El guión

Robert Lemm

 

El documental empieza en un pueblo. Una mujer vestida de negro está llorando en una callejuela. Habla con un médico vestido de blanco junto a una ambulancia. La conversación se centra en el paciente que sale de la casa sobre una camilla llevada por unos enfermeros. La camilla entra en la ambulancia, las puertas se cierran y por una autovía vamos a un hospital supermoderno en Valencia. El paciente es Don Quijote, o alguien que se cree Don Quijote.

 

En Tielmes, en las afueras de Madrid, tiene su chalet el profesor Manuel Fernández Nieto, filólogo. Nos lleva a través del jardín clásico a su estudio. El jardín está rodeado por construcciones enormes de apartamentos recién elevados. Por encima de todo, amenazan unas grúas gigantescas. Señalándolas con la mano, nos dice el profesor que faltó muy poco para que uno de esos gigantes entrara en su jardín. Se queja de que hace poco una estatua griega y una columna aparecieran partidas en dos. Las grúas son los molinos de viento de hoy.

Fernández Nieto introduce el libro de Cervantes: EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA. Aquí importa lo que el libro significa para España y el mundo. En el año 2002 fue proclamado en Noruega como el mejor libro jamás escrito, por unos cien autores de renombre internacional (se ven imágenes de video de ese evento.)

¿Es que hemos cambiado en el transcurso de cuatrocientos años nuestro punto de vista sobre Don Quijote y Sancho Panza?

 

Estamos en Salamanca, al lado de una estatua de Miguel de Unamuno. En 1905 este filósofo  publicó su VIDA DE DON QUIJOTE Y SANCHO a propósito del tercer centenario del Quijote.

En una sala de su casa en Amsterdam habla Luis: Mis padres visitaron a Unamuno en su exilio de Hendaya allá por los años veinte. Las fotos hechas en esta ocasión han influido mucho en mi juventud. El libro de Cervantes era más importante para mí que la Biblia. Mi madre insistía en que yo tradujera al holandés, y editara, la Introducción a la VIDA, El Sepulcro de Don Quijote.

El hispanista holandés Robert Lemm explica - en su casa en Amsterdam, o en Salamanca - la transcendencia de Unamuno. Su interpretación de Don Quijote como personaje trágico contrasta con la tradicional, aquella del loco que hace reir. También explica Lemm el por qué del exilio de Unamuno.

 

En tanto que yo estaba buscando el sepulcro – cuenta Luis - me llama la atención una noticia en un periódico del 2005: "un grupo de académicos de la Universidad Complutense de Madrid han fijado EL LUGAR de la cuna". Curiosa noticia, ya que Cervantes no quiso acordarse de donde era su héroe. ¿A qué entonces se debe esta  ubicomanía?

 

Los miembros del equipo académico bajo la dirección del profesor Francisco Parra Luna, aclaran cómo han determinado EL LUGAR, cuáles fueron sus métodos para llegar a la conclusión de que el lugar es, sin duda alguna, VILLANUEVA DE LOS INFANTES. Parra, Javier Montero (matemático) y Santiago Petschen (historiador) dan sus puntos de vista. Esta escena tiene lugar en la facultad de ciencias políticas de Somosaguas, en las afueras de Madrid.

Estamos admirando la belleza de La Mancha, los alrededores de Infantes (corazón del Campo de Montiel), la Plaza Mayor, las mansiones con sus escudos, la Alhóndiga, el Palacio de la Inquisición y los tres monasterios. ‘Durante los siglos XVI y XVII era un importante centro comercial’,  informa el alcalde.

El profesor Santiago Petschen explica que la erudición de Don Quijote y del cura, presupone que su “lugar” de procedencia deba poseer cierto ambiente cultural. Vemos un cartel que anuncia una representación al aire libre. En la Plaza Mayor (¿de Infantes, o de otro lugar?) están levantando tribunas, mientras que en un cobertizo presenciamos los ensayos de unos actores. Se trata de los preparativos para "CAMINO A BARCELONA", bajo la dirección de Manuel Canseco.

 

Pasamos a Argamasilla de Alba. Este lugar siempre se ha jactado de ser la patria de Don Quijote. Por esta razón, la visitaron grandes autores, tales como Azorín, Rubén Darío, Mario Vargas Llosa. Es esto lo que nos cuenta el alcalde mientras nos guía por su pueblo. De cualquier manera, mucha importancia no le da a la investigación de los profesores. Cree que la tradición de Argamasilla resultará más convincente que los así llamados datos científicos. Para él lo de la Complutense es una conjetura y nada más.

Sometemos los argumentos del alcalde a los profesores Fernández Nieto y Montero, el filólogo y el estadístico del equipo académico.

 

Representación del "PROLOGO a CAMINO A BARCELONA". El barbero se topa con el cura cuando éste sale de la iglesia y le comunica que acaba de rasurar al Caballero del Verde Gabán. Este caballero ha leído la Primera Parte del Quijote y en presencia del barbero se ha mofado de unos pasajes en que figuran el cura y el barbero. El barbero en cuestión está tranquilo, puesto que no se menciona en el libro cuál es el lugar de La Mancha donde se desarrollan los acontecimientos; de otra manera toda España se habría enterado de su participación en la cuestionable quema de los libros y en el acto injusto de enjaular a Don Quijote.

Entran Cervantes y Unamuno. Se van mezclando en la conversación. Unamuno le reprocha a Cervantes el haber dejado morir a Don Quijote como "curado de su locura", convertido en un cualquiera más, de cuyo nombre – Alonso Quijano – no quiere acordarse. Cervantes recrimina a Unamuno por haber elevado a Don Quijote por encima de su creador. Al final le pregunta Unamuno a Cervantes por qué ha prestado tan poca atención a Roque Guinart. Cervantes comenta que el capítulo 60 sólo sirvió de puente entre el episodio de los Duques y el duelo de Don Quijote con el bachiller Sansón Carrasco en la playa de Barcelona.

