Un poeta de primera magnitud: Eloy SantosLeonardo Garet
La poesía de Eloy Santos (Salamanca, 1963), transcurre sin interferencias entre los dos libros suyos que se conocen. La reflexión que los enlaza es la discusión sobre la paternidad del discurso del poeta. El título del primero, donde nadie dice (1· Premio Alonso de Ercilla, 2003), proviene del poema nadie, que juega con la identidad que se enmascara en el nombre. Y el segundo, Olas (Gijón, Ediciones Elogio del Horizonte, 2006), en su último texto, revela: “Sé que en nombre de nadie nace el verso”. Creo que debe proclamarse, en tiempos de discursos achaparrados, de palabras esclavas en la poesía, y de poesía esclava de palabras, que los poemas de Eloy Santos traen ese aire de renovación que siempre luce lo auténtico. La cantera de sus motivos es la confesión, no la de estremecimientos epiteliales, sino la de conmoción de instancias de vida, que están a un paso de ser incomunicables. Quiere expresar aquello para lo que no hay palabras, meterse en su pasado y traer una meditación que ilumine el pasado. (Balada de entonces). La reflexión del ser humano que vive una aventura espiritual –la única aventura que merece ese nombre- extrema, tiene en el poema Jonás una materialización insuperable: “Jonás se abandonó a su sacrificio. / Se supo altar, testigo, espada y sangre”. El poeta se confunde con ese Hamlet que Shakespeare describió para siempre como el príncipe que deambula como neblina, entre el crimen, el amor, la vida, la simulación y el sinsentido. Transmite en Hamlet se despide, una identificación tan certera con el personaje, que parece que el poema es el recitado de un renovado monólogo, el monólogo final que no mencionó Shakespeare. En todos los motivos campea la voz de Eloy Santos, ese “Nadie”, que tiene la voz para encantar cíclopes, como cuando reconstruye los valores de escrituras y músicas lejanas (Tifinagh y Gagaku), o pronuncia un poema de amor que es una cima en el motivo más transitado de todos los tiempos: Las selvas de tu voz. Eloy Santos es español, pero también italiano, porque ha vivido en Roma muchos años y ha publicado, como se dijo, dos libros -en español-, pero muchos poemas en italiano andan dispersos en revistas literarias. Tiene otros libros inéditos y se hace necesario que los de a conocer, porque a muchos debería llegar la luz de una obra de primera magnitud. Adelanta hoy unos textos para Ámsterdam Sur.
Talud
Al borde de las vías, sobre el incierto istmo que separa el manto de gravilla de los campos sembrados, a la tierra de nadie ha regresado el asombroso reino, las cenicientas del jardín de Flora. La sagrada maleza derrama entre dos áridos el hondo perfume de lo grato, las galas inocentes del diente de león y la violeta, del cardo y la retama y la amapola, la corte de colores de las frágiles, las pobres damas de la mala hierba. Prendido a la ventana del vagón en el tren detenido en la llanura no hallo nada más cierto, más hermoso, más digno de atención o de ternura, que esta selva azarosa asediada en las lindes de lo útil, y en las grietas sin dueño de todas las afueras, donde nadie la nota, ni recoge su encendida lección de maravillas.
Poema IV de "Voces de los antepasados"
Esta rendida tierra me ha vencido. Sol a sol, surco a surco me ha sembrado de años sin remedio, hasta encallarme el ceño y el cayado en esta silla al sur de cada tarde. Del azadón que ya no empuño llevo la madera en las manos: liando picadura escucho la corteza que el cierzo y la fatiga me pusieron, y me imagino el mar que nunca vi. Ahora que el otoño me deja frío, sé que soy la pulpa, la sedienta semilla que la tierra fraguó, y ya espera con la misma paciencia que yo tuve. Porque no hice más que arrojar el grano, y recogerlo, sé lo que me dice la voz profunda y blanca de los huesos en el alambre del anochecer. Desde una puerta oscura vienen rostros que no conozco, manos que me llevan de vuelta a casa, por las calles lentas. A veces se detienen, me preguntan como si fuera otro, ¿tiene usted frío? o ¿qué tal le va? Yo voy siguiendo mi sombra en las aceras y no respondo a nadie.
Oración
Padre, ceniza cosechada y esparcida en la tierra que el viento olvida y pierde mientras cruza los páramos del reino. De lo que fue tu voluntad no queda sino un cuenco de sed aquí dormida, un poso gris que casi no distingo. Si fuiste pan y fuiste también dientes amargos, yo he sido el hambre póstuma, la silenciosa orilla de aquella furia inútil. Tus deudas, fueran las que fueran, voy pagándolas a ratos, cuando puedo, hasta que sepa cuáles son y aprenda a olvidarlas poco a poco. He buscado a tientas el perdón, la libertad de ser y de existir como cualquiera, hijo y padre de mí, voluntad inapelable de la vida, ese azar que nunca se discute. Ni siquiera cuando llega la muerte. Amén.
ELOY SANTOS
Leonardo Garet
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