ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA LITERATURA ARGENTINA

Felicitas Casavalle


INDICE

Domingo F. Sarmiento

José Hernández

Pedro B. Palacios (Almafuerte)

Leopoldo Lugones

Leopoldo Marechal

Héctor G. Oesterheld

Borges.


Cuando me invitaron para hablar sobre literatura argentina – algo que agradezco – sentí una muy íntima alegría. En realidad siempre me alegra hablar o escribir de libros que leo y releo, de autores que admiro o que quiero. Me parece que hablar de  la literatura argentina no tiene que ser entendido como confinarse a un territorio, o poner fronteras al espíritu, sino , al contrario, es ser hospitalario, porque de lo que les voy a hablar es de literatura, que es una casa con muchas habitaciones, a través de escritores argentinos.


Además esta mirada sobre un puñado de autores, se perfila según un par de ideas que me ofrecieron escritores que no son argentinos. Me refiero al dominicano Pedro Henríquez Ureña, al uruguayo Alberto Zum Felde, y al holandés Robert Lemm.

Tampoco me atengo al catálogo oficial de las reputaciones literarias – sabrán disculparme ustedes  mi estirpe romántica y mi alma religiosa – pero sigo con la mayor fidelidad posible aquello que Pascal llamó “las razones del corazón”, lo que no excluye, en absoluto, el gusto de la lucidez y el orden.


Me incluyo en  la gran familia unamuniana, la del sentimiento trágico de la vida, y celebro la ética del cristianismo. El cristianismo es un ideal, y como todo ideal, es inalcanzable, pero es bueno que lo haya, que haya un ideal que dé sentido a la vida.


Vivimos en una sociedad empapada de principios cristianos, bajo unas instituciones y unos sentimientos sociales que fraguó el cristianismo, aunque la mayoría ya no lo sepa, y los intelectuales, fácilmente anticlericales, lo ignoren, lo repudien y lo escarnezcan. Pensar en esto es como buscar nuestros orígenes. Me parece que andamos buscando algo que nos salve de este laberinto por el que deambulamos como perdidos, en un mundo que no comprendemos.


Comparto esta soledad y este dolor con mis contemporáneos, tal vez por ésto sea bueno mirar hacia otras edades, buscar en la historia.

Cito aquí unas palabras de Pedro Henríquez Ureña que se corresponden con el hilo conductor de esta charla y son de 1946: El ideal de justicia está antes que el ideal de cultura. Es superior el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia perfección intelectual. Al dilettantismo de Goethe, opongamos el nombre de Platón, nuestro primer maestro de utopía, el que entregó al fuego todas sus versiones de poeta para predicar la verdad y la justicia en nombre de Sócrates, cuya muerte le reveló la terrible imperfección de la sociedad en que vivía.


Elegí entre tantos escritores algunos  que me parece  que  pueden contribuír de modo más universal  a la fertilidad del pensamiento y del arte.

Estos escritores, si bien diversos en sus ideas políticas, literarias, sociales, estéticas, filosóficas, comparten, como las ramas de un árbol, el tronco de una tradición y una ética, aún cuando las increpan.

Pero tomaron de ellas lo que era vivo, lo que importaba para lo nuestro, lo de hoy y aquí. Su visión agrega algo, una riqueza única. Es algo lindo.

Además, son un antídoto para que no nos agobien en nuestra actualidad  los ya convencionales experimentos de textos e imágenes fragmentadas, caóticas, deshilvanadas, que ni siquiera pretenden significar algo, y que son más  bien complicadas elucubraciones cerebrales que modestos vehiculos de amistad o de hermosura.

La palabra, así manipulada se ha vuelto estéril, mecánica, como de robots.

No conmueve, no nos toca, no nos hiere.

Es a partir de Joyce, en la primera década del siglo XX , como dice Lemm en su libro sobre literatura latinoamericana, “Nostalgia del presente”, cuando la prosa deviene mera asociación, el lenguaje se hace más meta que medio, el significado pierde valor y la trama de lo que se narra deja de importar.


