de lo arquetípico y lo grotesco.

En 1979 me encontré en Austin, Texas. En la biblioteca de la universidad había dos o tres anaqueles con las biografías de los dictadores o presidentes del siglo XIX. Empecé a hojearlas por curiosidad, y luego me puse a leerlas con atención. Aquí, en estos libros sin pretensiones artísticas, me encontré con los hechos históricos – una conclusión que me atreví a sacar después de haber recorrido unas diez biografías sobre el mismo personaje. Seleccioné los cinco casos más llamativos, trabajé dos años y publiqué “Abrigo de sangre”.

Para escribirlo me inspiraron dos modelos: “Las vidas de los emperadores romanos” de Suetonio y “Historia universal de la infamia” de Jorge Luis Borges. En ambos impera la brevedad. No son precisamente ‘biografías’ en el sentido moderno de por lo menos trescientas páginas, sino mas bien ‘esbozos’, ‘semblanzas’, ‘perfiles’ o ‘retratos’.

Mi asombro era que los novelistas dejaron de lado a las historias verdaderas. Encabezando mi escrito puse un dicho de Heinrich von Kleist que, traducido, quiere decir que lo verdadero y lo verosímil no siempre coinciden. O sea, que los hechos pueden parecer fantásticos, y no obstante pasaron de verdad. La realidad, en los casos tratados, no tiene necesidad de la fantasía. Hasta incluso diría que la realidad supera a la fantasía.

¿Qué pensar de un presidente que organizó un entierro para la parte baja de una pierna que había perdido en una batalla; un entierro adonde asistieron todos los ministros y donde durante muchas horas se pronunciaron discursos en que comparaban al presidente con los héroes antiguos y las estrellas del firmamento? Pues es el caso de Antonio López de Santa Anna, el que vendió más de la mitad del territorio de México a los Estados Unidos y que figura, como tirano, en una película célebre de Hollywood llamada “El Álamo”.

El título “Abrigo de sangre” más que a ninguno le corresponde al ecuatoriano Gabriel García Moreno. Lo mataron con machetes y revólveres ante la catedral de Quito. Esta ejecución fue perpetrada por los liberales que estaban enojados a causa del atraso de su país. El presidente era, a sus ojos, demasiado mandón y además fanáticamente católico. Su acto más espectacular fue asumir el papel de Jesucristo en el vía crucis durante la semana santa.

Mariano Melgarejo supo durar seis años en el poder, algo extraordinario en un país como Bolivia que solía tener tres pronunciamientos por año. Se hizo mandatario mediante un acto que parece una pesadilla y que pervive en el “Canto general” de Pablo Neruda. Mientras que a su rival lo festejaban en palacio entró en la sala de fiesta, sacó la pistola y lo mató ante los ojos espantados de los dignatarios locales y los embajadores de los países vecinos.

Paraguay debe su independencia de Buenos Aires al Doctor Francia. Más de tres décadas fue gobernando una población medio dormida. Todos los rangos del ejército había abolido, prescindió de ministros y el único mapa del territorio nacional lo tenía él. También era el único en su país que poseía una biblioteca, incluida una colección de libros proscritos por la Iglesia. Tan receloso era que mandó sacar todos los árboles ante su palacio y prohibió mirar a las ventanas. Los transgresores podían esperar una bala del guardia.

Tener una policía secreta de partidarios entusiastas era el orgullo de Juan Manuel de Rosas, dictador de la Argentina. Se llamó ‘la Mazorca’, símbolo de los cuchillos con que los mazorqueros degollaban a los opositores del régimen. Las cabezas cortadas las tiraban en las casas de las familias correspondientes. Para aumentar su popularidad organizó un atentado a su propia persona echando la culpa a sus enemigos refugiados en la Banda Oriental (Uruguay). Al final huyó con el archivo nacional a Inglaterra, donde era un huésped apreciado en las veladas de la alta sociedad.

Con referir estos hechos y retratar estos personajes se corre el riesgo de pasar por un inventor de fábulas. Pero la verdad y la verosimilitud no siempre coinciden.

Lo más fascinante de los cinco personajes es que tienen tantos detractores como elogiadores. Todos recibieron durante su gobierno el título honorífico de ‘Héroe’. Sus enemigos políticos en el exilio en cambio, los tacharon de ‘tirano’, ‘monstruo’, ‘demonio’ y nombres por el estilo. Los mismos hechos que eran hazañas para los unos, eran crímenes para los otros. Un factor decisivo puede ser el tiempo. Así que los que antes fueron considerados como benefactores, medio siglo después llegaron a ser verdugos, y vice versa. Es como dijo Jorge Luis Borges: ‘El ruin será generoso, y el flojo será valiente, no hay cosa como la muerte para mejorar la gente.’ Todo depende de las circunstancias del momento, del lugar y del público para quien se escribe. No hay juicios definitivos. Shakespeare en su pieza “Julio César” hizo depender el estatus del protagonista de la retórica de Marco Bruto por un lado, y por otro lado de Marco Antonio. Para el primero Julio César era un tirano indigno de Roma y ajusticiado con razón; para el otro era el padre de la patria escandalosamente asesinado. Lo mismo pasa con Napoleón, que fue el modelo de los cinco dictadores latinoamericanos del siglo XIX.

