El rechazo a los judíos,
religión de Occidente

(fragmento del libro inédito)

Isabel Steinberg



El antijudaísmo como organización política tiene sus raíces en los últimos años del siglo XIX. Se nutre del medievalismo clerical e inquisitorial dirigido a exterminar la secta y del aluvión higienista postemancipatorio  imbuido de racismo y eugenismo y refractario a la mezcla de sangres. Uno de los anuncios  de la llegada del antijudaísmo político organizado son los cruentos pogroms de la Rusia zarista posteriores al asesinato de Alejandro II en 1881. La escalada violenta va a determinar una enorme migración de judíos del imperio de los Zares a Palestina, América del Norte y América del Sur, y su coronación va a ser “El caso Beilis” de 1911, retratado con maestría por John Frankenheimer en la película “El hombre de Kiev”, de 1968, basada en el libro de Bernard Malamud.


Los líderes del antisemitismo político organizado se reúnen en Dresde en 1882, para celebrar el Primer Congreso Internacional Antijudío, en 1882, y para debatir la solución a la juden frage o cuestión judía planteada como problema. Son figuras como Drumont, de Francia, Géza von Onody de Hungría y Adolf Slöcker de Alemania.


A partir del antijudaísmo organizado, cuya consecuencia más monstruosa fue la Shoá, que aportó la ciencia y la tecnología al exterminio organizado, la cuestión judía empieza a concitar la opinión de muchos intelectuales, que abrevan fundamentalmente en la lectura y revisión de los textos de Marx y Freud sobre el judaísmo, sobre todo después del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la creación del Estado de Israel.


Robert Mizrahi, en “La condición reflexiva del hombre judío” dice: “Si se quiere dudar, sin embargo, de que hay interés en hablar de los judíos, habría que contestar que en Francia, en todo caso, y a veces en América, la obra de Sartre (Reflexiones sobre la cuestión judía), la de Memmi (Retrato de un judío),la de Poliakov (Breviario del odio, Historia del antisemitismo),figuran entre los libros más vendidos o más importantes del pensamiento contemporáneo de lengua francesa. Pero la edición es solo un signo; manifiesta una realidad más profunda: la sociedad contemporánea en su totalidad se halla penetrada hasta lo más profundo por el fenómeno judío; no más, es verdad, pero no menos en realidad que por la descolonización o la lucha de clases: es que dentro de la descolonización y dentro de la lucha de clases se encuentra la presencia efectiva del fenómeno judío como fenómeno específico. Esto significa para el observador que el hecho judío se halla ligado substancialmente a todos los hechos políticos (y, recíprocamente, la descolonización se halla ligada a todos los hechos históricos, y, entre otros, al hecho judío), pero significa también, para el mismo judío, que su suerte  no está nunca “en regla” y que su problema se encuentra siempre “en suspenso”, que la muerte, los viajes, el exilio o el enclaustramiento forman parte aún de su destino, y si esa dramaturgia es también el destino de todos los humanos,, no se ve por qué, precisamente, no se podría hablar del destino de los judíos”.


Una línea de pensamiento semejante es la de Jean –Claude  Milner, quien, en “Las inclinaciones criminales de la Europa Democrática”, sostiene que la Europa moderna es el lugar donde el nombre judío es pensado como un problema a resolver y donde una solución solo es válida cuando es definitiva.


En “Acerca de la cuestión judía”, en cambio, el judaísmo no aparece para Marx como un cuerpo extraño en Occidente sino como su síntoma mismo, el ser de la burguesía. ¿Cómo pensar entonces en la necesidad de aniquilar un síntoma, que es lo más propio? Marx elige el recurso de la adjetivación: la sociedad es judía en tanto mercantil, y la emancipación social del judío equivaldría a la emancipación de lo judío que tiene la sociedad. Será Hanna Arendt quien responderá a este impasse de Marx, no ajeno a su propia condición de judío para la sociedad;  en “Los orígenes del totalitarismo” subvierte esta adjetivación que se convierte en analogía (si de algo debe emanciparse un judío es de ser burgués, para el joven Marx) en una ecuación más compleja. Para Arendt, la diferencia no puede ser articulada en el estado-nación, porque su misma naturaleza hará que las diferencias no sustanciales se conviertan en identidades; la sutileza que Arendt señala es que es el estado burgués el que inventa al judío para velar las verdaderas contradicciones de clase, y lo inventa banquero para velar las propias contradicciones de clase dentro del judaísmo.