Latinoamérica siguió siendo también en sentido literario la tierra de la esperanza. Siempre creemos que el mundo puede mejorarse y que cada uno de nosotros puede colaborar en esa tarea. El sueño continúa.



Por la mitad del siglo XIX, Domingo Faustino Sarmiento, escritor, maestro de escuela, militar, periodista, autodidacta y futuro presidente de la República Argentina, empezó a publicar, desterrado en Chile, los capítulos de su libro “Facundo, civilización y barbarie” Tenía como objetivo inmediato combatir la tiranía de Rosas, que fue especialmente sangrienta y cruel, precursora de la también devastadora dictadura militar del siglo XX.  


En realidad, el tema de Sarmiento es la barbarie que amenaza desde adentro de la civilización misma. Y si bien la rechaza en la figura del caudillo provinciano Facundo Quiroga, no deja de atribuírle rasgos de coraje y autenticidad que tal vez sean las virtudes del gaucho, del habitante de las llanuras. Esa barbarie entonces es como la espina en la carne, inspiradora, de una fuerte vitalidad, mueve a la acción. El Facundo es un libro que describe el paisaje geográfico y humano de un pais que apenas se está esbozando, tratando de entender las causas de los conflictos, las pasiones que dominan a los protagonistas de ese drama , en fin, un pedazo de historia como en un drama de Shakespeare, es poesía, es ensayo, es testimonio y crítica escrito con fervor.


Son esta clase de libros los que me parece que pueden producir  en su efecto de gozo también  una experiencia moral. No nos hace falta terriblemente un poco de esta educación antigua, no oficial?

La barbarie de nuestro tiempo nace del nihilismo, la caída en la nada. Qué es lo verdadero y qué es lo falso, si todo es relativo? Si no hay valores objetivos, absolutos? Es este sentimiento angustiante de no tener tierra firme bajo los pies.

Qué es el honor? Nos reímos del honor, dice C.S. Lewis, pero estamos horrorizados cuando descubrimos traidores entre nosotros.

Si no hay valores objetivos, cuál es el fundamento moral de nuestras acciones?

Discúlpenme la digresión, pero se corresponde con el propósito de estas reflexiones. Los libros de Sarmiento y de los otros escritores  de los que voy a hablar en esta noche holandesa del siglo XXI,  nos acercan y nos animan una y  otra vez a las aventuras de la veneración, de la admiración, del honor, del conocimiento, y de la compasión.



Posterior al “Facundo”de Sarmiento, es el libro “Martín Fierro”, del escritor José Hernández. Escrito en verso, cuenta la historia del gaucho Martín Fierro, hombre de virtudes estoicas y costumbres sencillas, habitante de la llanura, que en aquellos años del siglo XIX era el desierto. Martín Fierro es el hombre que desobedece a la ley cuando esta es inhumana. Por esos días, los gauchos eran obligados a defender las fronteras contra los indios. Maltratado, Martín Fierro se hace desertor. El ejército lo persigue y cuando lo están por capturar un oficial  se pone de su lado, pelean juntos y huyen internándose en el desierto.


Menos complejo y polémico que el “Facundo”, el “Martín Fierro” es un libro más querido y con más influencia en la imaginación popular. Será por esa melancólica costumbre,  que en la desgracia del hombre solitario y desamparado,  siempre sabe ver  el destino de todos? El destierro, el mal de ausencia, el desarraigo, son sufrimientos profundamente humanos. Esa es la poesía del Martín Fierro.



Vayamos ahora a la primera década del siglo XX. Allí resuena la voz, o los rugidos del poeta Pedro B. Palacios, nuestro Almafuerte. Lo emocionaba  la belleza y no podía ser indiferente al sufrimiento de los hombres.

Vosotros, los que tanto habéis llorado, dice en un verso, y para ellos escribe.

Almafuerte renovó la ética y volvió a formular algunas verdades del cristianismo, en particular la caridad filantrópica de sociedad de beneficencia en que se fue transformando la hermosa enseñanza del amor al prójimo.

En sus "Evangélicas”, en “El misionero”, en sus conferencias y en sus cartas, siempre acosado por la pobreza, increpa a Dios y a los hombres reclamando por la verdad y la dignidad.


