Tatiana Oroño
La verdad del hueso
Como la flor de la tuna cuello de cisne o dama de la noche
abre en lo oscuro el sol de su garganta que la corola numinosa alumbra grávida
y sus estambres tiemblan y sus pétalos ceden a la ley de expansión y a la blancura
así cede la tierra a la verdad del hueso:
como a una flor nocturna lo revela.
Este esqueleto: un haz de pétalos.
20 marzo 2012 (inédito)
No conozco
el calado. Ábrese el laberinto silba la entrada. Es aire hambriento. Tú tienes tus extremos que se nombran “las manos”, “las pupilas”, por ejemplo, pero asimismo tienes una ciudad de calles góticas voraces como gárgolas
que te ahuecan los centros del peñasco que habitas y no tocas. No adivinas.
Y eso es la mujer. Lo que no. La ciudad de cornisas y canales donde la noche cae como cae la tormenta y derrota costillares de barcas y de remos y parte astilla la piedra sostenida el mentón de las calles que te horadaron túneles en el zigurat fósil de las células vivas.
Nada comprenderé. Nunca seré ladera cima ni pie del monolito el bloque. Tanto arrimar de todo. Tanta industria y tesón. Tanto apisonar suelo y pendientes siempre.
Y todo para esto. Una noche de amor te arroja a las arterias desiertas de la ciudad que pulsa y que tirita como Venecia hundida con los ojos vendados.
Son vagidos famélicos los que arrojan papeles y residuos a las calles vacías
largamente empedradas por sangre adoquinada a pico y a cadena perpetua permutada por la pena de dar la forma de ladrillos
al deseo de que todo cantara como acequias o arroyos en escondidas napas.
(De Ce qu’il faut dire a des fissures / Lo que hay que decir tiene grietas, L’Oreille du Loup, Paris, 2012)
Una palabra en ángulo agudo
Reivindicar era una palabra en ángulo agudo (“re/ivindicar”) porque obligaba a la lengua a quebrar la articulación progresiva. La “i” antes de “vi” (“i-vindi”) ordenaba dar un paso atrás antes de ir hacia las íes que continuaban rumbo a la terminación “ar” que se abría como un abanico de muchas varillas. “Ar” llevaba a un semicírculo grande donde cabían muchos verbos, como “amar”, “besar”, “bailar” y eso obligaba a dar un paso como el del amague de los tangos cuando se enredan las piernas como a propósito y se confunde el rumbo de los bailarines. (De La piedra nada sabe, Estuario, Montevideo, 2008)
Velo por mí
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