Lo que la lectura de Marx sesga es que, precisamente cuanto más integrados y asimilados estuvieron los judíos en Occidente, es cuando más se los persiguió, y para ello siempre es necesaria una visión conspirativa que los agrupe e iguale, que borre las diferencias.

Después de la Revolución de 1917, efectivamente, el judío internacional dejó de ser financista y usurero para volverse comunista y subversivo, y después de la creación del Estado de Israel, todo judío debió exculparse de las políticas equivocadas de cada administración israelí como si esto lo concerniera como judío, aunque nunca haya sido ciudadano de Israel.


El pastiche capitalista-comunista-sionista supura delirio en pasquines como “Los Protocolos de las Sabios de Sion” y en abundante propaganda nazi. Ya en 1917 Lenin señalaba al antijudaísmo como el instrumento más poderoso de la reacción.

Cuando el “socialismo científico” de Stalin pretende dar una solución de minoría nacional al judaísmo con la creación de la República de Biro Bidjan, y más tarde cuando se crea el Estado de Israel, en el imaginario colectivo la ecuación se resolvía así: Serás judío socialista, serás judío sionista o no serás nada.


No hay lugar para la existencia del judío, los atributos son imperativos, en el juego taxonómico no entra un judío, no se admite su existencia sin atributo. Debe ser alguna clase de judío.

El Psicoanálisis se preguntó desde su origen por el judaísmo. Freud escribió sus ensayos sobre la cuestión judía en pleno estallido del más feroz antijudaísmo en Europa.


Sobre el final de “Moisés y la religión monoteísta”, en 1937, se lee acerca de “la culpa trágica que se les ha hecho expiar (a los judíos) con la mayor severidad”.Antisemitismo en Inglaterra” es una carta dirigida al editor de Time and Tide, como colaboración para un número de la revista dedicado al antisemitismo: “16-11-1938. Al editor de Time and Tide. Llegué a Viena cuando tenía cuatro años, procedente de una pequeña ciudad de Moravia. Después de setenta y ocho años de asiduo trabajo hube de dejar mi hogar, ví disuelta la sociedad científica que había fundado, nuestras instituciones destruidas, nuestra editora ocupada por los invasores, los libros que había publicado confiscados o reducidos a pulpa, mis hijos expulsados de sus ocupaciones ¿No piensa usted que debería reservar las columnas de su número especial para las manifestaciones de los no-judíos, menos afectados personalmente que yo?(…) Me siento profundamente conmovido por el pasaje de su carta reconociendo un cierto crecimiento del antisemitismo también en este país. La actual persecución, ¿no debería mas bien dar lugar a una oleada de simpatía hacia los judíos  en esta nación?”.


Poco antes de su muerte, en un texto singular (“Un comentario sobre el antisemitismo”) de 1938, Freud relata un olvido: el del nombre de un autor a quien cita casi literalmente, confesando su sorpresa ante las coincidencias de opiniones  entre éste, no judío, y él. Evoca un fragmente del texto anónimo en el que el autor convoca a cesar de dispensar favores a los judíos, cuando sólo corresponde hacerles justicia.


En el número 45 de la revista Conjetural, Jorge Jinkis  afirma: “Freud, que no era adepto a una *psicología de los pueblos* habló en varia oportunidades del *carácter del pueblo judío*. Para algunos autores *El hombre Moisés y la religión monoteísta* es el modo freudiano de encarar la cuestión judía, pero también allí, donde es evidente que busca en la historia capturar el rasgo esencial que define al judío, también allí la cosa judía se le escapa. A raíz de la muerte de David Eder, le escribe en 1936 a su cuñada, Bárbara Low: *Ambos éramos judíos y sabíamos que llevábamos en nuestros ser en común esa cosa milagrosa que-inaccesible hasta ahora a cualquier análisis- hace al judío*. Este fracaso de Freud es también del psicoanálisis”.