Ten una vez, hermano, la inmodestia

De pensarte más hombre que bestia


Necesitan los pueblos creer en tipos humanos prodigiosos, porque los tipos ésos, aun ideales, dignifican, idealizan a la especie. Imaginarlos ya es mejorarse, como respetar la virtud ajena ya es una virtud.


Cuando repartas tu pan entre los pobres hazlo convencido de que practicas una injusticia. No hay un solo muerto de hambre que sea digno del mendrugo que le arrojas.


Muy claramente veía Almafuerte que verse obligado a pedir lo que en realidad le corresponde a cada uno es injusto y nos deshonra a todos.

Libre de cualquier ideología llegaba sin embargo a la médula de los vicios sociales, y su diagnóstico era tan certero como insobornable.


Jesús entre dos ladrones sintetiza mi moral.


Lo nuevo es que en Almafuerte encontramos la idea de la derrota, o del fracaso, como un fin. Es raro esto, sobre todo en épocas como la nuestra, y también la de Almafuerte, en las que se exalta el triunfo y el éxito, mientras se  desprecia o se criminalizan el fracaso y la derrota.

Pero vivir es siempre un fracaso, porque somos mortales y porque nuestras realizaciones son siempre inferiores a nuestros sueños.

Pedro B. Palacios fue un hombre valiente. Lo que el pais oficial, en plena prosperidad económica triunfalista, ya echada a andar la máquina idolatrada del progreso, no le perdonaba a Almafuerte, era que éste le recordara sin concesiones sus obligaciones de justicia, sin la cual todo progreso es una aberración.

Almafuerte tuvo el coraje de ser el aguafiestas de su época, pero no lo hacía movido por la envidia o el rencor sino por su vocación de lo bueno.

Almafuerte dio una respuesta a la tremenda pregunta de Dostoiewski: “Y han de ser mis vicios quienes dirijan mi vida, mientras las virtudes quedan sin efecto, como si fueran trastos viejos? También el bien es una fuente de actos.”

Para Almafuerte la gran victoria del Hombre consiste en ser hermano de los otros hombres: lo válido es el amor.



Leopoldo Lugones.

Quién fue Lugones?

“Su obra es una de las máximas aventuras del castellano”, escribió Borges.

Poeta deliberadamente difícil, escribió sin embargo algunos versos inolvidables.

Tal vez sea su obra en prosa lo que nos acerque.

Hijo y nieto de militares, su arquetipo humano fue el caballero medieval, cuyas heroicas y desinteresadas empresas admiraba.

La hermosura y el compromiso del escritor con su tiempo, tuvieron el mismo valor en su vida y en su obra.

Fue sucesivamente anarquista, socialista, partidario de los Aliados en la primera guerra mundial, nacionalista.

Sus adhesiones políticas y la índole aristocrática de su personalidad no lo hicieron un escritor querido. De vasta y meditada erudición, conocía las lenguas clásicas y el árabe, despreció todo arte que tuviera lo estético como valor absoluto y desatendiera lo humano.

El intelectualismo inhumano – ahora dicen deshumanizado- que simbolizamos con la torre de marfil, es una perversión del Renacimiento. Arte ensimismado en su orgullosa plenitud o en su expresión hermética adolece, por lo menos, de esterilidad antisocial”.

Lugones murió en 1937. En una serie de artículos que publicó en la nación en los años previos a su muerte bajo el título de “La misión del escritor”y “Ël ideal caballeresco” concluye que la civilización consiste en el progreso del cristianismo.

En su poema “Dedicatoria a los antepasados” dice:


Que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido

Por estos cuatro siglos que en ella hemos servido


Lugones entiende el arte y el pensamiento como dones que están al servicio de otros hombres.

Yo he leído apasionadamente estos escritos  y me conmovieron tanto como muchos de sus versos. Sigo en diálogo con él,  y sigo emocionándome con ese verso inicial de “El dorador”, que dice así:


Lector, si bien amaste…



En el año 1948, un poeta, Leopoldo Marechal, publica su primera novela “Adán BuenosAyres”, que salvo por Julio Cortázar, fue ignorada, atacada y denigrada por todos los intelectuales y críticos literarios.