 

Pedro Medina, historiador cinematográfico, advierte que se han realizado unas doscientas películas sobre Don Quijote entre 1898 y ahora. Constata que ningún director se ha aprovechado del capítulo 60 de la Segunda Parte. Es como si este capítulo no existiera.

 

Representación del capítulo 60 al aire libre bajo el título de "CAMINO A BARCELONA".

 

Los bandoleros roban a Don Quijote y Sancho Panza. De pronto aparece el cabecilla Roque Guinart. Reconoce al Caballero de la Triste Figura porque ha leído la Primera Parte del libro publicado en 1605. Les ordena a sus compinches de devolverle a Sancho los bienes que le tomaron. Centinelas anuncian la inminente llegada de una carroza.

Mientras tanto se está desarrollando una conversación entre Guinart y Don Quijote en  la que los dos relatan cómo llegaron a ser lo que son: bandolero y caballero andante. En la carroza viaja la esposa del presidente del Tribunal de Nápoles. Guinart interroga a los acompañantes de la dama. Se alegra de poder pedir "prestado" una suma considerable. Después de haber arreglado un salvoconducto para la ilustre compañía, Guinart desaparece porque lo está buscando la Justicia. Antes de salir manda a sus súbditos atender bien al caballero y a su  escudero.

Terminada la cena, Don Quijote se dispone a dirigir la palabra a los bandoleros. Al escucharlo, Sancho Panza se echa a dormir en seguida. Don Quijote continúa su discurso sin fatiga expresando su nostalgia del estado incorrupto de antaño, de cuando el mundo era joven.

Pero los tiempos han cambiado. La Edad de Hierro impera con la malicia y la lujuria. La Orden de Caballería debió su origen al ideal de proteger a las vírgenes, a las viudas y a los huérfanos (del "Discurso a los Cabreros", capítulo 11, Primera Parte.) Uno tras otro, los bandoleros van cayendo dormidos. Al crecer sus ronquidos, se va levantando la voz de Don Quijote. Al final, desesperado, se dirige al público.

 

 

Estamos de vuelta en la sociedad moderna, atravesada con fotos del álbum de mi madre.

La edad de hierro frente a la edad de oro. Siempre cualquier tiempo pasado nos parece mejor.

            En el hospital supermoderno de Valencia están ingresando al Caballero de la Triste Figura. Lo llevan en una camilla después de haberlo aturdido con inyecciones. Entre las enfermeras y los médicos se susurra que se trata de un loco peligroso que debe ser internado. Sancho llora mientras que Roque Guinart está defendiendo a Don Quijote, que según él no está loco, sino que es el más cuerdo de todos.

 

PRÓLOGO a "CAMINO A BARCELONA"

 

 

Plaza Mayor con iglesia. La plaza está cerrada. El cura sale de la iglesia, rezando el breviario. El barbero viene corriendo, sin aliento, la bacía en la mano.

 

Barbero:        - Señor cura, señor cura,.. ¿ya sabe que todo el mundo está leyendo el libro de don Alonso Quijano? ¡Hay que ver cómo presume nuestro vecino de sus hazañas creyéndose Don Quijote de la Mancha! Acabo de cortarle la melena al bachiller; mientras que lo rasuraba no quiso soltar el libro ni un solo momento. Por lo visto, lo publicaron hace poco.

 

En una gran pantalla aparece preoyectada la portada de la primera edición de 1605. Entra Miguel de Cervantes, que se pone por debajo de la pantalla.

 

                        -Dice que todos salimos en el librp. Usted, reverendo, y yo, y también nuestro docto bachiller. ¡Nos ridiculizan! ¿Qué le vamos a hacer?

 

Cura:              -Tranquilo, hijo, tranquilo. Antes de actuar hay que reflexionar. A ver, ¿quién es el autor ?

 

Oyendo las últimas las últimas palabras, Sansón Carrasco se acerca a los dos.

 

Carrasco:       -Un tal Miguel de Cervantes, cobrador de impuestos del Rey, que hace veinte años ha gravado a nuestro pueblo por toneladas de trigo. Esto se lo he oído decir a mi padre.

 

Cura:  - Pues dad al Rey lo que es del Rey. Yo no voy a leer el libro, yo solo leo la Biblia.

 

Ama y Sobrina se juntan a ellos, sobresaltadas.

 

Ama:              - Señor cura, ¿se acuerda de cuando estábamos pegando fuego a las novelas de don Alonso? ¡Pues entonces usted daba prueba de haber leído muchas! Yo no sé leer.

 

Barbero:        - Ni yo tampoco.

 

Sobrina:         - ¡Las hemos quemado a instigación vuestra, señor cura!

 

Carrasco:       - ¡Y con razón! Yo, un hombre de ciencias, considero a don Alonso Quijano como loco. Yo sí que voy a leer el libro, pues me servirá en la investigación de su locura. Por algo es que he estudiado en Salamanca. Quiero aportar lo mío al avance de la Ciencia.

En la misma pantalla emerge la portada de la primera edición del libro de Miguel de

Unamuno,Vida de Don Quijote y Sancho, de 1905. Unamuno entra vestido al modo de su

época. Se pone a la derecha del proscenio, hablando y gesticulando. Los demás se mueven

a la izquierda.

 

Unamuno:      - ¿Avance? ¿Progreso? ¡Pero no me haga reír! Ya pasaron trescientos años, y ¿acaso somos mejores que nuestros antepasados? Los molinos de viento que con tanta razón han sido combatidos por nuestro caballero, se han ido convirtiendo en las fábricas y los rascacielos y otras monstruosidades que nos han enajenado y deshumanizado. ¡He aquí vuestro fantástico Progreso!