Germán García y Aurora Venturini  hicieron una semblanza literaria de Béla Szekely; nacido en Transilvania en 1892 y muerto en Argentina, más precisamente  en Chascomús, en 1955, fue el analista de lenguas eslavas que se interesó por las raíces inconscientes del racismo. Llegó a Buenos Aires huyendo de Awschuitz, con pasaporte de “judío”; traía una maleta con tests proyectivos, y su mujer acunaba un bebe imaginario, fantasma del hijo asesinado en el campo de concentración. Fueron alojados en el Hotel de los Inmigrantes. En 1940, poco tiempo después, la editorial Claridad le publica “El antisemitismo”, fruto de varios años de trabajo en Hungría. Szekely es recordado por su eclecticismo, por su oposición a la recién nacida APA, por su intento de ligar el marxismo y el psicoanálisis que lo desvió hacia una suerte de higienismo psicológico; fue maestro de Jaime Bernstein y Marie Langer y fundador de la Facultad de Psicología de Rosario y de la Editorial Paidós.


En “El antisemitismo”, cita al escritor Melamed, autor de “Psicología del espíritu judío”: “Kant acusa al espíritu judío de amoralidad, Shopenhauer de realismo y optimismo, Renan de simplicidad, Hartman de realismo, Chamberlain de formalismo, Marx de capitalismo, Hegel de revolucionarismo, Voltaire de superstición y primitivismo, Wagner de poco dotado para lo musical, Barthel de nulo para lo artístico…”, y se responde que lo que estas adjudicaciones contradictorias delatan es el lugar misterioso de los judíos, que provoca en Occidente una gama apasionada de reacciones que van del odio a la mitificación.


El ser definido por lo que no se es como esencia del ser judío y como lugar de excepción y misterio, fue nombrado por el Existencialismo: la “otridad” del judío en un Occidente cristiano se emparenta con el lugar “segundo” de la mujer en el universo masculino.

Szekerly da un paso más en su intento de superar el “fracaso” freudiano para pensar las razones del odio al  judío: “Jamás se le ha podido perdonar que viniera  a sustituir las religiones de los mitos con la religión de la Ley, la Biblia, que obligaba a renunciar a tantos placeres ligando los instintos destructores con la cuerda de los Diez Mandamientos, ni que, en fin, fuera el pueblo que aportara a la Humanidad a Jesucristo, que no vino para negar sino para cumplir”.

Curiosa transformación en lo contrario: no sería la culpa de haber matado a Cristo la creencia que originaría el odio al judío, sino por el contrario el haber dado nombre y palabra a quien instala la posibilidad de perder la vida por un ideal. Como retorno de lo reprimido por la vía del odio, el antijudaísmo sería un síntoma, incurable como tal, de Occidente. A este saber no sabido sobre el odio, Szekely suma al fenómeno antijudío el ser dirigido hacia una minoría, y por lo tanto hacia la debilidad del otro.


El ataque a la debilidad del otro como uno de los nombres de Occidente está en la raíz del antijudaísmo.

Szekely toma aún otra vía freudiana: relaciona el rechazo a lo judío con el rechazo a la sexualidad. La circuncisión, costumbre común a los judíos, los primeros cristianos y los musulmanes, alimentaba en el Medioevo los oscuros mitos por los que el judío era un ser insaciable y lúbrico. En el imaginario popular, un pecador que ya habría sido castigado con esta mutilación simbólica podía dedicarse a todo tipo de exceso sexual sin temer al castigo tan caro a la idea cristiana de pecado.


También Wilhelm Reich analizó esta relación entre el antijudaísmo y el temor al castigo por el goce sexual: la svástica  o cruz gamada del nacionalsocialismo alemán representaría  una pareja unida eróticamente; en hindú antiguo, svástica es también gallo y libertino. Reich sostenía que el símbolo del nacionalsocialismo, la cruz svástica, influía a nivel inconsciente sobre las masas insatisfechas sexualmente y las estimulaba a dirigir su envidia y odio hacia quienes suponía lúbricos y sensuales, los judíos.