Es novela de ideas, de interrogación filosófica, de búsqueda espiritual y religiosa tanto como celebración de la vida, de los barrios y las calles y la gente de Buenos Aires, de la mujer y el tango, de la amistad y el diálogo.


En tono paródico, como en Rabelais, crítico filoso de las comunes mezquindades y bajezas, desde la mirada de un humor compasivo, Marechal cuenta las peripecias del héroe_ paladín, Adán, en su aventura terrestre y celeste que dura tres días y  es el viaje de ida y vuelta desde el barrio de Villa Crespo al barrio de Saavedra. Como toda epopeya, obliga al héroe a un descenso a los infiernos según el modelo de Dante en la Divina Comedia, con los círculos infernales de los siete pecados capitales, pero los paisajes, las fisonomías y las situaciones  reflejan  una realidad contemporánea muy argentina , y por lo tanto muy universal.


Bajo el signo del amor, que se materializa en la mujer amada, su dama, su Beatrice medieval, y en el Cristo de su  fe religiosa, no pocas veces vacilante, Adan- Marechal recorre las vastas provincias del corazón humano, donde no faltan los banquetes platónicos para hablar sobre el arte y la poesía, las evangélicas polémicas sobre la economía y la política, ni el fantástico diseño de esa ciudad soñada donde los hombres fueran finalmente  buenos hermanos.


El hombre, en la obra de Marechal, tanto  en la novela, como en el  ensayo y la poesía, no ha sido corroído  por el espíritu nihilista dominante en el mundo de las ideas y del arte después de la segunda guerra mundial.

Ese hombre no ha perdido  la inocencia, no ha traicionado en un mundo de lobos, su vocación de Cordero.        


En el año 1971, Ediciones de la Banda Oriental, uruguaya, publicó el libro “Diálogo Cristo- Marx” del escritor uruguayo, crítico literario e historiador, Alberto Zum Felde.

Casi impensable un intelectual no laico en la América Latina de esos años.

Es el grito de alerta de una conciencia espantada ante la realidad social y espiritual de su tiempo. Y tiene, creo yo, vigencia indiscutible en nuestro tiempo, y en nuestro mundo globalizado.

No dice nada nuevo, pero siente la amenaza de la catástrofe y quiere decirlo. Es su obligación.


Lo necesario fundamentalmente es la convicción de que el régimen capitalista debe ser sustituído porque es esencialmente injusto e inmoral, porque se basa en el egoísmo y en la plutocracia, en la prepotencia y corrupción del dinero, en la explotación y sometimiento de los débiles por los fuertes.

Para el hombre auténticamente cristiano, dentro de nuestra civilización, la sociedad humana entera está comprendida en el concepto de Eclesia. El socialismo del hombre cristiano, en consecuencia, es la actitud verdadera que debe asumir en virtud de su posición religiosa total. Aceptar, o querer convivir en un orden social injusto es cometer pecado contra el espíritu. Su rebeldía moral contra tal orden establecido, su posición de lucha contra él, para la estructuración de un orden nuevo más de acuerdo con los principios de la razón y del Evangelio, es un deber de conciencia, su justificación humana ante Dios.



Me quiero referir ahora al escritor Héctor Germán Oesterheld, guionista de historietas (lo que ahora llaman más pomposamente novela gráfica) y geólogo. Nació en Buenos Aires en 1919 y fue secuestrado y asesinado en 1977 durante la dictadura militar de Videla.

No discutiré aquí si la historieta es un arte menor o no, lo que quisiera destacar es que Oesterheld es un escritor de aventuras en el sentido en que lo fueron Stevenson, Swift, Conrad, Melville, London, Salgari, Verne, Cervantes.


Sus historias cuentan la aventura del héroe y los dos o tres amigos que lo acompañan en su lucha contra la adversidad y el mal.  

La creación de un personaje, la índole de su alma, el ámbito moral de sus acciones vienen de cómo un escritor siente la realidad.

