Territorios de arraigo

Leyendo a Eduardo Mallea (una disgresión)

Felicitas Casavalle


 

 

En febrero del 2007,  un amigo argentino me mandó desde Buenos Aires un libro editado por Losada en su colección “Biblioteca Contemporánea”. Ese pequeño libro de modesta apariencia era “El sayal y la púrpura” de Eduardo Mallea, cuya primera edición fue en 1941.
El regalo inesperado venía a corroborarme la pasión argentina de la amistad y al mismo tiempo era una ratificación de que la Providencia no se desentendía de su criatura.   
El libro arribaba como una barca de luz al mar tenebroso de mis días maduros, esos que de tanto dolor, empiezan a volverse estériles.
No es algo que ustedes desconozcan, pero lo menciono una vez más , para que se sepa sin mucha vuelta con qué bueyes se ara.
Lo cierto es que, acaso por lo de los muchos días- tantos años y al cabo, tan pocos- que he vivido, me pasa con los libros como con las ciudades y las personas, éso de un amor o una amistad a primera vista.

Basta la primera página impregnada de una voz única que pronuncia ciertas palabras queridas y ya habré iniciado el diálogo infinito. ¿ Qué ha hecho posible este encuentro?  Como todos los otros, presiento que un ángel guardián lo habrá acercado a mí desde su atenta vigilia.
El callado autor de esa obra  escribe algo que me conmueve con inocente alegría de niño. Una aventura extraordinaria va a desatarse o proseguirse. El  escritor renueva y reencarna un antiguo linaje humano. Porque hay un tono de decir las cosas más bellas, verdaderas y buenas, que sólo escucho en una familia de escritores, ésa que les es fiel.
La aventura que destaco irá dibujando los paradójicos pero firmes y reales contornos de una patria moral sin la cual el hombre es impensable.
¿ No se corresponden acaso las palabras con un alma? Aquella de donde parten. Ese nido, esa tierra generosa de donde brotan, o en donde se albergan, o adonde llegan tras los largos y desgarradores - también dichosos - viajes. Son las palabras de alguien  que escribe por necesidad íntima, por deseo de bien.

Dice Mallea : Estamos cerca, ustedes y yo. En esta hora hay algo que acerca a las gentes, y es una reclamación del espíritu, una falta de sosiego, una ansiedad, una especie de fracaso comunes.
Darle forma escrita a este reclamo indica una honrada virtud de caballero andante, la arriesgada lanza que empuña una noble mano llevada por un corazón y un pensamiento valientes.
¿ Y cuál es ese fracaso común que compartimos ?  Cada uno lo sabe. Pero salta a la vista la derrota común de la conciencia moral, esta impunidad con que condescendemos a escenarios de horror, donde la ignorancia, la impostura, la codicia y la soberbia nos rebajan y nos bestializan

Dice Mallea :  Yo he conocido gentes que sólo pensaban para abajo, en vez de pensar alguna vez para arriba, y a la larga se les había inclinado la cabeza de tal modo que no podían apreciar otra cosa que el suelo. Se podía decir que pensaban en el suelo, todo lo reducían al suelo y el suelo era su denominador común para todas las cuestiones, siéndoles las que no veían asi como tentaciones del mal, pues si para ellos el mal no estaba ahí abajo, en el suelo, debía de estar ahí arriba, lo cual lo tornaba enojosamente sospechoso.
Sostenerse derecho y con la vista a la altura de lo menos bajo, parecería ser una dirección necesaria o ideal de la enseñanza moral primerísima, que los maestros podrían enseñar con los ejercicios físicos elementales.
Claro que eso tendrían que aprenderlo primero los profesores. Y ahí estaría la complicación de la cosa.