El “judío misterioso” sería entonces uno de los dialectos de lo misterioso ligado a la sexualidad, como el “eterno misterio de la femineidad”, promotor también de no pocos holocaustos.


Parafraseando al escritor húngaro Mikszath, Szekely ironiza: “Ser antisemita significa odiar al judío más de la cuenta”; su lectura psicoanalítica continúa por la vía de la paternidad: “La actitud anímica ambivalente de los arios frente a la civilización, y por consiguiente, frente al judaísmo, está influenciada sobremanera por la relación con el padre. (…) La relación entre padre e hijo significa el comienzo de la civilización. Es en su infantilismo anímico que los arios creen que los judíos arremeten contar ellos. (…) El padre influye en su hijo como el judío en el ario”. Szekely concluye afirmando que la influencia temida por la paranoia nazi es la de algo misterioso y temible (unheimlich), siniestro, y que la mujer judía no es temida tanto como el hombre judío, que influiría sobre la mujer aria como un padre.


El antijudaísmo ataca el corazón mismo del portador del nombre, el padre judío, vil y repulsivo antes y después de Shylock. Una de las disposiciones menos conocidas del antisemitismo alemán fue precisamente la prohibición que recaía sobre los padres judíos de elegir libremente nombre para sus hijos: todo varón judío debía ser anotado como Abraham o Jacob y toda mujer como Sara o Rebeca.


Julio Streicher, uno de los padres de las teorías nazis de limpieza de sangre prevenía higienistamente: “Albúmina racialmente extranjera quiere decir el semen perteneciente e una raza distinta. Si un varón judío cohabita una sola y única vez con una mujer aria, ello es suficiente para infectar la sangre de la misma por siempre jamás”.


Se lee en Mein kampf: “El judío de pelo moreno acecha durante horas y horas, con la expresión de diabólica alegría en la cara, a la muchacha aria demasiado cándida que no sospecha nada, para infectarla con su sangre, enajenándola de su pueblo alemán”.


La conclusión de Szekely es una conclusión trágica, es decir del orden de lo irresoluble: “Lo esencial es siempre, sin embargo, que para el antisemitismo el judaísmo constituye una unidad orgánica. Esta situación solo cambió cuando el régimen capitalista se hubo impuesto, puesto que entonces la unidad de casta del judaísmo fue descomponiéndose, la separación de clases llegó a ser manifiesta dentro del judaísmo también, y el antisemitismo volvió a encontrarse con los objetos de su saña en dos frentes a la vez: en el del capital, donde se acusaba a los judíos de explotadores, y en el del trabajo, en el que se los denunciaba como enemigos del orden social existente y como elementos perturbadores y peligrosos”.


El tema de la debilidad como motor de la crueldad tiene piezas memorables en la historia del antijudaísmo. En 1933 aparece un curioso aviso en el diario alemán Frankfurter Zeitung: “La Federación de los Ciegos de Alemania tomó la decisión de excluir a los ciegos judíos”. Esto ocurría en Alemania cuando la cantidad de judíos en su territorio era del 0.76% de la población total.


Minoría- minusvalía. Ecuación occidental por excelencia por la que los judíos se convirtieron en desecho para que otros débiles descargaran su ira: la clase explotada, los resentidos sociales, los envidiosos.

El antijudaísmo como religión de Occidente es esencial para abordar la cultura que nos concierne. Si lo llamáramos problema, pediríamos una solución.

Preferimos intentar abordarlo por el lado del síntoma: de lo que se da a ver y es la única fuente de sentido posible.


10Steinberg01



Isabel Steinberg
Nació en 1954 en Buenos Aires. Es psicoanalista. A partir de 1983 se desempeñó como docente en la Universidad de Buenos Aires y como coordinadora de asistencia psicológica en Derechos Humanos. Publicó: El malestar y la traición- ensayos de psicoanálisis y cultura (Paradiso 1994), Dificultades de la práctica del psicoanálisis (Homo Sapiens, 2012) y La mancha de los adioses- Novela ( Paradiso 2012). Actualmente dicta seminarios en la Carrera de Maestría en Psicoanálisis de la Universidad Nacional de Rosario.