Elefante Blanco

Amira Armenta



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Argentina, 2012 - Drama social, Pablo Trapero


La opción por los pobres en medio de las drogas y la corrupción

El decorado no podía ser más apropiado: una villa miseria de Buenos Aires. El infierno existe, se encuentra en esos barrios miserables de las grandes ciudades latinoamericanas en donde malviven cientos de miles de personas en condiciones miserables. El protagonista es el padre Julián (Ricardo Darín) enfrentado a los múltiples problemas de una comunidad en la pobreza y marginada socialmente. A esta situación se suma la corrupción de la administración que amenaza con detener los proyectos de vivienda para los habitantes ya de por sí precarios, y la degradación del tejido social de la comunidad por la penetración de las bandas de narcotraficantes y la adicción de los jóvenes a las drogas.

Buen observador y crítico de la sociedad, Trapero (Carancho) no pudo desaprovechar la imagen de la carcasa de lo que iba a ser “el hospital más grande de Latinoamérica” cuando comenzaron a construirlo en la década de 1930. Nunca lo terminaron. Un elefante blanco es algo grande, y llamativo e inútil a la vez. En este caso es una elefantesca ruina de concreto alrededor de la cual, la película sugiere, se extiende una zona marginal de la ciudad. Un hospital que se quedó en obra negra, que es también el aspecto de las villas miserias. La ejemplificacion de la vergüenza por los extremos a los que puede llegar la incompetencia y la corrupción.


Pero además de hacer un retrato del mundo urbano marginal, la película tiene otro componente importante de fuerza. El papel social que juega la Iglesia católica de base en los barrios, el trabajo de los curas de las parroquias pobres. Trapero quiso hacer un homenaje al padre Carlos Mugica, activista social asesinado presuntamente por la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A, en mayo de 1974. Una figura extraordinaria, símbolo del revolucionario idealista que quiere cambiar el mundo aunque no a cualquier costo. Al final Carlos Mugica se volvería el blanco de los extremismos de izquierda  y derecha con su violencia.


Pero aparte de ser curas y de trabajar en una villa de pobres hay bastante distancia entre el padre Julián de la película y el padre Mugica real. Porque entre 1974 y 2012 es mucho lo que ha llovido en el mundo.



De la justicia humana y de la justicia divina

En los años sesenta toman fuerza en América Latina las propuestas de la llamada Teología de la Liberación, una corriente que habla de una Iglesia de los pobres en la que la salvación ya no se define en términos de la entrada al cielo sino en términos de la (liberación) superación de la opresión económica y social en la que viven los pobres. Aunque en la tradición cristiana católica el pobre siempre ha tenido un papel relevante - nada más por padecer su pobreza ya tiene ganado el reino de los cielos – la diferencia con la propuesta de los teólogos de la liberación es que éstos quieren que la ‘liberación’ se produzca no solamente por la justicia divina sino también dentro de la justicia humana, es decir, ahora, en vida, y no solo después de la muerte. Algo que el Vaticano vería como poco menos que una herejía. Ya lo diría un enfadado Juan Pablo II en su visita a Puebla, México en 1979 para la famosa Conferencia Episcopal, “sois sacerdotes y religiosos, no sois dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios del poder temporal”.

Mugica, y tantos otros curas latinoamericanos de esa generación, se convirtieron en dirigentes sociales, militantes de una causa. Optaron por los pobres motivados por una realidad injusta de desigualdad social y económica en el continente, pero también influenciados por el auge del marxismo con el triunfo de la revolución cubana, y por la opresión política de las dictaduras militares. Todo esto contribuiría a darle forma y contenido a sus ideas y actividades políticas relegando a un segundo plano los valores más espirituales de la religión.

La Teología de la Liberación como forma de pensamiento no ha desparecido, pero como práctica ya no es ni sombra de lo que fue en los sesenta y setenta del siglo pasado. Ello a pesar de que ni la pobreza, desigualdad e injusticia social hayan desaparecido del continente. La “opción por los pobres” a la manera como la practican hoy los cientos de padres Julián que tabajan en las villas miserias de las ciudadaes latinoamericanas ya no tiene el componente de lucha de clases que caracterizó a los padres ‘tercermundistas’ de la generación de Mugica. Al padre Julián de la película lo mueve la caridad cristiana. Su trabajo es más de carácter asistencialista, como el de Luciana, otro personaje de la película, una trabajadora social, pero no pretenden ni creen que se pueda cambiar el mundo. A nombre de la caridad se han comprometido y son leales con los vecinos del barrio. Por eso la muerte del padre Julián (en 2012) no fue un crimen político, como si lo fue el asesinato del sacerdote Mugica en 1974, sino un accidente en medio de una confusión generada en un contexto criminal ligado al narcotráfico.

Este contexto criminal - generado por la presencia del narcotráfico y del consumo problemático de drogas en ámbitos de marginación y pobreza como es el de estas barriadas – es quizás el elemento que más distancia pone entre el mundo de hoy y el de hace cuarenta años. La pobreza, desigualdad, injusticia y exclusión social siguen siendo las mismas, pero ahora se desarrollan en medio de las balas de las bandas entre ellas, de las bandas contra la policía, y del humo del paco (crack o pasta base de cocaína mezclada con otras sustancias tóxicas) que destruye mucho más que los pulmones y el cerebro de los adolescentes.

En un mundo de Triple A y de  Montoneros, los curas y líderes sociales de los barrios pobres ponían a diario en peligro sus vidas por un ideal revolucionario. En el mundo del Elefante Blanco los herederos de aquellos curas y trabajadores sociales ponen en peligro sus vidas por la violencia y la inseguridad que han sembrado las mafias del narcotráfico.

Cinematográficamente no tiene la calidad de Carancho, pero nada más por la temática de Elefante Blanco vale la pena verla.



AMIRA ARMENTA
Colombia. Tiene un máster en historia de América Latina. Trabaja en el Transnational Institute (TNI) en Ámsterdam. Escribe con alguna regularidad sobre temas de política, cultura, cine y libros. Ha publicado el libro "Een nieuwe tong"