No hables

Amira Armenta

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Premios e ideología. Cuando un miembro del Partido Comunista chino gana el principal galardón mundial de literatura

La noticia de que el escritor chino Mo Yan (que significa ‘no hables’) era el nuevo premio Nobel de Literatura fue motivo de celebración en su país pero cayó mal entre la disidencia china y en general entre los críticos del régimen. El poeta Liao Yiwu, exiliado en Alemania, dijo que Mo Yan era un ‘canalla’ al servicio de Pekín y que, “… hay muchos parámetros según los cuales se puede medir a un escritor. Pero China es una dictadura y en una dictadura un escritor no puede dejar a un lado la moral”. Por su lado, el artista, activista social perseguido por el Gobierno de su país, Ai Weiwei, denunció “la insensibilidad” de la Academia sueca al conceder este premio.

Es decir, no atacaron la calidad de la obra de Mo Yan sino el hecho de que sea miembro del Partido Comunista de un país que reprime la libertad de expresión. Quien está del lado del régimen no tienen independencia para criticarlo y desaprovecha su fama para defender a las víctimas de ese régimen.

De todas las categoría del Nobel, Paz y Literatura son quizás las más politizadas. En estas dos variantes, con frecuencia ha quedado claro que las motivaciones detrás de los premios sobrepasan en ocasiones los límites de esas actividades. Hace dos años, en 2010, cuando el chino Liu Xiaobo obtuvo el premio Nobel de la paz se produjo la reacción contraria. En esos momentos este activista de los derechos humanos se encontraba en la cárcel por el cargo de “incitar la subversión contra el poder del Estado”. Lo mismo sucedió en 1989 cuando el premio lo obtuvo el Dalai Lama, y en 2000 cuando el premio de literatura fue para Gao Xingjian, escritor exiliado en Francia. Pekín reaccionó enfurecido y la disidencia china vio el gesto como un reconocimiento de la academia sueca a su justa lucha. En 2012 Pekín quedó contento y la disidencia disgustada.

Aunque los que conceden este tipo de premios dicen estar por encima de toda ideología, esta es una premisa difícil de aceptar. Esto sería posible si viviéramos en un mundo neutro y aséptico, lo que no es el caso. Al contrario, el mundo es un entorno complejo en el que confluyen múltiples intereses y escalas de valores. Nuestras decisiones reflejarán la posición en la que nos hallemos ubicados en el momento en que se producen. En 2010, a nombre de la libertad de expresión en el mundo los suecos premiaron a una persona dedicada a esta causa. En 2012, otro tipo de intereses haría a los suecos mirar hacia esa misma China que reprime los derechos humanos. Somos seres ideológicos ubicados en uno u otro punto del espectro, y esto es inevitable. En el caso concreto del Nobel de literatura de este año, salió a la luz además un pequeño escándalo: uno de los jurados del Nobel es el traductor de Mo Yan al sueco, con lo cual además de ideologías, otros tipos de intereses menos abstractos podrían también jugar algún rol en las decisiones.

Uno de los casos que más ha dado qué hablar en relación con las razones ideológicas que se ocultan tras un premio Nobel de literatura, es el de Borges. Si alguien ha merecido alguna vez este premio es el escritor argentino, sin embargo nunca lo obtuvo. Una de las explicaciones más obvias para esta omisión sería de carácter político e ideológico. Borges habría sido un hombre demasiado ‘políticamente incorrecto’ en años en los que la academia sueca –visiblemente a diferencia de ahora- habría preferido no premiar a alguien no conocido precisamente por criticar el régimen militar de su país. Tampoco le pudieron perdonar a Borges su visita en 1976 a Pinochet y que hubiera declarado en esa visita sobre el dictador, “El es una excelente persona, por su cordialidad, su bondad... Estoy muy satisfecho". Darle el premio habría sido ‘inmoral’, aunque se lo mereciera más que nadie. Y esto es lo que debe estar pensando ahora Liao Yiwu de su compatriota premiado, criticado por haber copiado a mano un controvertido poema de Mao Zedong.

Pero aparte de esto, la comparación entre Borges y Mo Yan no es quizás muy adecuada. El primero no tuvo nunca restricciones para escribir lo que quiso. El segundo en cambio muy pronto debió aprender en la vida que para sobrevivir a veces es mejor callar. No hables, le recomendaron sus padres desde joven. Aun sabiendo que el silencio puede significar la tortura de un colega escritor.

No es fácil tener una vida pública, como escritor o artista, en un país controlado por un sistema rígido como el chino en el que unas palabras, una imagen, te pueden costar años de libertad si no la vida misma. En esas circunstancias, la opción de ‘callar’ por antagónica que parezca con la actividad de escribir le ha permitido a este autor chino, miembro del Partido Comunista, seguir escribiendo. Un buen escritor sabe encontrar la mejor manera para contar lo que quiere decir”, ha dicho recientemente. Después de leer Las baladas del ajo entiendo esas palabras. Mo Yan ha encontrado esa manera a través de la sátira, el género que mejor conviene en sociedades gobernadas por una dictadura. La sátira permite decir muchas cosas que solo el buen entendedor capta y que pueden pasar desapercibidas para la burocracia del régimen.

Por otro lado, no todos somos tan valientes ni tenemos el coraje de mostrar abiertamente nuestra disidencia, y enfrentar la cárcel o el exilio. Valientes como Liao Yiwu, el autor de Masacre, un poema sobre lo sucedido en la plaza de Tiananmen, quien después de la dura persecución que ha sufrido por atreverse a hablar, ahora tiene todo el derecho a pensar que “Mo Yan es un canalla”. Lo que pasa es que se puede ser canalla y buen escritor a la vez.

Amira Armenta
Colombia. Tiene un máster en historia de América Latina. Trabaja en el Transnational Institute (TNI) en Ámsterdam. Escribe con alguna regularidad sobre temas de política, cultura, cine y libros. Ha publicado el libro, Een nieuwe tong.