 

 Cervantes  avanza. A él se dirige Unamuno.

 

Unamuno:      - Estimado colega don Miguel: usted ha comprendido tán bien la existencia humana...¿cómo se le ocurrió dejar morir a nuestro caballero en la identidad de Alonso Quijano? ¡Quijano no importa! Lo ha traicionado.

 

Cervantes:     - Usted, señor, habla como un hijo de su época. Usted ve en Don Quijote al héroe trágico. Para nosotros no era más que un loco divertido.

 

Unamuno:      - ¿Cómo puede decir eso? ¿Entonces qué opina del mundo que se divertía a

costa de él ?

 

Cervantes:     - En eso estoy de acuerdo. El mundo no sirve para nada, a menos que no sea para probar a los virtuosos. Yo perdí mi mano, como ustedes saben, en la batalla naval de Lepanto, y ésto para la gloria de España. Después de tantas  tribulaciones durante mi cautiverio en Argel, tuve el sabor amargo de la ingratitud al volver a mi patria. No hace falta que nadie me diga cómo es el mundo. Precisamente, es por el desengaño que descubrí a mi héroe, y él fue mi único consuelo. Admito su opinión, por algo lo bauticé Caballero de la Triste Figura, pero mi generación y las venideras no habrían tragado lo grave sin la dulzura de lo entretenido y de lo cómico. Usted realza el sentimiento trágico de su vida, echándoles en cara a los reídores no sólo que no hayan comprendido mi libro, sino que hasta lo hayan deshonrado. Usted piensa que mi historia es la más triste que jamás se haya escrito…

 

Unamuno:      -pero también la más consoladora, para aquellos que saben gustar en las lágrimas de la risa, la redención de la miserable cordura a la que la esclavitud de la vida presente nos condena.

 

Cervantes:     - La gente se muere de risa porque Don Quijote ve cosas que los otros no vemos.

 

Las luces y la acción se trasladan al cura y a los demás.

 

Ama:              - Es verdad. Veía cosas donde no las hay.

 

Barbero:        - ¡Con su espada ha traspasado los odres en la venta tomándolos por

                        gigantes!

 

Carrasco:       - Y las ovejas ha tomado por un ejército enemigo. ¡Muy interesante!

 

Cura:              - Si todo esto ha sido conferido a un libro, ¿cuál será el juicio de la humanidad venidera? ¿Cómo nos verán a nosotros y al caballero?

                        Ah.., ahí viene la señora Panza. Bienvenida, hija.

 

Carrasco :      - Acaban de publicar un libro sobre don Alonso y su marido, sobre sus aventuras. Todos estamos retratados en él.

 

Teresa Panza :- No sé leer. No conozco más que un solo libro. El libro que me explica

                           el señor cura.

 

Cura:              - Bendita seas, hija. Benditos sean los pobres de espíritu.

 

Teresa:          - Gracias a usted, señor cura, veré el paraíso. Y gracias a mi Sancho, veré también la ínsula; porque me lo ha prometido. Es un hombre bueno. Nuestros hijos deben tener sus comidas, y promesas asadas no se comen….

Durante meses ha estado ausente. Apenas salió de los Duques y ya está caminando a Barcelona.

 

Las luces y la acción se trasladan a Unamuno y Cervantes.

 

Unamuno:      - Estimado don Miguel, usted sabe que el mundo es apariencias, y que la

                        vida es sueño, usted sabe eso muy bien. Solamente los Sanchos creen en las cosas tal como las observan en la realidad. Es porque no pueden ver detrás de ellas, incapacitados como están para poder ver algo más. La sabiduría, en cambio, consiste en tomar por invisibles y fantásticas las cosas de este mundo, y así – en virtud de tal visión –no enojarse por ellas. Los científicos, sin embargo, los positivistas, ven lo que los sentidos les dicen, pero el miedo y la superstición continúan. El idealista, el soñador que es Don Quijote, no se preocupa por las causas físicas de esos fenómenos que nos infunden terror en la noche.

 

Lo interrumpen. Las luces enfocan a los otros.

 

 

Sobrina:         - Esto no me entra en la crisma. Entonces, así, después de todo, podemos tranquilamente justificar cualquier disparate.

 

Ama:              - Yo, como ama, debo procurar que haya provisión en casa, que haya comida en la mesa y ropa limpia en el estante.

 

Barbero:        - No tuvimos más remedio que ponerlo en una jaula, por su propio bien.

 

Carrasco:       - ¡Efectivamente! Y para su propia curación.

 

Cura:              - La iglesia sabe lo que nos conviene con vistas a nuestro destino eterno. No hay lugar para lo que estorba o se entremete. Y lo que se entremete, lo que va en contra del orden jurídico, es liberar a los galeotes.

 

Cervantes avanza.

 

Cervantes :    - En esto estoy de acuerdo. Pero al fin de cuentas, lo ha hecho. Como historiador tuve que registralo. No obstante, debo confesar que comprendo su actitud. Después de cinco años de cautiverio en Argel, no puedo ver ya a ningún encadenado. Desgraciadamente, aquellos resultaron ser unos villanos imperdonables. Que dieran en tierra con nuestro caballero, su bienhechor, es una infamia atroz y cruel.

                        ¡Pobre Don Quijote!

 

Las luces y la acción se trasladan al cura ya a los suyos.

 

Carrasco:       - ¡Es por su propia culpa! ¡No tenía que haber liberado a los galeotes!

 

El cura, el barbero, la ama, la sobrina y Teresa se ríen.

 

                        - ¡Lo que hemos presenciado en la posada, cuando lo derribaron!

                        ¡Cómo nos hemos reído!

 

Unamuno y Cervantes continúan su diálogo. Las luces los enfocan.

 

 Unamuno:      - El pueblo no conoce otra diversión que satisfacerse por las desgracias ajenas.