A escritores como Mallea apenas se los lee, se les reprocha su anacronismo,  su ritmo trágico, la lentitud, la monotonía. Sospecho que resultan incomprensibles al lector actual, pero no a causa de la oscuridad de su pensamiento sino al contrario, lo que choca es la diáfana claridad clásica de su prosa siempre alerta ante el conflicto moral.
Lo que Mallea atribuye al teatro de Ibsen, le correspnde  también estrictamente a él: Ibsen no contaba los hechos. Lo que contaba era lo que había dentro, o por debajo, o más allá de los hechos, su esencia moral, su contenido visto desde el punto de vista del bien y del mal.
A mí justamente es esa monotonía contemplativa lo que de ellos me atrae. Su condición de escritores responsables de una patria moral. Esa que existe desde que el primer hombre sintió envidia y sintió compasión por otro hombre; desde que sufrió el dolor de la muerte de alguien que amaba o una irreparable ausencia; desde que clamó desde el fondo de su tristeza levantando los ojos suplicantes a un cielo o a un dios incomprensibles.
Es la espina en la carne, de la que hablaba Kierkegaard, esa sensibilidad, un instinto quizás, por lo cual siempre elegimos entre el bien y el mal. No hay escapatoria, algo nos obliga. Y es absoluto.

Todas las cosas son absolutas. El error es considerar algunas como relativas. Es bajar la guardia. En eso hay que ser como los santos que mantienen sin fin la guardia infinita.
Es el credo de Mallea. Su condición ética.
Desde ahí vienen sus libros.
Leyéndolo yo pensaba que una literatura que se desentienda del mundo del hombre no me está destinada.
Aún sabiéndolo, no dejo de interrogar a los productos literarios  que se lanzan en el mercado actual. ¿ No nos estarán envenenando tanto como los gases de los autos y de los aviones, o los fertilizantes y demás?
Contra las pestes,  pesticidas. Que Green Peace haga lo suyo en el mundo natural y físico. Nosotros, hablando de literatura  aludimos a las patrias morales de los hombres, cuyas fronteras metafísicas no reclaman pasaportes ni permisos de residencia, sino almas. 

Oigamos a Mallea:
No hay en verdad acto más grande que aquel por el cual un hombre hace donación de sí mismo. Por este acto, la limitación humana se libera salvándose y renace en algo - pasión- amor, fe, heroísmo, que le es superior y diferente.
¡Pobres de los retenidos, pobres de aquellos que no conocen las puertas de sí mismos!
Semejante al resto de las especies humanas un escritor no se recobra más que cuando se ha dado enteramente, cuando su obra nace de esta donación. Cada palabra, cada concepto, cada verdad captada están lejos de adquirirse con inocuidad: el creador las halla con sacrificio al cabo de una lucha terrible, y este sacrificio es, en sentido último, su entrega misma, el fin de su acción de amor. Este conflicto reviste siempre naturaleza trágica; a veces, como en el caso de Nietzsche o Péguy, naturaleza heroica; otras, como en el caso de San Agustín, naturaleza santa. Cuando el escritor abandona ese estado de dramaticidad esencial, ese estado de gracia, es el momento en que ya, prácticamente, no existe, ha pasado.   

Mallea es uno de esos escritores que no cesan de preguntarse (como lo hace el médico ante el enfermo - o al menos como lo hacía el médico antes de la  medicina comercial y burocrática que padecemos), lo que inquiere es de qué modo está viciada la concepción de los problemas no temporales del hombre, ya que el hombre entero es su sustancia temporal y su esencia eterna.
Que los libros sean portadores de un alimento real y que inciden en la vida de una sociedad no debería extrañar a nadie. Harto a menudo nos toca  algún tipo de inquisición empeñada en extirpar de raíz ideas, libros o escritores considerados peligrosos o nocivos  por quienes detentan el poder.
Estos homicidios blancos, sin derramar sangre visible, pero que  conjurados  persiguen “el asesinato del alma”, alcanzan su máxima eficacia en sociedades occidentales de alto desarrollo económico y social  basado en los valores capitalistas que priman sobre los auténticos valores de una civilización cristiana.
La agonía del cristianismo llamó Miguel de Unamuno  a  ese estado del espíritu humano que tiene su  arraigo en la historia.