Hay una gran ternura, un sentimiento profundo de simpatía humana en esas historietas de Oesterheld.La aventura es una apertura a lo nuevo, a lo desconocido, al encuentro con otros; implica un riesgo, sacrificar la propia comodidad, el refugio seguro, para salir a librar las batallas del mundo.

Solo les recordaré “El Eternauta”, con dibujos de Solano López, que empezó a publicarse  a fines de los años 50.


Ante el horror de una Invasión que empieza con una catástrofe natural acompañada por ataques de seres monstruosos, Juan Salvo que vive en un barrio suburbano con su mujer y su hijita, que por las noches después del trabajo se reúne en su casa para jugar al truco con unos amigos y compartir las sencillas y tranquilas dichas cotidianas, al confrontarse con la catástrofe, empieza a descubrir- lo mismo que sus amigos- la conciencia de una solidaridad  que lo impulsa a la acción. Hay que defender la vida, la belleza del mundo, esta tierra donde amamos sufrimos, soñamos, esta tierra de hombres que no se resignan a perder lo que en ellos hay de sagrado, o de divino.

Leyendo el Eternauta, he pensado en las páginas dramáticas de “Moby Dick” que también cuentan la soledad del hombre en un universo de fuerzas hostiles, simbolizadas por la ballena blanca.


Oesterheld, no obstante haber vislumbrado las feroces manifestaciones del mal, mantiene esa fe que algunos encuentran candorosa e ingenua, en la bondad, que también anida en el corazón de los hombres.



No puedo terminar esta charla, injustamente incompleta, sin hablar de Borges.   

No hay una sola página suya, un solo poema, cuento, ensayo, prólogo o diálogo en donde no nos conmueva, no nos alumbre, el claro discernimiento de su inteligencia, la emoción, reveladora de hermosura y de poesía, su generosa y hospitalaria memoria, su veneración humilde del pensamiento, su  deseo de entender, su alabanza de la dicha.

En uno de sus primeros libros, “El tamaño de mi esperanza”del cual acaso injustamente abjuró, dice así:

Apollinaire, en una especie de salmo – cuya dicción confidencial y patética es evidente aprendizaje de Whitman  - separa los escritores en estudiosos del orden y traviesos de la aventura, y tras incluírse entre los últimos, solicita piedad para sus pecados y desaciertos.

La aventura y el orden… a la larga, toda aventura individual enriquece el orden de todos, y el tiempo legaliza innovaciones y les otorga virtud justificativa. Es dolorosa y obligatoria verdad la de saber que el individuo puede alcanzar escasas aventuras en el ejercicio del arte.


La aventura y el orden… a mi me placen ambas disciplinas, si hay heroísmo en quien las sigue. Que una no mire demasiado a la otra; que la insolencia nueva no sea gaje del antiguo decoro, que no se ejerzan muchas artimañas a un mismo tiempo. Grato es el gesto que en una brusca soledad resplandece; grata es la voz antigua que denuncia nuestra comunidad con los hombres, y cuyo gusto ( como el de cualquier amistad) es el de sentirnos iguales, y aptos de esa manera para que nos perdonen, amen y sufran. Graves y eternas son las hondas trivialidades de enamorarse, de caminar, de morir.


De las muchas revelaciones de Borges hay dos verdades antiguas que me acompañan con insistencia,  “un hombre es todos los hombres”, y,  “que haya un Cielo aunque yo esté en el Infierno.”




Felicitas Casavalle
(Buenos Aires,1949), es escritora y ha publicado ensayos, poemas y cuentos .“Las cosas que amamos”; “La isla de las bienaventuranzas”; “Lecturas Ejemplares”;    “Diálogos callados”; “Cantos del desierto” y su último libro “Crónicas del reino”. En holandés hay dos libros suyos : “De gulle tijd” ( “El tiempo generoso”) en colaboración con Raúl Rossetti y Robert Lemm, y “Donkere spiegels” (“Los espejos oscuros”). Colabora con la revista “Amsterdam Sur”; “Criterio”; y el suplemento cultural del diario “El Tiempo” (Azul, Argentina)