¡Qué nos importa las consecuencias de su acción! Son nuestras intenciones las que cuentan. Dios es capaz de perdonarle a alguien que haya sido condenado por la justicia del Estado. Veamos el caso del asesino que estaba agonizando a la  derecha de Jesucristo.

 

Desde la oscuridad el cura en voz alta:

 

Cura:              - Lucas, capítulo 23, versículo 40 hasta 43.

 

El la pantalla aparece la portada de la Segunda Parte del Quijote

 

Unamuno:      - Los bandoleros que nuestro héroe encontró después, son de otra índole, muy diferente de aquellos galeotes ingratos. ¿Me puede explicar, don Miguel, por qué el público se embelesa tanto ante la escena de los galeotes y apenas se interesa por lo que sucede durante el encuentro del Caballero de la Triste Figura con el caudillo Roque Guinart?

 

Cervantes:     -Eso lo sabrá el lector. El episodio de los bandoleros me sirvió de enlace entre la larga y entretenida estancia de Don Quijote y Sancho en la corte de los Duques vanidosos y el domingo de ramos en Barcelona, que termina con su derrota final en la playa.

 

Unamuno:      - Lástima. Las dos escenas que menciona, por muy entretenidas y aprovechadas que sean, palidecen al lado de lo grave que acontece en el breve capítulo 60.

 

Cervantes:     - Soy todo oídos.

 

Unamuno:      - Para mí, Don Quijote no sólo es un héroe, sino también un santo. Se lo puede comparar hasta con Jesucristo. Sancho es similar a san Pedro. Al apóstol le promete su amo un reino, tal como el caballero le promete a su escudero una isla – de lo que se burlan los Duques con la invención de Barataria. Sufrir los escarnios por la Justicia, arrostrar el infierno para una causa celeste, merecer visiones en que se cifra el enigma de ese purgatorio que se llama el Tiempo – y que escapan a los Sanchos de este planeta, pero en que Sancho Panza cree por aceptar la autoridad de su amo. Benditos, por eso, son los Sanchos. ¿Pero dónde están sus hijos? No veo más que embotados triviales, entre los que se encuentran sus admiradores, ¡oh don Miguel !

 

Cervantes:     - ¿No debo, entonces, estar contento con tantos admiradores?

 

Unamuno:      - No lo comprenden. Les fascina su fama, don Miguel. Escriben libros sobre su obra y su vida, ocupan cátedras en las universidades donde pontifican sobre toda clase de detalles, generando tesinas y doctos discursos. Ahora que se solemniza el tercer centenario de su libro, han ido en busca del sepulcro de su protagonista. Quieren erigir un monumento con un museo que atraiga turistas que se emboban ante dibujos y otras niñerías relacionadas con Don Quijote de la Mancha. ¡Si hasta hay ya una ruta con molinos de viento y parajes donde dicen que su héroe pernoctó! Es como los antiguos escribas a los que Cristo reprochara haber hecho sepulcros monumentales para los profetas por ellos asesinados. Han falsificado a su héroe, don Miguel.

 

Cervantes:     - No me asombra. Así es la gente.

 

Unamuno:      - Yo busco a los solitarios que pisan las huellas de su inmortal Caballero de la Triste Figura. A los que queremos ser como él. Y si esto es pedir demasiado, que por lo menos sigan al fiel Sancho. ¿Pero qué vemos en cambio? Vemos al ama y la sobrina, al cura y al barbero y al bachiller que están celebrando el triunfo de su libro después de haberse reído de su protagonista.... ¡Pobre Don Quijote! Quisiste hacer del mundo tu mundo y has entrado en la vida común. Te has desquijotizado algo, ¡pero quijotizando a aquellos que de tí se burlan! Con la risa los llevas tras de tí, te admiran y te quieren....

Y los peores, mi querido Don Quijote, son los que sostienen que nunca has existido, que eres un personaje ficticio.

 

Cervantes:     - ¿Ha existido? Lo he inventado, mi querido tocayo. En plan de divertimiento de mis lectores, y para olvidar mis penas. Ya no había caballeros en mis días.

 

Unamuno:      - Pero Don Quijote existe. Es más real que usted, don Miguel de Cervantes. No lo ha inventado, sino descubierto, tal como Colón descubrió a América o Miguel Angel “La Piedad” en un trozo de mármol. Igual que América ya existía antes de Colón, así existía Don Quijote antes de su nacimiento, don Miguel. Pero sólo a usted le tocó en suerte darle a conocer a todos nosotros. Usted ha sido su biógrafo, su evangelista nomás.

 

Cervantes:     - Si quiere decir que mi libro ya forma parte de las entrañas de la humanidad, puedo seguirlo.

 

Unamuno:      - Mucho más, mi querido. Don Quijote vive en quienes lo encarnan, en los que actúan como él. A veces lo siento en mí, y de esto surge mi orgullo. ¡Que su Caballero de la Triste Figura nos guíe desde el fondo de nuestra nadería!¡Que nos despierte e ilumine!

                        Yo le digo, mi querido Miguel, que Don Quijote y Sancho Panza nacieron para que usted tramara sus vidas y para que yo las comentara.

                        Y ahora que estamos hablando de comentario, le invito a escuchar mi exégesis de su capítulo 60.

 

Cervantes:     - Soy todo oídos.

 

Unamuno:      - Esto de la justicia distributiva y el buen orden que en repartir los despojos del botín se observaba en la banda de Roque Guinart, es condición de toda sociedad de bandoleros. Cabe decir de todo género de justicia humana que ha brotado de la injusticia, de la necesidad que ésta tenía de sostenerse y perpetuarse. La justicia y el orden nacieron en el mundo para mantener la violencia y el desorden. Tal es el verdadero abolengo y linaje de nuestras leyes y nuestros preceptos; tal la fuente de la moral en uso. Y este su abolengo y linaje se descubre en ella, y por esto nos sentimos inclinados a perdonar y aun querer a los Roque Guinart, porque en ellos no hay doblez ni falsía, sino que aparecen sus bandas tal y como son, mientras los pueblos y naciones que se dicen llamados a cumplir el derecho y servir a la cultura y a la paz son sociedades fariseas. Por conocer la insolencia de su oficio se guardaban fe entre sí los compañeros de Roque.