Si no creemos en el alma, y en que es inmortal. Si nada es sagrado. Si la conciencia moral individual se ha degradado a comportamientos automáticos de obediencia civil.  -Paga tus impuestos, acepta cualquier tipo de trabajo, confía ciegamente en las instituciones, traga “cultura” sin el mínimo esbozo de pensamiento,  esconde tus desgracias como el criminal su crimen, concentra toda la barbarie en el islam y el terrorismo, repudia tu conciencia ética de extranjero proveniente de un país atrasado e inseguro y abraza integrado las del que te rescata de la pobreza y el desorden.
Si con  el duro sentido práctico  que imponen las mujeres  ( el Nuevo Poder) se consolidan valores pragmáticos y utilitarios. Si la autocrítica ( que supo llamarse el examen de conciencia) , el amor a la sabiduría, y la religión, que es la pregunta por Dios, el sentido de la vida, el destino del hombre, no se consideran  sino cuestiones inútiles y despreciables, con qué tipo de hombre, con qué tipo de sociedad hemos de confrontarnos aquellos que todavía no nos hemos rendido a la seducción de estas sirenas?  
No es sólo cinismo, no sólo fatiga, no sólo decepción.

Despojado de la eternidad, al hombre lo devoran las fauces del tiempo en una rutina feroz, igualitaria, a ras de tierra, sin más allá. Cercenados de los raptos altísimos de la esperanza, la fe y el amor; condenados al espacio y la materia desespiritualizados ( lo que les quita realidad) cumplen como  robots las exactas conductas de la especie en escenarios sin vida verdadera, congelados.
La infinita masacre de los inocentes.  Y la inocencia no es otra cosa que una confiada, una casi  pura adhesión al Bien.
Nadie escapa al horror nuestro de cada día.Ni los elegantes humanistas agnosticos, ni los jóvenes prematuramente radicales escépticos ni los acomodados creyentes de credos diversos.
Lo peor es la globalización del desarraigo. Un desarraigo que no es sólo una pérdida de cultura o de etnia.

Desarraigo es no poder hundir las raíces en un territorio humano. “No hay países inocentes”, dice un verso de Ungaretti. No quedan territorios humanos de acogida. Hemos sido condenados a flotar como islotes en sociedades mecánicas donde nadie se siente ser de verdad.  Alienados de nuestro ser de hombres.
La alienación produce desarraigo. Y es un mal que corroe a todos,  a los de dentro y a los que llegan.
¿ Cómo arraigar ? y ¿dónde?  Alienándose, amputándose de sí mismo, sin poder hundir raíces en lo propiamente humano del hombre,  este  se arranca de su única posibilidad de arraigo: la patria moral, que es universal, que no perece.
Desarraigados los hombres sólo se aglomeran  y estas aglomeraciones llevan la máscara de  sociedades ficticias, una impostura.
Tal vez Kafka y Camus hayan visto el mal que nos corroe en la lucidez extraordinaria de la pesadilla y el absurdo, cincuenta años atrás.
Hemos progresado, ya casi nadie se da cuenta  de lo que ellos trataron de describir.

Y aún así, vuelvo a Mallea, su barca de luz, remontando la corriente de los siglos buscando puerto. De allá el recuerdo de mis lecturas de Platón.     
¡Ah, “La República”, ese libro que leí  a los veinte años al empezar mis estudios de Psicología en la Universidad de Buenos Aires!  Lo leí entonces con la misma pasión por la justicia que siento ahora, la única que no ha menguado en mí.

Dice Mallea : Lo que más le gustaba en los jóvenes era el entusiasmo y la intuitiva vocación de justicia. Le gustaba su atributo más patente: el desafío a los peligros en la defensa de la pura verdad. Ese ímpetu generoso por una causa desinteresada, que creyera todavía en las esperanzas de este mundo, éso lo conmovía en grado sumo.
Para Platón la virtud propia del alma es la justicia, de ahí que el alma injusta vivirá mal y el alma justa vivirá bien. Sin justicia no hay salud del alma y tampoco salud en la sociedad. Justicia es la subordinación de las virtudes al bien supremo.
Lo que constituye el último fundamento metafísico y moral del hombre es el bien.
“¿Qué es un hombre justo ?, se preguntaba el trágico Esquilo. Un hombre justo es un hombre sencillo que desea ser bueno, y no parecerlo”.

