Por siempre QuirogaJorge Menoni …Quiroga no era hombre creado por Dios para la soledad…
Tercamente insistí a lo largo de mi vida en entrevistar a Horacio Quiroga. Sabía que tan sólo era una necesidad mía, pues Quiroga siempre estuvo solo, encerrado en su mundo interior y en los abismos del horror, un mundo sagrado entre el sueño y la pesadilla desde donde nos contó el universo visible del alma. Tanto el misterio como la literatura fueron creados para evadir la incomodidad de tener que explicar lo inefable, por lo tanto, prefiero colarme entre las páginas de este libro de Martínez Estrada, El hermano Quiroga, quizá lo mejor que se haya escrito sobre él, para entrar desapercibido en la irrealidad. Hace mucho que lo persigo, lo comencé a buscar en Montevideo a principios del 1900 en su pieza de conventillo de la ciudad vieja, aunque ya le seguía la pista desde Salto, su ciudad natal, luego en París, la selva de Misiones y últimamente en ese breve instante de eternidad donde intuimos las posibles huellas de la divinidad en el mundo real. Nunca supe ciertamente si algún día nuestros caminos habian de cruzarse y en todo momento me invadió contradictoriamente la certeza de que un encuentro póstumo con él malograría el recuerdo intransferible de la posesión del misterio que lo circundó. Cuando finalmente comprendí que lo único que importaba de un escritor es su obra, dejé de lado la idea de la entrevista y comencé a inventarme una inexistente y amistosa relación literaria con él y con sus cuentos.. Mi primer acercamiento imaginario fue en esa ciudad del litoral donde nacieron sus primeras narraciones. Lo veo sentado debajo de la higuera leyendo en vos alta un fragmento de su cuento A la deriva y hago de cuenta que me lo esta leyendo a mí. -El hombre pisó algo blancuzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras. Vuelvo a verlo detenido un momento, uno de los pocos momentos que pudiera dejar de exprimir su mente y saborear el aire despojado de Misiones, el color vivaz de una noche sin dormir. Veo su mirada que va mas allá de lo que diariamente aburre y mortifica al hombre cotidiano, veo sus brazos inquietos ayudando a las palabras para convencer, veo el fuego que arde dentro y quema lejos, donde su alma ve pero no alcanza, e imagino que en un esfuerzo supremo de amor, de locura y de muerte lee otro fragmento de su cuento La insolaciónLa siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blancuzca del patio, deslumbrada por el sol a plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los fox-terriersAhora que Quiroga hace mucho que ha muerto, puedo liberarme de mi deseo y mi culpa y mi satisfacción por no haberlo entrevistado, pues la creación literaria no se halla en la vida de nadie, solo pertenece a ese espacio inpenetrable del misterio y la belleza que tan solo unos pocos saben amar y ser consecuentes con su destino.
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