Este precioso episodio de Roque Guinart es el que más íntima relación guarda con la esencia de la historia de Don Quijote.

 

Las luces y la acción se trasladan a los otros.

 

Barbero:        - Teresa dice que Don Quijote y Sancho Panza partieron del palacio de los Duques. Si no me equivoco, allí se han burlado de ellos.

 

Las luces enfocan a Unamuno y Cervantes

 

 Unamuno,en voz alta: -¡Sobre ellos nunca se escribirá un libro!

 

Cervantes:    - Sólo quise mostrar de ellos el hastío y la envidia.

 

Las luces se trasladan a los otros.

 

Barbero:                    - Ahora que lo pienso bien, después de todo lo que ha pasado, siento que hayamos quemado sus libros y que lo enjauláramos para devolverlo al pueblo. ¿Teníamos derecho a ello? ¿No hemos pecado de destrucción de propiedad ajena y de privación de libertad del otro? ¿No son hechos delictivos, infracciones de la ley?

 

 

Cura:              - No se preocupe, mi querido maese Nicolás. Hemos procedido por amor. ¿No lo habían enloquecido sus libros?

 

Ama y Sobrina:- De esto no cabe duda.

 

Carrasco:       - Mejor nos ocupamos de buscar la forma de curarlo de su locura, ya que nuestro pobre vecino sigue imaginándose que es un tal Don Quijote de la Mancha, enamorado de una tal Dulcinea del Toboso que sólo existe en su propia cabeza. ¿Cómo vamos a hacer para desencantarlo?

 

Barbero:        - Ten en cuenta, señor bachiller, que nuestro caballero ya es muy famoso. Por

algo los Duques lo invitaron a su palacio. Más sensato es dejarlo en su encantamiento. Todos tienen por cuerdo al loco que con su locura prospera, y estiman loco al cuerdo a quien su cordura le impide cobrar fortuna. Que no hay barbero antiquijotano o baciista que por ocho reales no declare que son yelmos las bacías todas habidas y por haber.

 

Cura:                          - Usted es muy cínico, maese Nicolás. Así opinan los hombres en nuestra edad de hierro. Y por encima critican la Inquisición que vela por la cordura espiritual de la gente. El Índice nos protege contra los libros insanos, que prudentemente tiramos a la hoguera.

 

Las luces se trasladan a Cervantes y Unamuno, que se van alejando, abrazados.

 

Unamuno:      - Eso de "en los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño", que es lo que le haces decir a Don Quijote poco antes de morir, ¿de dónde lo has sacado?

 

Cervantes:     Mi querido tocayo, es un secreto. Como también secretos son el origen del nombre Dulcinea, y lo que en la venta realmente ha sucedido entre Don Quijote y Maritornes, y el lugar del nacimiento de Don Quijote….

 

 

EN CAMINO A BARCELONA

 

 

Capítulo LX, Segunda Parte

de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

de

Miguel Cervantes de Saavedra

 

  

Un camino estrecho llevando a un claro junto al borde del bosque. Al llegar el caballero y su escudero bajan de sus cabalgaduras. Es de noche.

 

Don Quijote:

 

Según el ventero tenemos el más derecho camino para ir a Barcelona.

 

Se sientan. Sancho duerme de una vez. Don Quijote sigue enderezado.

 

Don Quijote:

(pensando en voz alta)

 

Mis pensamientos me devuelven a la Cueva de Montesinos, a mi Dulcinea que ha sido convertida en labradora, a las palabras del sabio Merlín y a las diligencias que se tienen que hacer para el desencanto de Dulcinea. 3300 azotes tenía que recibir Sancho para desencantar a mi amada Dulcinea, para que regresase al estado de quien es de verdad: La inolvidable Dulcinea de El Toboso. Es poca la caridad de Sancho, mi escudero; sólo cinco azotes se ha dado.

 

Se ha levantado y se dirige al público:

 

Si el Magno Alejandro cortó al nudo gordiano diciendo ‘Tanto monta cortar como desatar’: pues yo lo corto. Ahora le doy los 3300 azotes, menos 5.

 

Caminando hacia Rocinante toma las riendas y acomodándolas en modo que puede azotar con ellas. Desencintándole el bombacho a su escudero, éste se despierta y empieza a dar voces.

 

Sancho:

 

¿Qué es esto? ¿Quíén me toca y desencinta?


Don Quijote:

 

Yo soy. Vengo a suplir tus faltas y a remediar mis trabajos:  véngote a azotar, Sancho, y a descargar, en parte, la deuda a que te obligaste. Dulcinea perece, tú vives en descuido, yo muero deseando; y así, desatácate por su voluntad, que la mía es de darte en esta soledad por lo menos dos mil azotes.

 

Sancho:

 

Eso no, vuesa merced se esté quedo; si no, por Dios verdadero que nos han de oír los sordos.

Los azotes que yo me obligué han de ser voluntarios, y no por fuerza, y ahora no tengo gana de azotarme: basta que doy a vuesa merced mi palabra de vapulearme y mosquearme cuando en voluntad me viniere.

 

Don Quijote:

 

No hay que dejarlo a tu cortesía, Sancho, porque eres duro de corazón, y, aunque villano, blando de carnes.

 

Don Quijote sigue desenlazándole el bombacho. Sancho se pone de pie, arremete a su amo, lo echa al suelo, le clava la rodilla derecha en el pecho y le aprieta las manos de modo que no pueda moverse ni respirar.