Como a todo buen observador de la naturaleza humana a Platón no se le escapaban los sufrimientos atroces a que están destinados quienes quieren la justicia. Serán perseguidos, constata, hasta quemarles los ojos y empalarlos.
La tortura física nunca lo es separada del abuso moral. Vivir en sociedades insanas, aunque democráticas, estables, pacíficas, razonables, es una tortura cotidiana para quienes lo advierten y no quieren ser cómplices. Por ejemplo, donde se ejecuta la pena de muerte o donde una legislación falseada concede  a las madres todo el poder sobre los hijos, invalidando y aniquilando la existencia del padre en el universo infantil.
Lo trágico, dice Mallea,es que en la vida, las mentiras pueden tener más fuerza que la verdad y constituír una evidencia inapelable. Cuántas veces no nos habremos desesperado ante situaciones sin salida, inocentes de un crimen que nos achacan. Lo peor es cuando los acusadores acusan desde la institución, desde la respetada e inatacable ley jurídica. Hay inocencias que no se pueden probar pero que se sienten. Porque la verdad se revela, se irradia. Pero hay que saber ver y escuchar, hay que afinar las antenas de la conciencia, hay que tener el alma sana, generosa, noble.Y ésto amigos míos, ésto es casi un milagro.

Es una de las notas características de la época referirse a la corrupción económica, situándola exclusivamente en una u otra  de las regiones dependientes  de los estados ejemplares de Europa del norte. Menos se debate  el travestismo casi perfecto  de lo injusto, lo que ha terminado por considerarse lo justo  dentro de las sociedades que detentan el poder mundial.
Y es que ya esas palabras, justicia e injusticia, no designan experiencias fundamentales que compartimos con los otros.
Cercenados de sus patrias morales, qué mantiene a los hombres en vida?
Estoy convencida de que sólo se puede romper este círculo sombrío en el que giramos frenéticamente si nos hacemos disponibles, si consentimos a una ayuda, a un bien que viene sobrenaturalmente, algo que no puede ser otra cosa que la presencia de Dios entre nosotros.

Tal vez los hombres sólo quieran el bien, pero a causa de la injusticia que reina en sus corazones, hacen el mal.
El justo escogerá la vida mejor, dice Platón. ¿ Cómo escoger? ¿ El instinto ético que discierne inmediatamente guiando la razón y el sentimiento hacia el Bien? ¿ El severo  y terrible libre albedrío ?
La vida mejor. ¿Será la vida para siempre, la que se añora, el sueño de una vida verdadera , a la que  aspiraba Calderón?
“ Si en  un hombre lo mas noble sufre esclavitud, si su alma, su espíritu, su corazón, son tiranizados por la parte más pequeña de sí mismos pero la más perversa, la del orgullo y la cólera, su alma, es decir, el hombre, vivirá en la injusticia, en la mentira, en la fealdad, en la enfermedad.” dice Platón  en La República..

En la obra de Mallea hay pensamientos y meditaciones que ilustran  esta  reflexión y ofrecen  vías de salida, lugares donde arraigar lo mejor del alma.
Hay ciertos días especialmente malos durante los cuales el estar solo y acá, segregado de algunas experiencias incomparables y de algunos espíritus inolvidables, me trae al alma una especie de patológica congoja, en medio de la cual, por bastantes horas, no sé cómo actuar ni cómo defenderme.En esos momentos no puedo abrir un libro, ingresar en un texto,escribir una carta. Y si como decía Spinoza “la tristeza es un paso a una perfección menor”, me siento muchos grados abajo de mí mismo, y entonces todo el mundo se pone a ser, para mí, un contorno cerrado sin extensión que me prolongue ni apertura que me salve.
En el fondo, no siempre somos nosotros, sino que a veces cumplimos oscuramente órdenes u orientaciones poderosas, extrañas, pesimistas, de las que querríamos desprendernos, pero de las que por esos días somos inhábiles juguetes.      
Lectora de Mallea, embarcada en su aventura, siguiendo el hilo de sus meditaciones y las andanzas de su corazón, acudo a lo que puede tener parentesco con su espíritu, ese modo que él  tiene de sentir la realidad  y que es la materia de sus libros, entre los que distingo “ La bahía de silencio”; “Historia de una pasión argentina” y “El sayal y la púrpura”.
Autor metafísico en  él se reconocen el asombro, el entusiamo y una melancólica simpatía por la criatura humana.