Para los novelistas del “Boom” los dictadores fueron monstruosos y además de crueles, ridículos. Caricaturas.  La caricatura es también lo que muestra el novelista peruano  Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura de 2011. El protagonista de su novela “La fiesta del Chivo” de 2000 es Rafael Trujillo, dictador de la República Dominicana desde 1930 hasta 1961, año en que fue eliminado por sus enemigos. Este dictador cambió el nombre de la capital de su país en ‘Ciudad Trujillo’ (antes Santo Domingo), se afilió a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, se reveló como anticomunista fanático (cerca de Cuba en camino a la Revolución), pero perdió la simpatía de Washington luego de haber secuestrado a un crítico americano de su régimen. Y desde entonces fueron anunciando su muerte, que se efectuó bajo los auspicios del célebre John F. Kennedy - a su vez ejecutado dos años después. Mientras tanto Trujillo hizo encarcelar, torturar y matar a sus adversarios. El caso que despertó la indignación en el mundo entero fue el asesinato de las cuatro hermanas Mirabal en 1960.  En los años cincuenta el papa Pio XII condecoró a Trujillo con la Gran Cruz de la Orden Papal de San Gregorio.

Vargas Llosa dedica más de quinientas páginas al que llama ‘El Chivo’ que, amén de ser ‘El Jefe Máximo’,  el ‘Benefactor’, el ‘Generalísimo’, el ‘Padre de la Patria Nueva’ también califica de ‘Gran Estuprador’ , ‘Gran Chingador’, ‘Macho Cabrío’,  ‘Feroz Fornicador’, ‘La Bestia’, comparándolo con los emperadores romanos Heliogábalo, Calígula y Nerón. En esto sigue fiel a los críticos de los dictadores del Siglo XIX. Éstos merecieron la misma comparación por parte de sus detractores. Lo nuevo en el caso de Trujillo es que los detractores de éste invocaron la Democracia poniendo su esperanza en elecciones generales, parlamentos, derechos humanos, libertad de prensa y otros beneficios. Trujillo era un contemporáneo de Mussolini (Italia), Salazar (Portugal), Franco (España),  Stalin (Unión Soviética), Hitler (Alemania), Gerado Machado y Fulgencio Batista (Cuba), Perón (Argentina), Getulio Vargas (Brasil), Stroessner (Paraguay), Juan Vicente Gómez (Venezuela), Omar Torrijos (Panamá), lista que continuará con Fidel Castro (Cuba), Daniel Ortega (Nicaragua), Augusto Pinochet (Chile)…y Hugo Chávez (Venezuela), Desi Bouterse (Surinam)… La única diferencia con los últimos es que son democráticamente elegidos, pero esto no quita que presentan las características del ‘dictador’. A Chávez, por ejemplo, después de un fracasado golpe de estado en 1992, lo eligieron como presidente en 1998; y después de su primer término anunció que iba a continuar en el poder hasta 2020 – cosa que por su carisma hubiese logrado de no haber muerto antes.

¿Cómo explicar el fenómeno de la dictadura en sí? Para eso tenemos que volver a lo que pasó poco después de romper los lazos con la metrópoli. Los héroes de la Independencia, Simón Bolívar y José de San Martín, terminaron totalmente desilusionados. Se dieron cuenta que la libertad iba desembocando en la anarquía y la lucha por el poder. En todas las repúblicas nuevas se produjo una escisión entre una minoría de ilustrados por un lado, y por otro el pueblo llano. Los primeros dominaban en las nuevas capitales, y los otros estaban dispersos por los barrios y las provincias. Se produjo una situación de guerra civil permanente a lo largo de todo el siglo XIX, y entrando en el siglo XX. Al principio la tensión era entre centralistas y federalistas, y de estos últimos surgieron los dictadores. Ellos obtuvieron el apoyo de las masas en contra de los liberales – que deseaban un sistema gubernamental a imitación de los Estados Unidos, con una constitución y un congreso. Los dictadores y sus partidarios opinaron que tales novedades no cuadraban con la realidad de sus países y acusaron a las élites de fomentar la intervención de poderes extranjeros en detrimento del interés nacional. Los pueblos – alegaban – no buscan parlamentos, sino líderes. Y cuando el pueblo clama por la libertad, en realidad busca el poder sobre los fuertes.

Durante los años ochenta del siglo XX fueron apuntando unas democracias en América Latina. La opinión pública en todo el Occidente favorecía este cambio, que corría parejo con el surgimiento de una clase media en ciertos países sudamericanos. Pero al cabo de un tiempo la euforia del principio se fue evaporando. La corrupción también se democratizó extendiéndose por todas las capas de la sociedad. En algunos países continuó la dictadura bajo una fachada democrática, sea de índole oligárquica, sea de índole populista. El ya mencionado Hugo Chávez es el mejor ejemplo de un dictador parecido a los del Siglo XIX, a los que se pasa revista en el libro “Abrigo de sangre”. Son el ejército y una parte de los de abajo que forman la base de su poder. Los opositores se encuentran en la clase media para arriba. Y la acusación de servir a intereses extranjeros (en este caso de los Estados Unidos) es un arma típica en manos del dictador. No faltó el sociólogo venezolano que defendió al dictador dominicano Rafael Trujillo con el argumento de que su poder radicaba en el pueblo y que su caída fue causada por la clase alta de su país y el State Department norteamericano.