 

Don Quijote:

 

¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?

 

Sancho:

 

Ni quito rey, ni pongo rey,  sino ayúdome a mí, que soy mi señor. Vuesa merced me prometa que se estará quedo, y no tratará de azotarme por ahora, que yo le dejaré libre y desembarazado.

 

Don Quijote:

 

Te lo prometo, y te juro por vida de mis pensamientos no tocarte en el pelo de la ropa, y que te dejaré en toda tu voluntad y albedrío el azotarte cuando quisieses.

 

Levantándose Sancho se va en busca de otro árbol  para recostarse. Cerca de su cabeza siente que algo se mueve. Alzando las manos se topa con dos pies de una persona. Se va a otro árbol y le pasa lo mismo. 

 

Sancho:

 

¡Socorro!

 

Don Quijote:

 

¿Qué está pasando?

 

Sancho:

 

Todos aquellos árboles están llenos de pies y de piernas humanas!

 

Don Quijote palpa las ramas, los pies y las piernas.

 

Don Quijote:

 

No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no ves, sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la Justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar efectivamente cerca de Barcelona.

 

Amanece. Unos cinco o seis  bandoleros los rodean a ambos.

 

Un bandolero:

 

¡Quietos! ¡Tranquilos!Y esperaos hasta que llegue mi capitán.

 

Los bandoleros están espulgando las alforjas del rucio cuando llega el jefe en un poderoso caballo, vestida la acerada cota y con cuatro pistoletes a los lados y una lanza corta. Sus escuderos están despojando a Sancho.

 

Roque Guinart:

 

¡Déjale tranquilo a este hombre!

 

Le habla a don Quijote:

 

No estéis tan triste, buen hombre, porque no habéis caído en las manos de algún cruel Rey, sino en las de Roque Guinart, que tienen más de compasivas que de rigurosas.

 

Don Quijote:

 

No es mi tristeza haber caído en tu poder, ¡oh valeroso Roque, cuya fama no hay límites en la tierra que la encierren!, sino por haber sido tal mi descuido, que me hayan cogido tus soldados sin el freno, estando yo obligado, según la orden de la andante caballería que profeso, a vivir continuo alerta, siendo a todas horas centinela de mí mismo; porque te hago saber, ¡oh gran Roque!, que si me hallaran sobre mi caballo, con mi lanza y con mi escudo, no les fuera muy fácil rendirme, porque yo soy don Quijote de la Mancha, aquel que de sus hazañas tiene lleno todo el orbe.

 

Roque Guinart:

 

¡Cuánto me alegra de verle de cerca, después de todo lo que sobre usted he oido!

Valeroso caballero, no os despechéis ni tengáis a siniestra fortuna ésta en que os halláis, que podía ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase; que el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.

 

dirigiéndose a Sancho:

 

¡Escudero! ¿Se volvieron las alhajas y preseas que los míos del rucio os han quitado?

 

Sancho:

 

Que sí, sino me faltan tres tocadores que valen una ciudad entera.

 

Un bandolero:

 

¿Qué es lo que dices, hombre? Que yo los tengo y no valen tres reales.

 

Don Quijote:

 

Así es, pero estímalos mi escudero en lo que ha dicho, por habérmelos dado quien me los dio.

 

Roque Guinart a sus escuderos

 

!Tenéis que devolver todo!  

 

Con desgana el bandolero entrega los tocadores a Sancho

 

 

Roque Guinart:

 

Y trae allí delante el botín de ayer. Hago una estimación honesta y prudente y luego repartimos todo.

 

Se expone el  botín recien adquirido y  Roque Guinart le da a cada uno su parte

 

Roque Guinart a don Quijote (aparte):

 

Si no se guardase esta puntualidad con éstos, no se podría vivir con ellos.

 

Sancho

 

Según lo que aquí he visto, es tan buena la justicia, que es necesaria que se use aun entre los mismos ladrones.

 

Uno de los bandoleros se enfada y enarbolando el mocho de un arcabuz quiere partírsele la cabeza a Sancho.

 

Roque Guinart

 

¡Hombre! Detente ya!

.

Sancho:

 

Me pasma.  ¡Qué gente! No descoso los labios en tanto que entre aquella gente está.

 

Llegan unos bandoleros que estaban puestos por centinelas para avisar que se está acercando un coche.

 

Un bandolero:

 

Señor, no lejos de aquí, por el camino que va a Barcelona, viene un gran tropel de gente.

 

Roque Guinart:

 

¿Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que nosotros buscamos?

 

El bandolero:

 

No, sino de los que buscamos

 

Roque Guinart:

 

Pues salid todos, y traédmelos aquí luego, sin que se os escape ninguno.

 

Aléjanse los bandoleros. Solos quedan don Quijote, Sancho y Roque.

 

Roque Guinart:

 

Nueva manera de vida le debe de parecer al señor don Quijote la nuestra, nuevas aventuras, nuevos sucesos, y todos peligrosos; y no me maravillo que así le parezca, porque realmente le confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro.

A mí me han puesto en él no sé qué deseos de venganza, que tienen fuerza de turbar los más sosegados corazones; yo, de mi natural, soy compasivo y bien intencionado; pero, como tengo dicho, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo; y, como un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no sólo las mías, pero las ajenas tomo a mi cargo; pero Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro.

 

Don Quijote:

 

Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena: vuestra merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco y no de repente y por milagro; y más, que los pecadores discretos están más cerca de enmendarse que los simples; y, pues vuestra merced ha mostrado en sus razones su prudencia, no hay sino tener buen ánimo y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia; y si vuestra merced quiere ahorrar camino y ponerse con facilidad en el de su salvación, véngase conmigo, que yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras que, tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el cielo.