Al fin es como tener entre las manos la bandeja de la derrota, una bandeja que poco a poco mágicamente va llenándose de esos frutos, de todo lo superior que él ha encontrado en otros hombres. Dar de esa fuente, hablar de esos frutos, volverlos vivos otra vez, es lo que - al pronto, al final o en medio de esos días me rescata. Y así vuelvo, dentro de la relatividad de lo que he dicho, a considerarme feliz.
La transmisión cordial de cierto entusiasmo - de cierto amor - por todo cuanto he admirado, elegido, venerado. Confieso que no es mucho, pero es, como quiera, algo.
La paz, cierta alegría, el gozo de encontrar y admirar, vuelven otra vez a mí en esos momentos duros, con el entusiamo de intentar compartirlos. Al fin y al cabo, no me siento tan estéril al salir de esos momentos grises.

Añoranza de una vida mejor. Deseo de recobrar algo que se ha perdido  pero que no se puede olvidar. Cada hombre cuenta con su paraíso perdido. Por eso en cada escritor, en cada artista, la obra es el tejido de su antigua nostalgia.
¿Cuál es la añoranza de Mallea? Una vida humana capaz de resistir en un mundo  desalmado donde reinan las más bajas de las pasiones humanas convertidas en sistemas  modelo de organización social.
El honor de haberse comprometido con lo que es noble, y que está siempre amenazado.
Que se rescate la verdad, que se quiera el bien, nos dice su larga estirpe.
¿Por qué me haces mal?  es la cifra del complejo territorio de la moral en la palabra de Simone Weil, meditadora del desarraigo como enfermedad humana.  Su gran intuición, que lo único sagrado en el mundo es esa aspiración de la criatura a que le hagan bien y no mal. Es  una obligación ética incondicional  respetarla. Respetar la necesidad humana de poder ser fiel a los valores que forman su  verdadera patria,  y que son la herencia transmitida de generación en generación  por los grandes maestros espirituales. El arraigo es una necesidad espiritual inviolable.      

Uno de los rasgos del animal humano contemporáneo es su epidermis resbalosa, algo que impide la entrada del dolor o el sufrimiento en lo hondo de su ser.
Se practica una gimnasia de la impermeabilidad  que confirma cierta degeneración en  el tejido de la vida humana.
Como exponentes de una raza privilegiada que ha sabido hacer todo muy bien, habitan nuestras ciudades millones de seres casi idénticos, simulacros de hombre, completamente asimilados a su rol de engranajes de una máquina que la mayoría no  comprende, que ni siquiera concibe.
Nadie admite el sufrimiento que le causan, nadie responde por el que cada uno causa en los demás. Reconocer que se está sufriendo  sería despertar a la realidad más humana, a este destino único. Desterrado el pathos, la conciencia moral languidece y se reduce a automatismos de supervivencia  con más o menos placer.   

Si la vida es ir hacia las cosas  con el cuerpo y el alma, hay en esta época  un extraño desequilibrio. Basta salir un domingo  de mañana a caminar por el Vondelpark,que es muy hermoso, y  como imagen habitual nos encontraremos con decenas de personas trotando ensimismados ida y vuelta o en círculos según la dinámica estricta de una gimnasia programada de antemano seria y concienzudamente. Prisioneros de un destino meramente biológico.

No pasean de dos en dos conversando, como saben hacerlo los musulmanes. Tampoco descansan bajo esos árboles de larga historia contemplando el paisaje, ociosos y soñadores.
Adoran ídolos de barro. Y el sentido utilitario de la vida  los ha privado de gozar de la creación sin  ganancia, sin ventaja, sin sacar provecho.
Es triste que nuestros cuerpos, esforzados compañeros, no nos conduzcan a hazañas más gloriosas, a empresas, sin duda, superiores.
Mi época, mi prójimo, mi espanto.

Y este breve libro de Mallea iluminando magníficos y humildes territorios de arraigo.

 

Felicitas Casavalle
(Buenos Aires,1949), es escritora y ha publicado ensayos, poemas y cuentos .“Las cosas que amamos”; “La isla de las bienaventuranzas”; “Lecturas Ejemplares”; “Diálogos callados”; “Cantos del desierto” y su último libro “Crónicas del Reino”. En holandés hay dos libros suyos : “De gulle tijd” ( “El tiempo generoso”) en colaboración con Raúl Rossetti y Robert Lemm, y “Donkere spiegels” (“Los espejos oscuros”). Colabora con la revista “Amsterdam Sur”; “Criterio”; y el suplemento cultural del diario “El Tiempo” (Azul, Argentina)