La democracia es un sistema bastante reciente. Remonta al surgimiento y la importancia creciente de la burguesía cuyo triunfo terminó con la Revolución de 1789. El liberalismo, el socialismo, el comunismo y el fascismo fueron las consecuencias. Donde la igualdad y el bienestar económico confluyen es oportuno el sistema democrático, pero donde prevalecen la dependencia de los poderes económicos y el abismo entre una minoría rica y una masa de pobres se puede dar una que otra forma de dictadura. En ningún país árabe, por ejemplo, existe la democracia; en la África negra existe además la lucha entre las tribus. Es allí donde siempre se impone el más fuerte, y esto suele acompañarse con el terror.

El juicio sobre la dictadura – ya lo hemos dicho antes – varía según las circunstancias temporales. Napoleón Bonaparte, el primer dictador moderno, sigue despertando cada año nuevas biografías. Para los unos es un humanista ilustrado, un divulgador de los ideales de la Revolución francesa, un emancipador de los burgueses; para los otros es un violador de los Derechos Humanos, un ambicioso desbocado que se dejó coronar como Emperador, un sacrificador de muchísimas vidas humanas en sus guerras imperialistas. Su figura habla tanto a la imaginación que la manifestación más común de un agudo trastorno de la personalidad se le atribuye a él. Ya en 1840, cuando los restos de Napoleón volvieron desde Santa Helena a Francia, hubo catorce ‘emperadores’ internados en el Hospital Bicetre de París.

El tiempo cambia los libros, dijo Jorge Luis Borges. Nosotros no leemos a Cervantes como lo leían sus contemporáneos, leemos en “Pierre Menard, autor del Quijote” (1932). Miguel de Unamuno hizo de Don Quijote un héroe trágico en su “Vida de Don Quijote y Sancho” de 1905. Uno de sus precursores en eso fue el ruso Turgenyev en 1860. Antes de esta fecha veían en el Caballero de la Triste Figura sobre todo un hombre cómico, que despertaba la risa.

Juan Manuel de Rosas, el dictador argentino que según sus enemigos contemporáneos mató a más de veinte mil personas – cosa extraordinaria para esa época – se fue convirtiendo en la última mitad del siglo XIX y la primera del Siglo XX en ‘un auténtico hijo de su pueblo’, un precursor del socialismo en América Latina. Así, entre otros, es la opinión de Eduardo Galeano, autor de “Venas abiertas de América Latina”. Curiosamente otro comunista, Pablo Neruda, tenía la opinión opuesta.

Pero por encima de las opiniones opuestas me parece que se puede calificar al dictador como ‘reaccionario’. Si sólo fuera ya por ser anti-democrático. Aquí curiosamente coincide con ciertos aspectos de la filosofía reaccionaria del colombiano Nicolás Gómez Dávila.

Algunos dichos:

Donde todos se creen con derecho a mandar, todos acaban prefiriendo que uno solo mande. El tirano libera a cada individuo de la tiranía del vecino.

La mayoría de los hombres no tienen derecho a opinar, sino a oír.

El gobernante democrático no puede adoptar una solución mientras no consiga el apoyo entusiasta de los que nunca entenderán el problema.

Las revoluciones latinoamericanas nunca han pretendido más que entregar el poder a algún Directoire.

La historia de éstas repúblicas latinoamericanas debiera escribirse sin desdén pero con ironía.

 

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Robert Lemm
Reside en Amsterdam. Con regularidad ha dado conferencias sobre temas relacionados con su obra, tanto en holandés como en español. Entre 1995 y 1997 dió un curso sobre historia y literatura hispánicas en Surinam (la Guayana holandesa hasta 1975). De varios de sus libros aparecieron segundas y terceras ediciones. Uno de ellos, sobre la Inquisición Española, ha sido traducido al alemán y tuvo dos ediciones en 1996 y 2005.De su "Historia de España" aparecieron cuatro ediciones. "La autobiografía de Raúl Reyes"' (2009) causó agudas polémicas y un honroso reproche del actual presidente de Colombia. Otros libros: Aparecieron en holandés e.o. una Historia de España, Alba de América, una Crónica de los dictadores latinoamericanos (Abrigo de sangre), Viacrucis del cristanismo, María y su evangelio secreto, Swedenborg, Léon Bloy contra Nietzsche, El papa Benito XVI y la aparición de Eurabia, Operación Fénix -La autobiografía de Raúl Reyes. Lemm es traductor de e.o. Borges, Octavio Paz, Miguel de Unamuno, Joseph de Maistre, Juan Donoso Cortés, Giovanni Papini, fray Luis de León. El auge y el ocaso de los jesuitas (2011). En 1979 le concedieron el Premio Martinus Nijhoff por sus traducciones de autores latinoamericanos.