Usted ya está preparado para la caballería andante. Es, como dije una vez al hijo del Caballero del Verde Gabán en Villanueva de los Infantes: (cap 18, segunda parte)

Es una ciencia que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; Ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno; y, volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla.

 

Llegan los bandoleros con sus presos: dos caballeros, dos peregrinos a pie. De un coche salen dos mujeres con seis criados. También aparecen dos mozos de mulas. El  séquito entra por delante del proscenio, de izquierda a derecha. En medio circulo los rodean los bandoleros, guardando vencidos y vencedores gran silencio.

 

Roque Guinart a los caballeros:

 

Caballeros, dime: ¿quiénes son y adónde van? ¿Y qué dinero llevan ustedes?

 

Un caballero:

 

Señor, nosotros somos dos capitanes de infantería española; tenemos nuestras compañías en Nápoles y vamos a embarcarnos en cuatro galeras, que dicen están en Barcelona con orden de pasar a Sicilia; llevamos hasta docientos o trecientos escudos, con que, a nuestro parecer, vamos ricos y contentos, pues la estrecheza ordinaria de los soldados no permite mayores tesoros.

 

Roque Guinart se dirige a los peregrinos.

 

Peregrino:

 

Que vamos a embarcarnos para pasar a Roma, y que entre nosotros  llevamos sesenta reales.

 

Roque Guinart se dirige a las señoras en el coche.

 

Uno de los de a caballo:

 

En el coche está mi señora doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una dueña; acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos.

 

Roque Guinart:

 

De modo que ya tenemos aquí novecientos escudos y sesenta reales; mis soldados deben de ser hasta sesenta; mírese a cómo le cabe a cada uno, porque yo soy mal contador.

 

Los bandoleros:

 

¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los “lladres” que su perdición procuran!

 

Las víctimas muestran gran aflicción viendo la confiscación de sus bienes.

Roque Guinart se dirige a los capitanes:

 

Roque Guinart:

 

Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía, sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconduto que yo les daré, para que, si toparen otras de algunas escuadras mías que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño; que no es mi intención de agraviar a soldados ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales.

 

Las victimas se muestran agradecidas. Doña Guiomar de Quiñones se quiere arrojar del coche para besarle los pies y las manos al gran Roqe, pero él no lo consiente de ninguna manera.

 

Roque Guinart:

 

Le pido perdón, señora, del agravio que le hacía, forzado de cumplir con las obligaciones precisas de mi mal oficio.

 

Por la puerta abierta del coche Doña Guiomar le da a un criado el orden.

 

Doña Guiomar:

 

¡Luis! Entrega los ochenta escudos al buen educado comandante.

 

Ya los capitanes entregaron los sesenta escudos.

Los peregrinos no encuentran nada para dar entre sus pobres posesiones.

 

Roque Guinart:

 

Tranquilo, hermanos, que se están quedos.

 

Se dirige a los suyos:

 

Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, porque pueda decir bien de esta aventura.

 

Un bandolero:

 

Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal séalo con su hacienda y no con la nuestra.

 

Roque Guinart echa mano a la espada y hace como si quiesiera hendirle  la cabeza  al bandolero.

Alborotados los miran los del coche mientras que preparan su salida.

 

Roque Guinart:

 

Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos.

 

Roque mete su espada en la vaina y produce una carta que entrega a los capitanes.

Doña Guiomar está mirando hacia fuera y descubre a Don Quijote.

Grita (algo histérica)

 

Doña Guiomar:

 

¡ Qué grata sorpresa verlo aquí! Usted debe ser el famoso Caballero de la Mancha. Así que el otro será Sancho Panza.

 

Doña Guiomar sale del coche, ayudada por su criado Luis.

 

Doña Guiomar:

 

He leido su libro, señor caballero. Su respeto para con las mujeres – jóvenes y mayores – me commueve sobremanera. También el respeto que Usted infunde, me commueve, o comandante Guinart.

¡Qué concidencia encontrarlos a ambos aquí!

 

Don Quijote y Sancho Panza hacen un ademán de reverencia.

 


Don Quijote:

 

Los extremos se tocan. También nos sorprende Usted, señora.

 

Roque Guinart la acompaña al coche.

 

Doña Guiomar:

 

Voy a enterar a mi esposo de este nuestro encuentro insólito. El es presidente de la Corte de Justicia en Nápoles.

 

Roque Guinart:

 

La Justicia nos está buscando, señora. Nosotros esperamos que su mensaje no nos causará daño.

 

Le ayude a entrar en el coche, produce una carta, la entrega a los capitanes mientras que el coche se aleja.

La luz del día cede a la oscuridad de la noche.

 

Roque Guinart:

 

Aquí tienen el  salvoconducto para proseguir su viaje a Barcelona. ¡Que les vaya bien y que se acuerden de nosotros!

 

El coche y los viajeros se alejan. Roque Guinart se dirige a los bandoleros.

 

Roque Guinart:

 

Hombres, hemos tenido un día muy bueno. Que sigan vigilantes y que cuiden a mis amigos.

Señor don Quijote, usted pasará la noche aquí. Yo lo tendré que hacer en otro lugar, forzado por los carteles del virrey de Barcelona que le ruega a todo el mundo de entregarme a la Justicia. Le voy a enterar a don Antonio Moreno de su llegada a Barcelona y los recibirá bien a usted y a su escudero.

 

Le dan a Roque Guinart un papel y escribe.

Le hace una señal a uno de sus hombres que se está cambiando de ropa.

 

Sancho a don Quijote:

 

¡Gran merced! Pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aún, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan con cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar, ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.

(cap 11., primera parte)

 

Roque le entrega la carta al bandolero que vestido de paisano sale corriendo. Roque sale también, a caballo, y grita:

 

            ¡Hasta mañana!

 

Los bandoleros encienden un fuego. Todos comen y beben y convidan al Caballero de la Triste Figura y su escudero Sancho Panza.

Apenas empezado el discurso del Caballero, se duermen los bandoleros. En tanto que progresa el discurso, aumenta el ronquido.

 

Don Quijote:

 

Quiero repetirles brevemente lo que ya he dicho a los cabreros (en parte I, capítulo 11), que se considera bien conocido porque ha sido impreso.

 


Sancho, comiendo y chupeteando del odre:

 

Que no, señor, no hacedlo por favor. No me siento bien. No lo ho leido, porque no sé leer. Pero me acuerdo de su mensaje.  El pasado me entristece, también a mi.

 

Don Quijote se dirige primero a Sancho, luego a los bandoleros y a mitad de su discurso al público.Se mueve hasta el borde del proscenio, mientras hace esfuerzos dramáticos para transmitir su mensaje. Los bandoleros siguen roncando y los espectadores están muy callados. Cae de rodillas. Está agotado.

 

Don Quijote:

 

El pasado determina el rumbo, Sancho. Las normas y valores de antaño, pero de manera concisa, esto es suficiente.

 

¡Estimados señores bandoleros!

Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.

Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto.

Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían.  Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo.

Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la reja del arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían.

Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos.

No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado.

Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad.

Y agora, en estos nuestros detestables siglos de hierro, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre la más severa clausura; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia.

Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la Orden de los Caballeros Andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos bandoleros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero.

Que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía es razón que, con la voluntad en mi posible, os agradezco la vuestra.

 

Don Quijote termina su discurso, sube a Rocinante, se apoya en su lanza y vigila sobre todos. Amanece. El ronquido electrónico llega a su climax. 

El ronquido cesa subitamente al entrar Roque Guinart. Todos se levantan.

 

Roque Guinart:

 

¿Han visto u oído ustedes algo de particular?

 

Un bandolero:

 

No hemos escuchado nada.

 

Don Quijote:

 

No les he convencido, pero raras veces me ha tocado un auditorio más atento que éste.

 

Roque Quinart, dirigiéndose a don Quijote:

 

Les acompaño una parte del camino hacia Barcelona, señor Don Quijote, por mis senderos secretos.

 

La música final empieza a sonar. Los bandoleros canturrean. Es una canción de bandoleros, un Homenaje a Roque Guinart.

 

Don Quijote:

 

Le agradezco por estos días que están aferrados en mi memoria, señor Roque, y espero su desembarque al puerto seguro.

 

Todos bajan del escenario pasando por delante del proscenio.

Sancho golpea con su mano a las alforjas.

 


Sancho:

 

En camino a nuevas aventuras. Estamos preparados.

 

 

Se encienden las luces en el interior de la iglesia.

La canción canturreada por los bandoleros es una famosa canción española como homenaje a Roque Guinart u otra cabecilla del bandolerismo.

Don Quijote, Sancho Panza y Roque Guinart doblan la esquina de la iglesia y desaparecen de nuestra vista. Uno por uno los bandoleros se inclinan ante el público. Mientras que dura el aplauso la canción de los bandoleros se va cambiando en el tema de don Quijote (soñar...).

 

                       

                        Quan baixas de montanya valent Roca

                        Com si una roca de Montseny baxara

                        Mostras al mon ta fortalesa rara

                        Que pera tu sa furia tota es poca.

                        Ninguna de tes bales lo cap toca

                        De qui no ‘t veja si no fuig la cara

                        Que ton ton valor insigne no s’ampara

                        Tras falsa mata ni traydora soca.

                        Tot aquest Principat fas que badalle

                        Quet persegueix de sou y perseguiexes

                        Ab mortal y fúnebre parassisme.

                        Qui tinga el tal judici mire y valle

                        O digat SENYORIA que ho mereixes

                        Per lo millor pillart del cristianisme.

 

 

                        Quan lo Evangeli cantavan

                        En la iglesia antigament,

                        Los nobles encontinent

                        La espasa desembaynaban:

                        Y ab asso significavan,

                        Que tenian a parell

                        De morir, peleant per Ell:

                        Mes ja aquella gallardia

                        Tota sen va vuy en dia

                        En ser Gnerro o ser Cadell.

 

 

Los bandoleros abandonan el escenario por entre los bastidores. Los tres que han dado la vuelta a caballo a la iglesia llegan al proscenio a pie. Roque Guinart es el primero en abandonar al proscenio. Don Quijote y Sancho Panza reciben los aplausos finales.

 

 

                                                           FIn

 

09LemmRobert Lemm
Reside en Amsterdam. Con regularidad ha dado conferencias sobre temas relacionados con su obra, tanto en holandés como en español. Entre 1995 y 1997 dió un curso sobre historia y literatura hispánicas en Surinam (la Guayana holandesa hasta 1975). De varios de sus libros aparecieron segundas y terceras ediciones. Uno de ellos, sobre la Inquisición Española, ha sido traducido al alemán y tuvo dos ediciones en 1996 y 2005.De su "Historia de España" aparecieron cuatro ediciones. "La autobiografía de Raúl Reyes"' (2009) causó agudas polémicas y un honroso reproche del actual presidente de Colombia. Otros libros: Aparecieron en holandés e.o. una Historia de España, Alba de América, una Crónica de los dictadores latinoamericanos (Abrigo de sangre), Viacrucis del cristanismo, María y su evangelio secreto, Swedenborg, Léon Bloy contra Nietzsche, El papa Benito XVI y la aparición de Eurabia, Operación Fénix -La autobiografía de Raúl Reyes. Lemm es traductor de e.o. Borges, Octavio Paz, Miguel de Unamuno, Joseph de Maistre, Juan Donoso Cortés, Giovanni Papini, fray Luis de León. El auge y el ocaso de los jesuitas (2011). En 1979 le concedieron el Premio Martinus Nijhoff por sus traducciones de autores latinoamericanos.